Abril Sosa
"No hago discos prefabricados, juego con mis emociones"
28 de Agosto, 2017
A días de presentar su segundo trabajo solista, el cantante se sincera con este medio y reconoce que ya no le pesa la herencia borgeana a la hora de componer. "Dejé que las canciones surjan", admite.
Abril Sosa acaba de lanzar su segundo trabajo discográfico como solista, Canciones para que me crea (2017), y lo presentará en La Trastienda Samsung el viernes 1 de septiembre. Su pasado en Catupecu Machu y Cuentos Borgeanos como un camino hacia el presente, la introspección a la hora de componer y una trilogía de discos que encuentra en este álbum el primer paso hacia dicho proyecto.
-Comentaste que toda tu carrera fue un camino hacia tu último disco. ¿En qué momento estás?
-En el comienzo. Estábamos terminando de grabar y escuchar unas pre-mezclas en El Pie –estudio de Alejandro Lerner– y sentí eso: llegué al lugar donde quería estar como artista. Siempre fui una persona muy inquieta, como si Catupecu Machu, Cuentos Borgeanos e incluso El Piloto Ciego (2012), mi primer disco solista, fueran un preámbulo para esto que estoy haciendo ahora. Eso me da cierta sensación de liviandad y de frescura, ¿no? Me encuentro en esa especie de felicidad que suponen los comienzos, no me siento con la pesadez de veinte años de carrera, de haber girado, de haber hecho muchísimas cosas encantadoras, las cuales también van a formar parte del show de La Trastienda.
-También agregaste que te sacaste cierto peso de encima a la hora de componer, que no te preocupaste por “simplificarte”.
-Con el tiempo uno va perdiendo ciertas voces. A la hora de hacer una canción, cuando la compones con una banda, llegás a la sala, la mostrás y a partir de eso se van armando cosas. Pero cuando componés solo llega un momento en el que no sabés qué estás haciendo. Están todas esas voces interiores que uno tiene: diálogos con un periodista o un amigo imaginario que te dice esto está bien o mal. Creo que ahora rompí con esas conversaciones internas y dejé que las canciones surjan. Años atrás, mi esposa, que es mi crítico más cruel, me dijo: “La mayoría de tus letras no se entienden”. Ella es una gran lectora y entendí desde qué lugar lo decía. Quizá inconscientemente en este disco busqué esa manera de soltarme más. Muchas veces me sentí con cierta obligación: “Bueno, tengo una banda que se llama Cuentos Borgeanos, vengo de la herencia de la literatura…”. Entonces, escribir era como un peso; y ahora no importa. Lo que esté diciendo va a estar bien.
-¿Te ponés en el lugar del que te va a escuchar? ¿Sentís una responsabilidad al componer?
-Creo que empezás a hacer eso en una segunda instancia. El artista es medio onanista, medio masturbatorio. Hay canciones que quedaron afuera del disco que yo las sigo escuchando y digo: “¡Guauuu, soy Lennon!”. Temas de siete partes que me encantan, pero después llega la siguiente instancia en la que pensás en trazar un puente lo más directo posible hacia el otro. Por suerte, tengo una compañía que no me pidió “Despacito”, de hecho, no escucharon el disco hasta que se terminó. En definitiva, hago canciones para el otro. No las hago para mi ego, por más que te reciba con este banner egoico y narcisista, que no lo puse yo, lo puso el sello.
-¿Ahí entra en juego tu esposa?
-Mi mujer es el público en general, de alguna forma. No toca ningún instrumento, pero sí es una gran escucha de música. Sabe mucho, además. Ella fue un primer filtro antes que las canciones lleguen a Pablo Romero –productor del disco–. Al ser solista o componer solo siempre está bueno tener el feedback de alguien más. Como te decía, nunca sabés si lo que estás haciendo está bueno o es una mierda.
-¿Te da más trabajo componer una letra que la música?
-Más que la letra o la música, el tema es mi personalidad perezosa. Si bien trabajo mucho, lo hago en períodos comprimidos y cortos. Siempre me gustó la postura de Juan Carlos Onetti, un escritor al que admiro mucho, que decía: “Yo no puedo escribir de 8 a 18. Yo escribo cuando me sale”. A mí me pasa lo mismo. Para este disco me hice un home studio en el cuarto de mi hijo, donde compuse y grabé los demos e intenté hacer esto: lo dejaba a él en el jardín, volvía y me sentaba ahí como si fuera horario de oficina. Terminaba escuchando un álbum o viendo algún video. Realmente no me sirve esa forma. En cambio, “Canción Para la Soledad” la compuse en el sillón con la guitarra mientras esperaba que mi esposa se cambie para salir.
-¿En algún momento te invadió la culpa por forzarte a escribir al estilo horario de oficina y no poder hacerlo?
-Sí, me pasa que en esos momentos que estoy trabado me pregunto por qué no le dedico más tiempo. ¿Por qué me como esta de hacerlo obligado cuando me nace naturalmente? Pero no hago discos prefabricados en mi cabeza, juego con mis emociones más profundas y es difícil enfrentarse con eso.
