Tras la apertura de Ca7riel y Paco Amoroso, Buenos Aires recibió al rapero contemporáneo más importante del mundo. Un show mítico en el marco de su gira internacional presentando “GNX” y recordando hits universales.
Eran las seis de la tarde del sábado 4 de octubre y el barrio de Núñez iba poblándose de un público diverso, heterogéneo, algo que desde afuera debía verse un tanto confuso. ¿Quién tocaba hoy?
Puntuales y coreográficos, los argentinos Ca7riel y Paco Amoroso inauguraron el escenario conjugando la importancia de una atinadísima banda que los acompaña y la performance de unos verdaderos popstars. Quizás un chiste y quizás no, esa ambigüedad que los coloca en el breve espacio entre grandes artistas y dedicados shitposters atrajo a las localidades de El Monumental a un público que disfrutó de un show que no fue un teloneo sino más bien una pequeña fiesta de fin de tour, tras muchos meses sin parar de girar por el mundo.
Delante de globos inmensos que ilustraban sus propias cabezas, entre pantallas que subtitulaban sus canciones al inglés (al igual que en sus videoclips), y con una indumentaria que leyéndose de cerca encausa más aún su humor de las últimas temporadas, hicieron sonar sus más codiciados hits. Desde “DUMBAI”, el tema elegido para encender inmediatamente los motores de la audiencia, pasando por “BABY GANGSTA”, “LA QUE PUEDE, PUEDE” y “SHEESH”, y hasta repasando los memorables “Cono Hielo” y “Ola mina XD”.
Su show fue atendido y disfrutado por bastantes personas, pero era notorio como, gota a gota, el estadio comenzaba a cargarse más de público en campo y plateas (cuyas bandejas superiores habían sido deshabilitadas para la fecha) mientras iba avanzando el show. Los oyentes que estaban principalmente a ver a Paco y Ca7riel comenzaron a ser cada vez más superados en número por quienes decidieron arribar para ver en vivo el hito internacional que estaba por desarrollarse.
Mientras ambos argentinos celebraban el final de su entretenida performance y su regreso a casa (“¡Aguante Argentina, la concha de su madre!”), era visible como, en los distintos sectores de a pie, ciertos sectores del público tuvieron una especie de recambio espacial: comenzaban a retroceder y alejarse de las vallas las camisas floreadas y los tacos y a avanzar las casacas que homenajeaban al hip hop de Compton y hasta a algunas bandas del género en Argentina.
El calor del sábado parecía no aflojar y la gente empezó a agitarse en el intermezzo entre la partida de Ca7riel y Paco y el nuevo capítulo de la noche. Parecía eléctrico el aire en River: la noche se olía histórica.
Tras semanas en las que la agenda de medios y redes sociales alrededor del regreso de Kendrick Lamar tras 6 años de ausencia fue absolutamente reinada por la discusión del venue y la venta de entradas, parecía una sorpresa para quienes efectivamente habían concurrido al estadio ver que no éramos tan pocos. No parecía ser el mismo evento del que se había hablado tan descorazonadamente, del que se habían publicado tantas opiniones apuradas y desinformadas. Éramos muchos. Muchos más de los que pensábamos nosotros mismos.
Habemus público de rap internacional. Claro, no llenamos un Monumental, pero la fiebre de los sold outs en una época de dificultad económica nos presenta algunos interrogantes que –no serán tan baiteros ni coloridos– pero que hace falta levantar. ¿Todos los públicos, todos los oyentes se encuentran del mismo lado de la desigualdad económica actual? ¿Todos estamos en condiciones de pagar una entrada para ver a un artista internacional en un estadio? ¿Qué pasa con la sobrecarga de recitales internacionales en nuestro país? ¿Cómo afecta en todo esto la cultura del FOMO y las redes sociales?
Sin adentrarnos en una respuesta a nada de todo esto en esta crónica, sí podemos acercarnos al verdadero monstruo de la cuestión: ¿cuán grande es el hip hop angloparlante en Argentina? Menor de lo que se creería si miramos las poco conducentes estadísticas de las plataformas y luego miramos las ventas. Mayor de lo que se creería si escuchamos a sus desertores y luego vemos las ventas. Lo cierto es que el evento de River este 4 de octubre fue una respuesta, una resolución a la pregunta. Fue un hábeas corpus del público actual y potencial del hip hop internacional en Argentina. Esto teniendo en cuenta, desde ya, que Kendrick Lamar no es cualquier rapero.
Ya consagrado a nivel mundial como ningún rapero jamás, el oriundo de Compton tomó la arriesgada decisión de hacer una gira internacional realmente inimitable: estadios y sitios de gran tamaño: 47 fechas entre Norteamérica, Europa, Oceanía y Sudamérica, la primera en abril en Minneapolis, Estados Unidos, y la última en Sídney el 11 de diciembre. El marco del “Grand National Tour”, como fue bautizado, es la presentación de “GNX”, el último disco del artista, y un atractivo extra era la intercalación entre las performances de Kendrick y de SZA en cada show, algo de lo que careció la pierna latinoamericana del espectáculo pero que generó una importante ventaja: el foco estaba en el rapero.
Los cuatro actos del evento se vivieron como un enorme medley entre los celebrados temas de “GNX” y un paseo por la discografía más reciente de Lamar, teniendo una buena cantidad de canciones en el setlist de sus álbumes “good kid, m.A.A.d city”, “DAMN.”, “To Pimp A Butterfly” y “Mr. Morale & The Big Steppers” (en ese orden de proporciones), y algunos extras como “Like That” y “GOOD CREDIT”. El público se vio bendecido por un Kendrick Lamar que no bajó nunca la conexión entre sus fanáticos y su propia energía, elogiando en varias oportunidades el ya conocido e inimitable aguante argentino y, especialmente, a quienes lo siguen “desde el día uno”.
Alternando entre pogos, lágrimas y fiesta, Buenos Aires disfrutó de los nuevos éxitos del rapero como “squabble up”, “man at the garden” y “luther”, pero también tuvo la oportunidad de gozar a pura euforia algunos clásicos inclaudicables de la antología lamariana: “DNA.”, “Alright”, “N95”, “King Kunta” y “Money Trees” entre algunos de los más celebrados.
Todo el show estuvo entrenzado con una crew de bailarines impoluta y minimalista que se movía alrededor de los pocos elementos de utilería y debajo de las inmensas pantallas que, de forma altamente sincronizada con la música, presentaban unas visuales de alto impacto y contenido, como acostumbra Kendrick Lamar. La alegría se encendía cada vez que los subtítulos de los diálogos se erguían en una fuerte jerga rioplatense, e incluso el público arengó la aparición de SZA en las enormes LED de El Monumental.
El éxtasis de la gente, acompañado durante todo el show por fuegos artificiales y efectos pirotécnicos impactantes en el escenario y por fuera, llegó al clímax cuando se oyeron las primeras notas de “Not Like Us”, indiscutiblemente el diss track más masivo de la historia del rap. Otro logro de K.Dot: la variedad de continentes cantando el track que fue el tiro de gracia de su rivalidad con el canadiense Drake, a quien el público de rap argentino suele recordar con insatisfacción, además de por muchos otros factores, por su última y pobre visita a nuestro país. Una grieta argumental que el comptoniano llenó de su lado con contenido explícito pero también revisionista, lírico y contundente.
Sin backing track ni demasiadas pausas, el show que dejó Lamar en nuestro país es un hito histórico e icónico, que ofrece una buena cantidad de satisfacciones al público local de hip hop y a la historia del género a nivel internacional.