Steven Wilson
Steven Wilson: "Crecí escuchando ABBA"
20 de Mayo, 2018
Influenciado por los gustos musicales de su madre, el rey del prog publicó To The Bone, su disco más ATP hasta la fecha.
Durante toda su carrera, Steven Wilson se encargó de sortear todo tipo de clichés, y aunque parezca increíble, o una paradoja, hubo uno del que no fue capaz de escapar: el mismo que lo convirtió en músico. La historia comienza con el típico chico introvertido, que creció cerca de una estación de trenes y que por no ser bueno en deportes se refugió en la seguridad de su cuarto, escuchando discos, para abrir un vortex, un portal, que jamás se cerraría.
Esa sobreestimulación terminó por convertirlo en un completo y autodidacta compositor, productor, ingeniero de audio, guitarrista, tecladista, bajista y flautista. Pero no sólo fue producto del talento, sino también de la ayuda de su familia: “Mi padre era una persona muy artística, muy científica, él era un genio en la electrónica. Siempre me alentó hacia lo que me hiciera feliz. Me construyó instrumentos, me dio la parte electrónica de la música y las armas para explorar ese impulso creativo que tenía. Me admiraba por tener esa habilidad. Siempre me decía: ‘No escuches lo que la gente dice, hacé lo que vos creés’”.
A través de toda su discografía, Wilson, con diferentes proyectos, jamás se quedó en un lugar confortable: saltando del ambient noise de Bass Communion, al prog rock psicodélico de Porcupine Tree; incursionando en el trip hop onírico de No-Man, o pasando al art rock de Blackfield. Su actual carrera en solitario lo disparó, más que nunca, hacia lugares inexplorados que lo pondrían bajo la lupa.
Los lanzamientos de The Raven That Refused to Sing (And Other Stories), de 2013, y Hand. Cannot. Erase, de 2015, lo terminarían por consagrar como “el rey del prog”, aunque odie el mote. Como era factible, ante esta situación, Wilson mutó, dio vuelta la página y escribió To The Bone (2017), un álbum más simple, envuelto en pop, inspirado por So (1986), de Peter Gabriel, Hounds of Love (1985), de Kate Bush, Seed of Love (1989), de Tears for Fears, y Andy Partridge, de XTC, quien le dio el nombre a la placa. Muchos fans expectantes con la remera de King Crimson quedaron atónitos al escuchar el falsete a lo Prince en “Permanating”, con su correspondiente videoclip lleno de mujeres bailando, cual producción de Bollywood. Fue tal en cimbronazo que produjo el cambio, que un periodista de la revista Metal Hammer concertó una entrevista y viajó a Londres para decirle en la cara que su disco “era una mierda”.
Aun así, Wilson viene de hacer tres shows sold out en el Royal Albert Hall, posicionándose como un ícono fuera de serie, amante de la música analógica, que poseé más de 10.000 discos en su casa. Se trata del mismo que en su momento se animó a destruir un IPod (literal), como repudio al sonido compacto en versión mp3. Acá su historia, desde su infancia hasta su exitoso presente. Steven Wilson, tómenlo o déjenlo.
-¿Qué recordás de los tiempos en los que ibas a la escuela de Cavendish, en el Reino Unido, donde formaste Paradox, tu primera banda de metal?
-En 1988, cuando tenía 12, la primera música con la que realmente me involucré fue la que provenía de la NWOBHM -New Wave of British Heavy Metal-, inspirada por bandas como Saxon, Iron Maiden y Diamond Head. Estaba muy motivado por ese sonido y con un par de compañeros del colegio formamos Paradox. Empezamos a componer canciones y el primer show que hicimos fue en la escuela, donde los alumnos podían hacer presentaciones de 20 minutos. Fue probablemente el susto más grande que tuve en mi vida: parado ahí, frente a mis compañeros, haciendo música. Fue aterrador. Era muy tímido en esa época, pero fue algo que tuve que superar para cumplir mis metas y poder mostrar algo que viene del corazón y del alma. Tengo grandes recuerdos de ese show.
