Mientras el Xirgu terminaba de llenarse, una batucada pre show marcaba el pulso de la noche. No era un detalle menor: ese latido rioplatense funcionaba como prólogo natural para el regreso de Juan Wauters a su raíz montevideana y, una vez más, a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Montevideo está en el centro de MVD LUV (2025), su nuevo álbum, y también en el corazón del show de anoche. No es solo un regreso geográfico, sino un puente entre dos mundos que Wauters lleva consigo desde siempre, el del inmigrante que hizo su vida en los Estados Unidos y el del hijo nativo que vuelve a escuchar el murmullo de sus calles.
Por primera vez en su carrera, grabó un disco entero en su ciudad natal, abrazando las tradiciones musicales uruguayas y filtrándolas por su sello personal: una mezcla de folk, pop y experimentación que revisita ritmos de candombe y murga. MVD LUV es una carta de amor a sus raíces y a su presente, grabada en estudios, azoteas, veredas y casas de amigos. En esa línea, Montevideo no es solo escenario, es también es un personaje activo en estas canciones.
Siete discos y una búsqueda que no se detiene
El telón se baja. A la derecha del escenario, la banda se agrupa como en un fogón, con un micrófono al centro. Abren con “Milanesa al Pan” y enseguida suenan algunas de la nueva camada, como “Dime Amiga” y “Manejando por Pando”. La primera pausa de Juan llega con una sonrisa: “Leí en internet que había que empezar un show así: con una canción conocida, para que la gente se vaya sintiendo cómoda, y luego algunas nuevas”. Entre canción y canción, su presencia se mueve entre la del trovador despojado y la de un comediante que improvisa sobre el escenario. Su performance es orgánica, auténtica. Él lo es.
El pasado y el presente conviven en Juan Wauters sin tensión. En un momento, con picardía, lanza: “Cada disco que sale es el mejor, ¿ustedes piensan lo mismo, no?”. No es falsa modestia ni ironía: es su forma de recordar que su obra es un proceso vivo, donde cada álbum -y ya van siete- se suma a una búsqueda constante de la canción perfecta. No reniega de lo anterior, lo toma, lo reescribe, lo acomoda en nuevas formaciones y lo deja dialogar con lo más reciente.
La disposición escénica es estática. Músicos sentados, gestos mínimos. Pero el setlist viaja por toda su discografía, con MVD LUV como punto de partida y un guiño a Captured Tracks, sello discográfico que lo acompaña desde hace más de una década. Entre tema y tema, rompe la cuarta pared para hablar con el público. Lo hace con soltura y humor, como quien charla entre amigos. El entretenimiento es un eje consciente: recuerda que en los Estados Unidos “la cultura es más conocida como entretenimiento que otra cosa” y juega con esa idea. Incluso confiesa que el sello quiere seguir trabajando con él, pero que no son los únicos interesados. Mientras siga escribiendo canciones, poco importa, ¿no?
Las luces, difusas entre el humo, pintan el aire de rojo, azul, amarillo y verde. A la media hora, el telón baja. La gente aprovecha para conversar, reír, comentar el primer acto. Cuando vuelve a levantarse, la Jota, como dice el cantautor, ha cambiado de lugar y ahora ocupa el lado izquierdo del escenario. Acá también hay un guiño pop: como si quisiera parodiar, o tal vez rendir homenaje a las megaestrellas -por qué no-, Juan apareció con su primer cambio de vestuario de la noche. Un traje glamoroso verde vibrante, justo el mismo día en que, a varios barrios de distancia, Kylie Minogue hacía lo propio en otro escenario porteño. La comparación no es tanto por el despliegue de producción, sino por el gesto de entender que el espectáculo también se construye con pequeñas teatralidades.
Algunos desde abajo le piden que suban el volumen. Wauters, sin perder la sonrisa ni por un instante, responde: “El volumen está bien, quizás no están escuchando lo suficiente”. Es un guiño que resume su forma de estar en escena: directo, espontáneo, con esa mezcla de confianza y desenfado que convierte cada show en un momento irrepetible.
Cuando un show nunca termina del todo
Para el tramo final, Juan volvió a cambiar de outfit y la puesta en escena recuperó la disposición inicial. Llegaron entonces algunos de sus hits más queridos: “Todo Terminó”, “I’m All Wrong” y “Woodside, Queens”. Entre canciones, insistía con una pregunta que parecía un manifiesto: “¿Cuándo empieza un show y cuándo termina?”. Y es que, en sus recitales, las fronteras son difusas. El concierto, desde abajo del escenario, pareció terminar cuatro o cinco veces… Pero siempre había algo más. Una canción extra, una historia, un chiste improvisado.
Por breves momentos, su aguja performativa se corría un poco más de la cuenta, pero siempre con naturalidad. Esa es su mayor arma: la autenticidad. Incluso se dio el lujo de hacer un repaso exprés a capela por parte de su repertorio, con temas como “Disfruta la Fruta” y “Guapa”. En la primera, lanzó un kilo de mandarinas al público. Con las luces bajas, un gesto por lo menos arriesgado, pero nadie salió herido, che.
El cierre fue circular. La argentina Zoe Gotusso se sumó al escenario para cantar “Milanesa al Pan”, la misma canción que había abierto la noche, cerrando así un espectáculo que fue una fiesta comunitaria en una ciudad que lo aprecia mucho. Entre Montevideo y Buenos Aires, entre el pasado y el presente, Juan Wauters volvió a recordarnos que sus shows no son solo música: son un lugar donde quedarse un rato más, aunque ya se haya dicho adiós.