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Mi rock perdido

Hubo un tiempo en que el rock era sinónimo de innovación. Las bandas no querían parecerse entre sí y la riqueza consistía en arriesgarse a probar nuevos sonidos. Hoy podríamos decir que en nuestro país ese tiempo ha muerto.

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¿Hace cuánto que no surge un grupo que les parta la cabeza a todos? Teniendo en cuenta que, las principales bandas duermen en sus éxitos pasados y tardan una eternidad en editar nuevo material, los que recién empiezan por lo general buscan el camino más fácil hacia la fama y terminan copiando viejas fórmulas que ya no sorprenden a nadie.

Como claro ejemplo tenemos cientos de imitadores del Indio Solari y de Andrés Calamaro que se reproducen como conejos al punto de que ya existen clones de clones.

Por su lado, las discográficas y las productoras se centran en el éxito comercial y, amparados en la premisa de “mejor malo conocido que bueno por conocer”, casi no le dan lugar a nuevos grupos. Pareciera que si éstos no ofrecen una mezcla de imagen y sonido ganchero, no serán tenidos en cuenta.

Y ni hablar de aquellas bandas independientes a los que todo les cuesta el doble y cuentan con escasa difusión. Para colmo, el efecto post Cromagnon dejó como saldo pocos lugares para tocar, paranoia generalizada y absurdos pedidos municipales. Eso sin contar los numerosos locales que están abiertos en precarias condiciones y aprovechan esa situación para cobrar sumas irrisorias de alquiler aún sabiendo que una nueva tragedia puede llegar a ocurrir.

Por estas razones, es bueno preguntarse qué ha ocurrido para que la actualidad del rock argentino sea tan monótona y ya ninguna propuesta nos sorprenda. Si tenemos en cuenta que Argentina es un país que tuvo a grupos como Manal, Almendra, Pappo´s Blues y Pescado Rabioso (por citar algunos casos) resulta difícil entender por qué actualmente no hay tal nivel artístico y esa sana competencia por ver quién es el mejor. Y aquí no hablamos de ningún tipo de burda nostalgia ni de pensar que todo tiempo pasado fue mejor sino que queremos dejar en claro que nuestro rock está pasando por un momento de baja creatividad.

Si nos centramos en las letras de los temas, vemos una decadencia enorme. Si bien a lo largo de las décadas, siempre hubo letras malas, desde la explosión del “rock barrial” el tema se acentuó aún mucho más y lo que se dice en una canción cada vez tiene menos valor e importancia. La cancha se comió el escenario y los artistas pasaron a arengar al público como si se tratase de futbolistas.

En la década del noventa el barrio se emparentó con lo marginal y con el aguante. Pero ¿alguien puede dudar que Manal fue rock barrial? Y sin embargo, la poesía de Javier Martinez no cae en descripciones pobres sino que, al contrario, sus letras tienen una riqueza muy importante. Como ejemplo de las diferencias y para demostrar dos maneras de ver la realidad del barrio, sirven estos dos fragmentos: “cuando me muera, no quiero flores, quiero que fumen en mi honor, quiero que aspiren y tomen cerveza…” (“Cuando me muera”, Jóvenes Pordioseros, 2001), “Amanece, la avenida desierta pronto se agitará. Y los obreros, fumando impacientes, a su trabajo van. Sur, un trozo de este siglo, barrio industrial” (“Avellaneda Blues”, Manal, 1970).

Evidentemente algo pasó en el camino que llevó a los grupos actuales a no intentar superar lo pasado sino a conformarse con aprender tres tonos y parecerse un poco a Mick Jagger. Y ojo, tampoco es cuestión de defenestrar a los “rollingas” ni a decir que ese movimiento no debe tener una oportunidad de expresión. Pero una cosa es que existan una o dos bandas de ese estilo y otra cosa es que haya cientos de grupos así que, para colmo, casi no se diferencian entre sí.

Algo de esto habrá pensado Diego Capusotto a la hora de crear su personaje “Pomelo” (Peter Capusotto y sus videos, Canal 7). Y qué gran acierto es dicha interpretación, ya que representa exactamente al ídolo rockero de nuestro tiempo. Sería bueno pensar si realmente queremos un futuro lleno de “Pomelos” para nuestro rock.

Claro que tampoco podemos ser injustos y meter a todos en la misma bolsa. También es cierto que numerosos grupos under se animan a salir de los márgenes previsibles. Un claro ejemplo es Blues Motel, que en sus inicios estaba muy emparentado con el sonido de Jagger y Richards, pero que con el correr del tiempo evolucionó en un sonido propio sin traicionar sus raíces. 

Casualmente (o no) estas bandas “diferentes” no están fichadas para ninguna multinacional, como tampoco cuentan con rotación en radios ni sponsors que las solventen. En su mayoría, el público no supera las mil personas pero aun así tienen algo diferente para ofrecer. En un mundo rockero donde el éxito parece estar marcado por la cantidad de gente que asiste a un show, estos grupos demuestran que cantidad no siempre es sinónimo de calidad.

Pero remontándonos nuevamente a los comienzos de este género en nuestro país, vemos que el rock nació como un movimiento contracultural. Perseguido y muchas veces silenciado, se las ingenió para sobrevivir en una sociedad opresiva. Sin embargo, los tiempos fueron cambiando y poco a poco esa marginalidad fue desapareciendo hasta llegar a integrarse al sistema oficial. Hoy en día, el rock ya tiene todo un mercado que gira a su alrededor y hasta suena en la mismísima Casa de Gobierno, situación que parece no incomodar a nadie. A nadie que tenga su carrera hecha y cuente con numerosos  seguidores.

El año pasado, consultado por el tema Cromagnon, Miguel Botafogo decía que “nuestro país es especialista en la desunión y el rock no es ajeno a eso”. Tan equivocado no estaba ya que vemos que no sólo existe desunión con respecto a Cromagnon sino que tampoco hay una cultura de fraternidad entre las bandas. Y así, el “sálvese quien pueda” domina el panorama argentino y, paradójicamente, el rock termina siendo parte de algo a lo que supuestamente le canta en contra.

Reconfirmando estas palabras, también podemos citar al historiador y crítico musical Sergio Pujol que, en declaraciones al Diario Rosario/12, afirmó: ”…el rock ha perdido capacidad de choque fuera de su mundo. Y al ser socialmente inofensivo, da la impresión de estar más manejado que antes por la industria.”

¿Será entonces que para encontrar novedades habrá que levantar las piedras y mirar debajo para descubrir nuevamente la esencia del rock? ¿O será que el sistema se seguirá comiendo poco a poco a las bandas que se intenten correr de los márgenes establecidos? Preguntas difíciles de resolver pero que deberían hacerse los verdaderos protagonistas, aquellos que están sobre el escenario, para juntos engrandecer la historia que supieron comenzar un grupo de náufragos hace ya 40 años.

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