“Goodbye, adiós”. Así, con una nueva canción -post pandemíca- saluda Árbol a su público. Una canción que le brinda a la icónica banda la bienvenida a una nueva etapa. Violines, melodías nostálgicas y alegres, combinados con juegos de voces. ¿Un resumen perfecto de lo viejo? ¿De lo nuevo? “Nos parecía que estaba bueno para arrancar este momento”, reconoce el bajista Seba Bianchini y admite que no es casualidad haber elegido -tal vez- la canción más marca Árbol de las nueve novedades que conformarán el trabajo titulado Hongo. “Después, va a llegar “Escapar”. Esa es una canción más climática, más densa, oscura, y distinta a muchas de las cosas que hicimos”, adelanta Bianchini.
―¿Cómo se fue conformando este disco?
―En las canciones hay cosas bien distintas que fuimos probando. Mucho trabajo con las voces porque nos gusta explorar por ahí, donde también metimos efectos y laburo con pedales, buscando otras texturas. También, se procesó el audio de manera diferente; le quisimos dar una vuelta de tuerca por ese lado. El disco tuvo un proceso súper largo porque hay cosas que se empezaron a grabar bastante antes. En el medio, salieron reversiones, un cover, volvimos a grabar temas que ya habíamos grabado. Tenemos hace un tiempo todo este disco.
Seguimos pensando en los discos como una obra completa y no solo como sencillos. Estamos acostumbrados a escuchar los discos así, y también nos gusta contar las cosas de esa manera. Pasa mucho con nuestras canciones que, en general, son muy eclécticas y eso hace que sea difícil escuchar una canción por fuera del mismo. Nos atrae pensar en cómo poder sostener la escucha, pensar el orden de las canciones y, por ese motivo, algunos temas que grabamos quedan afuera.
―Este show en Vorterix los encuentra en una nueva etapa de conciertos, ¿cómo vivieron estos años tan extraños?
―Nuestra particularidad es que ya tenemos a la distancia como algo común, algo incorporado. Pablo está afuera la mayoría del tiempo y estamos acostumbrados al trabajo a distancia. Él está en México desde 2011, y desde que volvimos a hacer cosas en 2017 todo se trabaja así. Ensayamos sin él hasta que llega y le damos todos juntos hasta antes del show.
―Muchos músicos aseguraron que la pandemia no les resultó la mejor etapa para componer.
―Me pasó lo mismo. Al principio era “uh, que bueno, voy a componer un montón, a leer, ver películas”, y la verdad que no sucedió. Esa sensación de estar pedaleando en el aire, de no saber qué va a pasar en el futuro, a mi me costó. Hubo mucho bloqueo por ese motivo. El tener los engranajes aceitados hace que todo el proceso compositivo también fluya, y cuando todo se frena y no sabés para donde va nada, es difícil. Sí lo disfruté al principio, pero me costó sacarle provecho para desarrollar.
―¿Cómo es un show de Árbol hoy? Sobre todo cuando estamos más viejos, tanto arriba como abajo del escenario…
―Una de las primeras cosas que noté en esta vuelta fue que perdí una costilla: me metí en el pogo de “Ji ji ji” y me di cuenta que ya no soy tan elástico, así que eso cambió (risas). Pero en sí, la energía es la misma, no cambia. Me parece que es una experiencia que está buena vivir, por lo menos es lo que me dicen los que van a nuestros shows. Yo lo disfruto mucho y hay mucho feedback.
A primera escucha, uno desglosa la letra de la nueva canción y se encuentra delante de una separación, algo que la banda vivió en algunos momentos, primero con la partida de Edu Schmidt, su líder compositivo, y luego cuando, casi sin comunicarlo, dejaron de tocar en vivo. “No estuvo pensada desde ese lugar”, aclara Sebastían, “pero sí hubo en Árbol una primera instancia cuando se fue Eduardo que fue un momento doloroso para nosotros”.
―¿Cómo vivieron lo que sucedió después?
