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Octafonic

Nico Sorín: "Octafonic es la metamorfosis de Yupanqui y Britney Spears"

Cronista: Fernando Canales | Fotos: Gentileza prensa

28 de Abril, 2018

Nico Sorín: "Octafonic es la metamorfosis de Yupanqui y Britney Spears"

El cerebro detrás del monster.

Nicolás Sorín es sin duda uno de los músicos y productores más calificados que habitan la escena local. Con 17 años, dejó atrás su pasado punk y su banda de covers de Bad Religion y NOFX, para iniciar una travesía en la universidad de Berklee (Boston, Estados Unidos), en la cual terminaría tres carreras: composición de jazz, de música clásica, y para películas.

Durante un tiempo, sus creaciones fueron interpretadas en Estados Unidos y Europa, tanto por orquestas como por big bands. A los 21 recibió un "Premio Clarín" y dos "Premios Cóndor", por la música de la película "Historias Mínimas" (2002) y "El Gato Desaparece" (2011). Su nutrido conocimiento también lo llevó a trabajar junto a Miguel Bosé -vivió tres años en su casa-, Shakira, Alejandro Sanz, Juanes, y Jovanotti, y hasta dirigir la prestigiosa London Session Orchestra.

Actualmente, reparte su tiempo y su inquieta personalidad entre Sorin Octeto, Fernández 4 y Octafonic. Este último, con el que se presenta este sábado en la Tangente, nació de forma traumática. En 2013 el músico viajó a Base Marambio a escribir un sinfonía para la Bienal de Venecia y en el gélido lugar sufrió una parálisis en el (músculo) serrato mayor. La lesión se curó, un año después. Sin darse cuenta, envuelto en un ataque de inspiración forzada, producto del dolor y del insomnio, comenzó a componer lo que sería el primer disco de Octafonic.

Como si fuera un experto jugador de TEG, las fichas y los dados de Sorín atacan -con composiciones intrincadas- varios estilos: el jazz, el rock, el pop, la fusión, por eso a la hora de encasillar al grupo, éste se encuentra en el purgatorio musical. Aún con su tres proyectos activos, el cantante mantiene su apetito al dente y voraz: “Sigo poniéndome más obstáculos para hacer cosas nuevas, que me inspiren. Encontrarme con más retos, porque esa es la forma en que las cosas se ponen divertidas”.

En pareja con Lula Bertoldi, cantante de Eruca Sativa y con quien tiene un hijo, muestra en esta nota las partituras de su vida, que cuentan con fuertes borracheras y con budas entrando a cajeros automáticos.

-¿Cómo fue ese traspaso tan abrupto del punk que tocabas de joven al esnobismo académico de la Berklee? Muchos se lo imaginan como Wishplash (2014).

-La vi y me pareció una película espantosa, muy fuera de lo que es la realidad de la vida de un estudiante que está metido y experimentando. Volviendo a lo otro, más allá de lo que significaba el punk para mí, estaba la emoción de poder estudiar algo nuevo, otro género, sumado a la parte académica. Era el sueño de irme a la Berklee. Todo era parte del mismo camino relacionado con la música.

 -Los dos discos, Monster (2014) y Mini Buda (2016), fueron inicialmente creados a partir de dos circunstancias bien distintas, y en locaciones diferentes, la Antártida el primero y Tailandia el segundo. ¿Cuán distinto fue el proceso de composición y el resultado, según la dinámica que motivó a cada uno?

-Monster, de alguna manera, empezó como un proyecto personal, escrito para una banda que no sabía cuál iba a ser, era probar. Un experimento. Ya para Mini Buda, Octafonic estaba armado, fue mucho más fácil decirle a la música lo que tenía que hacer, y no al revés. En lo que respecta a la geografía, Monster ocurrió en la Antártida, con esbozos y como resultado de la inspiración de ese momento de mi vida. En realidad, estaba escribiendo otra cosa, y terminó siendo eso, como un leitmotiv para todo lo que después vino en el álbum. Y en Tailandia se dio el un puntapié de la idea original de Mini Buda, aunque tampoco es un disco muy conceptual. Me acuerdo de ir por la playa, anotando cositas en servilletas o en lo que sea, era muy gracioso. De hecho, el álbum se iba a llamar Mini Baba, hasta que vi un buda entrar a un cajero automático y eso cambió todo (risas).

 -¿Qué click te hizo en la cabeza el pop, después de haber compartido escenario y ver cómo Miguel Bosé movía el culo, para después canalizarlo o no en tu música?

-No sólo movía el culo, eh (risas). Resultó una experiencia musical muy fuerte, porque tuve todo a mi disposición. Quería una marimba baja, la tenía; quería una orquesta de cuerdas, me la daban. Terminó siendo un lugar de aprendizaje increíble. El pop siempre me gustó. Me encantaban los Beatles. Antes de irme a estudiar, siempre tuve al género presente. Fue como reencontrarme con eso, después de haber estado perdido en la música serial, en la de impacto, más académica, la cual me dio muchas herramientas. Volví a estar cara a cara con las composiciones más sencillas, donde la cosa no pasa sólo por lo sonoro, sino por el espectáculo. Octafonic, en ese sentido, también cambió mucho. Antes íbamos a tocar para la gente y se acabó. Ahora, está la puesta en escena, las luces, etc. Ese reencuentro con el pop, entre otras cosas, fue como una regresión.

