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Kamasi Washington en el C Art Media: el jazz como un universo en expansión

Uno de los músicos más influyentes del jazz contemporáneo se presentó por tercera vez en nuestras tierras. Encorsetarlo al género sería un error de precisión: lo suyo es una galaxia musical en expansión, donde conviven el groove, la improvisación, el alma espiritual de Coltrane, la potencia afrofuturista y la visceralidad del hip hop.

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La presentación de Kamasi Washington llega con un peso simbólico. Sea por azar o diseño -francamente, no lo sabemos-, su show forma parte de un triángulo de fechas que podrían leerse como coordenadas de una constelación artística que redefinió ciertos márgenes musicales en la última década. El 17 de agosto el bajista Thundercat sacudió este mismo recinto y el próximo 4 de octubre, en el estadio de River Plate, se espera a Kendrick Lamar, el rapero de Compton que hace diez años lanzó To Pimp A Butterfly (2015), un disco seminal donde los tres fundieron sus caminos.

Kamasi tocó el saxo y comenzó a trazar su propio mapa allí mismo, en ese disco perfecto. Un antes y un después para el músico. Sus arreglos envolvieron la obra de Kendrick en una dimensión que desbordaba los límites del rap, conectando con raíces profundas del soul, el gospel y el jazz más libre. Como una suerte de llamado a los ancestros: un susurro y un grito a la vez. Allí dejó una marca espiritual.

“Hola, ¿qué pasó?”: el inicio de una ceremonia sonora

La sala estalló en aplausos cuando Kamasi subió al escenario enfundado en un caftán a rombos color turquesa -una túnica ceremonial de ascendencia africana larga hasta los tobillos- con el saxofón como cetro. Hola, ¿qué pasó?, lanzó con una sonrisa cómplice. “Los extrañé, tengo nueva música para ustedes. ¿Están listos? ¡Vámonos!”. Y así nomás, sin escalas, empezó la ceremonia con “Street Fighter Mas” y “Lesanu”, una pieza que funciona como carta de presentación de Fearless Movement (2024): un groove místico que avanza lento y poderoso, como un elefante sabio.

Washington parece un maestro de ceremonias. Cada concierto suyo es un viaje sin mapa, con composiciones largas que se estiran, solos que se abren camino como los meandros de un río, y una banda que respira como un solo organismo. “El groove siempre está, nunca pasa de moda”, dijo en una entrevista reciente con Página/12, y es una máxima que parece grabada en cada una de sus notas.

Cada pieza se desplegaba sin urgencia. Las canciones respiraban y se estiraban. “The Garden Path”, con sus coros que evocan evangelios rotos, fue una experiencia litúrgica. “Asha The First”, dedicada a su hija, tuvo una dulzura casi táctil: el teclado que flotaba como la bruma contando un cuento de cuna galáctico. Por momentos, la audiencia acompañaba con aplausos, como quien acompaña un ritual.

En un momento de pausa, Kamasi tomó el micrófono y pidió: “Un momento por la existencia de la música. Todos hablamos en diferentes lenguas, pero aquí nos entendemos”. Y tenía razón. Porque ahí estaban cientos de personas -algunas curtidas en el jazz, otras recién llegadas- todas rendidas ante un groove ancestral. Esa es quizás su mayor virtud: derribar muros y conectar puntos distantes.

Un idioma universal

La banda no erra. Y si alguien lo hace pasa totalmente desapercibido. En el caso que alguien entre tarde (lo cual parece imposible viéndolos tocar), algún compañero lo cuida y camufla el error. El yerro vino desde el público: alguien gritó “¡Cavani!” en lugar de “Kamasi” para las risas generalizadas.

Hay otra frase suya que captura su filosofía con precisión: “El jazz es como un telescopio, y mucha otra música es como un microscopio”. En tiempos de TikTok y algoritmos que dictan estructuras de tres minutos y el vértigo es el verdadero rey, Kamasi apunta al cielo. Con pocas palabras, invita a ver más lejos; a buscar dentro de lo infinito. Sus discos The Epic (2015), Heaven and Earth (2018) y el reciente Fearless Movement funcionan como manifiestos. Cada uno es una propuesta estética, política y espiritual.

La ciudad recibió a Kamasi con los brazos abiertos. Y no es casualidad: en los últimos años, Buenos Aires se volvió un lugar fértil para el nuevo jazz global. Por aquí pasaron Amaro Freitas, Alfa Mist, Yussef Dayes… Todos ellos, como Kamasi, vienen de esa intersección vibrante entre tradición y ruptura, entre jazz, electrónica, África y barrio.

Con “Prologue (Tango Apasionado)”, celebre pieza de nuestro Astor Piazzolla, Kamasi cerró el show. Fue un final apoteósico, con la banda entera explotando en un crescendo de luz y sonido. Un show que fue una visión y un abrazo y un ritual. En una era donde todo tiende a achicarse y empaquetarse -desde las canciones hasta la atención misma-, Kamasi expande el tiempo y te obliga a detenerte y a escuchar. Al menos por un rato.

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