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El Mató en Obras: la Navidad siempre vuelve

De los márgenes de La Plata a un Estadio Obras colmado, la banda celebró su trilogía fundacional de EPs en una casa que ya no es pequeña, pero sigue siendo propia.

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Este diciembre fatal marca un nuevo aniversario de un regreso a los orígenes. Navidad de Reserva (2005) revive bajo un contexto distinto, un homenaje a las raíces que la banda sigue abrazando. Esa trilogía de EPs que hablaba de nacimiento, vida y muerte como un ciclo sin fin, se amplifica hoy en estadios. Las canciones, que en su momento parecían de una época perdida, siguen sonando con la misma fuerza.

Mientras el Estadio Obras se llenaba, de fondo sonaban las canciones navideñas de Frank Sinatra, marcando la antesala de una celebración especial. La Navidad se hacía presente, no solo como un rito anual, sino como un símbolo de la resistencia de El Mató. La banda, en su propia ceremonia de renacimiento, inició el recital con el opening de Twin Peaks (muchas gracias, David Lynch), hasta que las luces se apagaron y todo se tiñó de rojo. El viaje comenzó: Navidad de Reserva sonó en orden y fue el puntapié inicial de un recorrido a través de los tres EPs que siguen configurando el alma de la banda.

Hoy se escucharán las canciones de la Navidad

La presentación se dividió en colores: rojo para Navidad de Reserva, verde para Un Millón de Euros (2006) y azul para Día de los Muertos (2008), respetando el orden del nacimiento, la vida y la muerte. Las visuales acompañaban el viaje: camiones ruteros bajo el rojo, motos y autos chocando en el verde, y zombies en el azul. Una película que se entrelazaba con las canciones y que hacía sentir que, en cada acorde, el pasado y el presente se fundían.

Una de las sorpresas de la velada fue la primera interpretación en vivo de “Noches buenas: la letra “sidra en vasos de metal” resonó con fuerza y nostalgia de los viejos días. La banda se entregó sin demasiadas palabras, agradeciendo con pulgares arriba mientras su energía lo decía todo. Niño Elefante, en su rol de guitar hero silencioso, condujo el viaje con una sutileza propia de quien sabe que no necesita protagonismo para deslumbrar.

No doy más”, dijo el Chango Motorizado, antes de “Vienen bajando”. “Todavía falta mucho, eh”, retrucó rápido. El público se dividía entre la vieja escuela que le gritaba Chango y los sub 30 que vitoreaban a Santi. Esa dicotomía generacional se sintió en cada tema, pero la magia de El Mató es que sabe unir todo bajo un mismo paraguas. Todos compartían la misma experiencia: estar ahí, escuchando canciones que han marcado una parte de sus vidas.

Y mientras la banda se movía entre las visuales, con cámaras steadycam acercándose a ellos, el escenario nunca dejó de ser suyo. Como si, a pesar de todo, El Mató siguiera tocando para un antro. En ese juego de luces y humo, las flechas salían desde atrás: desde la batería de Doctora Muerte, el bajo del Chango, y las guitarras de Pantro, pero el conductor era Niño Elefante. Cada climax se construía a su antojo, como si estuviera armando la marea en cada canción.

El momento de los bises dejó una sensación ambigua. La elección de algunas canciones —entre ellas “Diamante Roto”, la más ajena al clima general, y otras del universo de La Síntesis O’Konor (2017)— pareció responder más al Él Mató posterior a su giro estético y a la ampliación de su público que al espíritu de la noche. En un show pensado como homenaje a una trilogía nacida hace dos décadas, ese corrimiento de eje sonó algo impostado, como si dos etapas muy distintas de la banda se rozaran sin terminar de convivir del todo. Cerraron con “Guitarra comunista”, una que la gente pidió mucho durante toda la noche. Y en ese preciso instante, el color rojo regresó: la Navidad siempre vuelve.

El corazón sigue siendo el mismo

La esencia visceral de la banda sigue intacta: esa conexión genuina con algo que no se mide por la cantidad de personas, sino por los gritos que resuenan en cada canción: desde “Navidad en los Santos”, pasando por “Más o Menos Bien” y “El Magnetismo“, hasta “La Celebración del Fuego”.

Los diciembres de El Mató son cíclicos, apocalípticos. Ayer, hoy y mañana se entremezclan en una fiesta de despedidas y regresos, de los viejos días dorados transformados en algo nuevo, y de la certeza de que, a pesar de todo, siguen siendo ellos mismos. Los ecos del pasado se mezclan con los del presente, y el futuro se anticipa como una fiesta de despedidas y renacimientos. En este proceso de transformación, El Mató sigue siendo la misma banda generacional, pero ahora el ruido lo escuchan miles de personas.

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