 -Por estar afuera estudiando, acá dejaste pasar la chance de ser contemporáneo de García, Spinetta, Páez. ¿En algún momento te arrepentiste de eso?

-Si hubiese querido, tenía tiempo para descubrirlos, hay que tener en cuenta que me fui a los 17. En mi grupo de amigos no se escuchaba demasiado eso y uno se apega a las cosas por las influencias cercanas. Hay momentos en los que sí, me arrepiento, porque cada tanto descubro cosas que me matan y porque está bueno buscar un referente local, y no (siempre) John Lennon. Pero tampoco me quita el sueño, sigo escuchando música y los referentes van cambiado todo el tiempo. Uno se hace fan de un grupo, máximo, por una semana. No se puede escuchar todo lo que hay.

 -En su página web definen a Octafonic como “physical rock”. La palabra físico puede ser violento, carnal, un examen. ¿Cómo lo explicarías vos?

-Yo no inventé eso (risas), pero está bueno, aunque lo definiría como “ludical”, para el lado del juego. Obviamente, en los shows se pone bien  física la cosa, pero supongo que tiene que ver más con el juego de Octafonic.

 -Hay algo de la esencia del rock progresivo en tus temas, por lo rebuscado. ¿Escuchabas esas bandas o eras más un punkero hecho y derecho?

-No, no las escuchaba, para nada. No me gustan. Me lo preguntan todo el tiempo. Es verdad que soy rebuscado, pero de alguna manera, no me sale escribir algo simple, porque pienso que para poder hacerlo, tengo que tener la mejor idea del mundo, sino siento que ya lo escuché. No es que trato de complicar la cosa, aunque sí lo hago, pero si no aporta nada nuevo, lo siento trillado. Es una cuestión de personalidad.

-Hablando de complejidad, una vez dijiste que tu idea, o tu sueño, era hacer un hit. Si estás buscando una especie de “Despacito”, quizás este no sea el camino...

-Es mi idea, eso no quiere decir que vaya a llegar (risas). En mi cabeza siento que quiero hacer las cosas más fáciles, pero Octafonic tampoco es una banda que sea imposible de escuchar. Apunto a encontrar la fórmula de “Despacito”, sin hacer “Despacito”.

-Igual, dentro de esa progresión que manejan los temas, todo está bajo un hilo groovero. ¿Cuán difícil es lograr eso?

-Generalmente, hay un motivo que se repite, o el famoso bombo en negras, o una polirritmia, o una pandereta, para que la gente baile de una o de otra forma. Me gusta eso, la ambigüedad que tiene el ritmo de poder pensarlo, o de bailarlo en diferentes métricas. Hacemos más hincapié en eso que en la parte armónica. Agarramos un bisturí y le damos al ritmo entre todos y después lo armamos.

 

-Afirmaste que en Octafonic el mensaje es a través de la música, que por eso cantás en inglés, pero siempre hay una excepción a la regla, como la canción “Rain”, donde hay una profundidad y un misticismo especial, ¿no?

-En realidad, lo digo por falsa modestia, pero hay buenas letras, como el caso de “Love”. No es que no nos importa, nos interesa más la música, quizás. En el caso de “Rain”, está la letra en conjunción con lo sonoro, me gusta cómo está escrita y la melodía. Como habla de algunos temas que son terribles, el acompañamiento tenía que ser serio -NdlR: es la historia de una nena que mira por la ventana, que tiene miedo de que no pare de llover, y no pueda salir a jugar nunca más-. Debe ser la canción más poética que tenemos.

 -Recién nombraste “Love”, donde está la frase “el amor es un término metafórico que te eleva”. Ahora que sos padre, ¿esa frase se resignifica?

-No, en realidad lo que estaba haciendo era tratar de meter una especie de cuota científica, estaba en un momento en el que decía: “Sí, el amor es una glándula que te fumás y listo” (risas). Y ahora que soy papá, no me creo en absoluto esa canción, y nunca me la creí, porque es una manera muy clínica de ver algo que es mayor a nosotros. Uno cuando canta, se mete en el personaje, como en el cine, así que es un poco lo que hago, me meto en el cinismo del tema y la paso bárbaro.

 -Y entonces, ¿qué personaje cinematográfico hay detrás de la canción “Whisky Eyes”? ¿Hay algo especial o sólo una fuerte borrachera?

-Es una fuerte borrachera. Era una palabra que me gustaba decir, “whisky eyes” (ojos de whisky), eso también pasa por lo gestual, y por lo que la frase significa para uno. Es una cosa más personal, pero en línea generales, pasa por una muy buena borrachera.

 -Si tuvieras que completar la frase “Octafonic es la metamorfosis de…”, ¿qué dirías?

-Upa (piensa)... Octafonic es la metamorfosis de Atahualpa Yupanqui y Britney Spears (risas).

*Sábado 28 de abril en La Tangente, Honduras 5317. A las 21.

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