-En algún momento planteaste que eras “invisible para el mainstream”, pero tus últimos discos te dieron mayor exposición. ¿Cómo te llevas con esa clase de “éxito”?
-Es un proceso muy gradual, To The Bone definitivamente me llevó hacia otros públicos, pero no podemos olvidar que es un tiempo difícil para los que hacemos rock. No sé si pasa en la Argentina, pero en Europa y en Estados Unidos la radio, la televisión, la cultura en general, está dominada por el pop, el R&B, el hip hop, la electrónica. El rock está muy devaluado. Inclusive el heavy metal, que es uno de los movimientos más grandes del mundo, está ausente en el mainstream. No obstante, siento que estoy alcanzado más gente, pero lograr que cada individuo llegue a mi música, es una batalla contra el contra mainstream en sí mismo.
-Hablando del nuevo disco, en “Permanating” mostraste tu lado pop y enfureciste a varios. ¿Dónde surge tu cercanía con ese género?
-Viene de mis padres, que tenían gustos muy variados. Mi padre escuchaba cosas más conceptuales, como The Dark Side of the Moon (1973), de Pink Floyd, y mi madre estaba más apegada a los Bee Gees, Donna Summer, amaba a ABBA y a The Carpenters. Entonces, podía escuchar tanto esa música intelectual, como un pop de calidad. Siendo tan joven, no entendía la diferencia entre las dos, porque eran igual de mágicas. El encantamiento de las notas, las armonías, el ritmo, crecí con un amor compartido por esos dos géneros. Es algo que te marca el camino para toda la vida. Todavía no admito la idea de los límites musicales, cuando una canción es buena y te toca emocionalmente, no importa el género, es maravilloso.
-Siguiendo con To The Bone, ¿“The Same Asylum as Before” tiene un concepto político alrededor?
-La idea es sencilla, no importa qué político votes, siempre estamos en el mismo manicomio. Tenemos esta cosa en Inglaterra, donde decimos “libertad, servicios y democracia”, pero los políticos están seteados para responder que todo lo que está haciendo la persona que ocupa el cargo actual está mal. De esa manera, votás a una nueva persona, que afirma hacer las cosas diferentes, llega al poder y nada cambia.
-Conectando con lo que decías, de los géneros y los límites, Miles Davis solía mencionar que él no tocaba jazz, sino que hacía “música social”. Es sabido que odias el término prog, y que también definiste tu obra como mierda rara, ¿cómo explicarías tu sonido actualmente?
-Estoy en un momento de mi vida donde miro a los artistas que admiro, David Bowie, Prince, Kate Bush, o Frank Zappa, y pienso “¿cómo los describiría?, ¿qué tipo de música hace Bowie?". Y la única respuesta es: “David Bowie suena a David Bowie”. Después de 25 años de hacer discos, estoy en un estadio donde siento que me gané el derecho de decir que, lo que hago, suena a Steven Wilson. Ahora tengo una personalidad reconocible y única, que no tiene nada que ver con los géneros, sin la necesidad de meterme en la caja de lo progresivo, del metal, del ambient, o lo electrónico. Estoy en este instante donde espero que estas ataduras musicales, estas definiciones, se vuelvan irrelevantes, que puedan escuchar mi música, y ver mi sello.
-En el documental “Ask Me Nicely” (2017), dijiste que eras improducible, ¿qué te hizo cambiar de idea y elegir a Paul Stacey (Oasis, The Black Crowes) para ayudarte en To The Bone?
-Estaba buscando un co-productor, alguien que me empujara para concentrarme en las canciones, en las melodías, y no en el lado más conceptual que tuvieron los dos discos anteriores. Quería que To The Bone sea más directo, necesitaba alguien para que me desafíe, que no dejara moverme fuera de ese marco. Por eso el álbum es más accesible y fácil de escuchar.
-Sos un artista muy camaleónico, ¿pero cuánto te ayudó en eso trabajar como solista y rotar los músicos que te acompañan?