―Cuando decidimos parar, Pablo se fue a vivir a México, seguimos en contacto, pero dejamos de tocar todos juntos. No llegó a ser una separación, pero dejamos de tocar y tuvimos que resolver cuestiones prácticas de gastos que teníamos que, al principio, no queríamos; decíamos “si paramos seis meses, sigamos sosteniendo”, hasta que la cosa duró mucho más y no se podían seguir bancando todos esos gastos.
―Cuando se fue Edu vos empezaste a comandar las composiciones, ¿cómo viviste ese proceso?
―Siempre, en los proyectos que estuve, componía. En Árbol, también. Lo que pasaba con Edu, era que él trabajaba muy bien sobre las composiciones de los demás, aportando cosas que ayudaban. A mí siempre me gustó el mundo de la composición. Tuve suerte que en el primer grupo que toqué a los 13 años ya me dieron ese lugar, me acuerdo que me preguntaron si hacía temas y dije que sí, pero no había hecho nunca nada. Me dijeron “traete un tema”, y como estábamos viendo -en primer año del colegio- el Minotauro, así se llamó la primera canción que llevé. Eso que pasó me dio la confianza para encarar ese universo. Después, fui estudiando y aprendiendo mucho, y ahora doy talleres que tienen que ver con la composición. Aprendimos un montón trabajando con Gustavo Santaolalla. Era el ‘98, ‘99, no teníamos acceso a tanta data y era todo verlo ahí, desde la propia fuente.
―¿Dónde se podría decir que está el aporte fundamental de Santaolalla?
―En la oreja, tiene una oreja especial. Pocas veces le pifia en algo, logra encontrar esas cosas que a uno le cuestan un poco más. Tiene una visión clara de lo que quiere y la lleva adelante, respetando los proyectos siempre. Ahora, en este nuevo disco, participó de invitado en la canción “Lobo solitario”, produjo las voces también y, además, está Quique Rangel de Café Tacvba tocando el bajo. De alguna manera, todo esto cierra un círculo, porque nosotros accedimos a Gustavo a través de ellos, por haberles alcanzado la producción independiente que teníamos. Le contaron de nosotros a Santaolalla que estaba armando su sello y ahí nos quiso firmar. Si no hubiese sido por ellos, tal vez no llegábamos a donde llegamos.
―¿Los hacía componer mucho?
―No es que nos hacía componer mucho, sino que nosotros componíamos todos. Pedía temas y se los mandábamos. Preguntaba si había más y le mandábamos más, y desde ahí ya le mandábamos como sesenta canciones. A veces, decía “me falta algo” y eso significaba que había que mandarle más. De repente, un disco de 12 temas eran como cuatro discos que le habíamos mandado. Nos costó bastante siempre reutilizar esas canciones que mandábamos. Algunos temas se usaron, pero muchos quedaron clavados ahí para siempre. A veces, cuesta más reformular algo que ya estaba hecho para convertirlos en algo nuevo. También te dan ganas de explorar otras cosas que, por algún motivo, no se eligieron en su momento.
―¿Qué te queda de esa época tan frenética que vivió la banda en la década de 2000?
―Me hubiese gustado disfrutarla y valorarla más, porque mi sensación de los momentos en los cuales con Árbol estábamos más arriba y explotando todo, era de que había una cosa de no disfrute. Todo era muy grande, era mucho quilombo. Era todo tan grande que pasaba que había chicos que se nos tiraban encima, arriba de la camioneta, y era un “che, nos vamos a lastimar”. Eran cosas raras. Después, también el hecho de cansarte de eso, de querer estar en tu casa y no tanto de gira; el tema es que después decís “que boludo, quiero estar todo el tiempo de gira”. Me siento muy agradecido de todo eso que pudimos hacer. De poder recorrer todo el país, de conocer tantos lugares, que nos hayan recibido tan bien en todos lados, eso fue muy lindo. Con el tiempo, uno con la sabiduría va siendo menos pelotudo y valora todo eso cada vez más.