Otoboke Beaver: el punk japonés aterrizó en Buenos Aires con humor, caos y energía desbordante
El pasado 6 de noviembre en Niceto, la ciudad presenció el primer recital de Otoboke Beaver, una banda japonesa que recorre el circuito latinoamericano por primera vez.
La pregunta flotaba en el aire: ¿cómo resonaría una propuesta ultra-rápida, desafiante y con humor cáustico en un público porteño, habituado a otros códigos del punk y el rock? La respuesta fue inmediata: choque, simpatía y, en última instancia, conversión. En una hora y veinte minutos, las japonesas Otoboke Beaver dejaron su huella en el escenario y reafirmaron su lugar como un fenómeno punk contemporáneo.
Caos y humor a puro ritmo punk
Con “Thunderstruck” de AC/DC de fondo, antes que se levante el telón, sonaba el eco de un riff repetido y un bombo perdido, creando una introducción impredecible. El escenario, sin embargo, no mostró ninguna señal de caos antes del gran estallido: una guitarra apuntando al público como un rifle, una cantante desafiante con una pierna sobre el retorno del amplificador y un público listo para recibir lo que venía.
La guitarrista, Yoyoyoshie, que lidera junto a la cantante, Accorinrin, comparten una suerte de liderazgo bicífalo. Ninguna dejó de agitar ni un segundo. A través de un espanglish un tanto improvisado, Yoyoyoshie primero pidió a la audiencia que coreara “otoboke otoboke” y luego exigió, sin rodeos, “¡cállense!”. Su actitud desenfadada contagiaba.
En los primeros 10 minutos parecía que ya habían tocado una docena de canciones, algunas clásicas y otras de su último lanzamiento Super Champon (2022). Los cambios rítmicos eran vertiginosos y las melodías, en su mayoría, no superaban los dos minutos. Lo que parecía ser una maratón de riffs y gritos se convirtió rápidamente en un show donde las pausas teatrales, las poses y el humor caótico se mezclaban con el punk más crudo. La banda se sumía en poses de estatua, la baterista Kahokiss fingía un estornudo y la guitarrista mordía su instrumento, como si estuviera a punto de desarmarlo.
A medida que el show avanzaba, el público se entregaba más y más. La atmósfera se volvía un pogo interminable, que arrancó a las 21:00 y no terminó hasta que las luces del escenario se apagaron. En ese sentido, la banda sabía perfectamente cómo gestionar el clima, conectando de inmediato con la audiencia porteña, que respondió con entusiasmo, sin importar la barrera idiomática. Al parecer, la energía también es universal.
Un guiño cultural: Otoboke Beaver y Linda Linda Linda
Difícil no pensar en los paralelismos entre Otoboke Beaver y la película Linda Linda Linda (2005), dirigida por Nobuhiro Yamashita. Ambas comparten una visión del punk como medio de expresión, de emancipación y de compañerismo entre mujeres jóvenes. Las Otoboke, como las chicas de Linda Linda Linda, deciden tomar instrumentos y formar una banda, sin que nadie les pida permiso.
La película narra el periplo de un grupo de chicas que, sin ser profesionales, deciden formar una banda de punk rock en un contexto escolar. A diferencia que en la película, Otoboke Beaver sí saben lo que hacen, y son la manifestación adulta de ese mismo espíritu: chicas japonesas que, con una energía imparable y un caos controlado, se presentan sin pedir permiso, sin importar las expectativas ajenas. El punk como camino para romper normas y funcionar como colectivo.
Los bises más extraños que vas a ver en tu vida
La banda se entregó en tres bises frenéticos: en el primero, lanzaron un castor de goma al público, mientras Yoyoyoshie se tiraba de cabeza sobre él, zambulléndose en la euforia del momento. Durante el segundo bis, que duró apenas 20 segundos, el telón se cerró con la aparición fugaz de “We Are The Champions” de Queen, dejando una sensación de deseo insatisfecho, pero rápidamente volvieron por unos 10 o 20 segundos más de distorsión. Sí, hablamos de segundos.
A pesar de su breve pero intensísimo set, Otoboke Beaver demostró cómo se hacen las cosas. Son un fenómeno cultural que conecta diferentes mundos, rompiendo barreras idiomáticas y culturales, mientras gritan su verdad a los cuatro vientos. Como dijeron ellas mismas: “Japón y Argentina están tan, tan lejos, finalmente llegamos, ustedes nos trajeron… así que compren remeras“, que siendo honestos dejaban un poco que desear.
En este encuentro entre dos tradiciones punk, Otoboke Beaver funcionó como un puente que une ambos mundos, un recordatorio de que el punk no tiene fronteras, solo una energía compartida por aquellos que no se detienen. Así, como en Linda Linda Linda, la historia de Otoboke Beaver es una de chicas que formaron banda en la secundaria, y ahora, años después, son las mismas mujeres que recorren el mundo con sus instrumentos al hombro.