-Mucho. Como músico, lo primero que tenés que reconocer es que lo único que no puede cambiar nunca, sos vos. Siempre sos el mismo, en cada situación y en cada disco. Claro que tengo mis clichés, de los que siempre tiro, y mi zona de confort, donde trato de volver de vez en cuando. Pero es importante evolucionar, y por eso Bowie era tan bueno, porque pensaba: “Si queres seguir creciendo, cambiá a la gente que tenés alrededor, que contradigan tus ideas”. Fue lo que traté de hacer, más que nada en mi carrera solista.
-A partir de las descargas, primero, y de Spotify, después, la música se convirtió en un pedazo de software. ¿Creés que de alguna forma perdió su esencia?
-Está cambiando hacia algo diferente. La idea de que alguien se siente y escuche un disco de principio a fin, o los dos lados de un vinilo, o un CD de 50 minutos, es una actitud que no podés esperar. Es una costumbre que está desapareciendo, ya que se consume música a través listas y canciones individuales. Lo bueno es que a los jóvenes cada vez les importa menos los géneros, no les interesa si es metal, o country, o pop. Si a ellos les gusta la canción, la eligen. Sin embargo, ya no existe el mismo sentido de conexión con la música. Es triste ver cómo la musicalidad es cada vez menos importante. Si ponés la radio y escuchás una canción de pop moderno, todo gira alrededor de la voz líder, no hay interés en escuchar otros instrumentos. Nací con bandas como The Police, donde podías reconocer su bajo, su batería y su guitarra es un instante, sin saber qué canción estaba sonando.
-Muchos fans están expectantes ante la posibilidad de un segundo disco de Storm Corrosion, el grupo que compartís con Mikael Åkerfeldt, de Opeth. ¿Esto podría ser real?
-Hay una chance, cada vez que lo veo a Mikael hablamos de eso, pero siempre estamos muy ocupados con nuestras carreras y familias. Creo que un día a va pasar, y cuando suceda, la música será muy distinta a la del primer disco -Storm Corrosion, 2012-. Porque nos encanta sorprender a la gente. Todos esperaban que hiciéramos algo híper pesado y fuimos por lo opuesto. Dijimos: “Si vamos a hacerlo, que no sea lo obvio”. El próximo álbum estará compuesto bajo esa misma filosofía.
-Remezclaste discos de diversos artistas en sonido surround 5.1: Jethro Tull, King Crimson, Gentle Giant, Yes. ¿Cuánto aprendiste de ese proceso?
-Al final del día, me considero no tanto un cantante, pero sí un productor y compositor. Son las cosas que me definen. Encarando este proyecto de remixes, con álbumes clásicos de los ‘70 y ‘80, aprendí mucho del proceso que los músicos usaron para crearlos. Disfruté el poder desarmar y volver a construir su música. Ahora soy un mejor productor, a raíz de los trucos que adquirí haciendo esto.
-Reconociste que las chances de una reunión con Porcupine Tree eran de cero, pero en la gira hay muchas canciones del grupo. De algún modo, no le das la espaldas a tu pasado, sigue estando esa conexión...
-Claro que sí, olvidate de Porcupine Tree por un momento: esas canciones son mías y existen desde mucho antes de que el grupo las grabara. Cuando las toco en los shows, no distingo si una está en To The Bone o In Absentia (2002), son todas de Steven Wilson. Estoy muy orgulloso de muchas de esas composiciones.
-Hablas de tus presentaciones como una extravaganza multimedia, ¿qué representa?
-Trato de llevar el show a otro nivel, tanto en lo visual como en lo musical. Tenemos sonido cuadrafónico, que viene por detrás, muchas pantallas y una transparente frente del escenario, donde proyectamos imágenes holográficas. Es un concierto muy largo, de dos y media a tres horas, y también muy visual, con temas de Porcupine Tree, de Blackfield, y de mi etapa solista. Es una experiencia mágica.
*Viernes 25 de mayo en Groove, Avenida Santa Fe 4389. A las 19.