-Está la idea de que la noche y las salidas inspiran. Sabina dijo que desde que dejó de salir no tiene ideas para componer. Pero tu disco es puertas para adentro, podríamos relacionarlo con la intimidad de Amor Amarillo (1993) de Gustavo Cerati o de Artaud (1973) de Luis Alberto Spinetta.
-Es muy significativo eso. Yo admiro a tipos como René de Calle 13 o Silvio Rodríguez, que cuentan historias del afuera. Todo lo que yo hablo son pensamientos, emociones y perturbaciones psicológicas que suceden en mi casa. El segundo disco de Cuentos se llama Misantropía y me siento así. Soy una persona que ante cualquier opción elijo estar en mi casa, pero no soy antisocial. Y a la hora de componer lo que me inspira son esas cuestiones existenciales. Para mí este disco es el análisis de la incomunicación entre las personas, sobre todo los amantes. Y esos quilombos pasan adentro mío y de mi casa. Es decir, en el hábitat que yo habito. Siempre me interesó eso: el asunto de la muerte, del amor, de la vida. Son temas fundamentales y muy atractivos a la hora de hacer una canción; y los que me salen naturalmente.
-¿Por qué grabaste todos los instrumentos?
-Fue un año y pico de pre-producción. Hay algo que la mayoría de los músicos hacen: los guitarristas en su mayoría tocan el bajo, el piano, pero difícilmente toquen la batería bien o relativamente bien. Y yo cuento con eso, soy baterista también. Podés ser un bajista medio choto que se sostiene. Entonces, ¿por qué no lo hago? Ya conocía tanto las canciones… Si no, era ponerme a ensayar con una banda y decirle al batero: “Che, acá no metas el tom, mejor meté el beat así”. ¡Para eso lo hago yo! Estuvimos 15 días en estudio El Pie y lo grabamos en 12. Excepto algún arreglo, tenía bien en claro qué era lo que quería grabar.
-¿Te definís con algún instrumento más que con otro?
-No, yo soy un desastre con los instrumentos: los pierdo, los rompo, los presto y no los recupero. No me enamoro de una guitarra ni le pongo un nombre.
-Pero eso te define como músico.
-Sí, por eso no me considero netamente un músico, más bien soy un artista. Porque a mí no me interesa el medio, sino lo que quiero decir. Si viene una dictadura en donde se prohíbe tocar música, voy a pintar o a escribir o a agarrar una botella para golpearla y expresar eso que me pasa. Me gustaría ser más amante de los instrumentos, pero ya me pasó en Cuentos Borgeanos, que a veces me aburría de la guitarra, y otras no.
-Al grabar un disco, ¿el objetivo lo proyectas a futuro?
-No, porque de lo contrario lo condicionaría a cómo lo voy a tocar. Yo soy muy fanático de (Robi) Draco Rosa; y él siempre realiza las canciones muy diferentes en vivo, medio improvisadas. Yo no improviso, pero me gusta la frescura. Tanto que tengo dos shows en vivo a partir de este álbum: uno es con banda y otro es en solitario. Como el LP es más bien minimalista, se puede llevar a una cosa medio electrónica, entonces me arreglo solo con violas y loops. Nunca va a ser igual al disco.
-¿Y la presentación en La Trastienda?
-Es con banda. Habrá grandes amigos de la música. A otros los invité, pero no pudieron, como Ricardo Mollo, que estuvo en varios momentos importantes de mi vida. Lamentablemente, me quedo con las ganas, porque quería tocar la batería con él. Yo tuve dos maestros en la batería: uno fue Fernando (Ruiz Díaz), que me quemaba la cabeza, y el otro fue Divididos. Cuando no ensayaba con Catupecu, me ponía los discos de ellos en mi casa y tocaba encima. Ya se va a dar.
-¿Canciones para que me crea es el primer paso de una trilogía de discos?
-Sí, así lo propusimos con Pablo Romero. Cuando empezamos a armarlo vimos que había materiales que eran interesantes, pero que no se podían mezclar y que así y todo eran frescos. Si escuchás el álbum entero, cosa que no le exijo a nadie porque muy pocos lo hacen, te das cuenta que empieza re cancionero y en la mitad se vuelve medio electrónico. Eso es el pase de posta al siguiente disco.
-Quiere decir que el siguiente disco está bastante avanzado.
-Sí, por lo menos el encare.
-¿Vas a editarlo en dos EP como hiciste con este último?
-No lo sé, es que cambia todo tan rápido. Sábato decía: “El tiempo existencial es cada vez más chiquitito. Nos morimos tan rápido”. Y es verdad, todo pasa muy rápido. Esto de sacarlo como EP fue una prueba de subirnos a cómo se consume la música hoy en día. Quizá el año que viene se pone de moda escuchar canciones de nueve minutos. Por eso yo soy muy admirador de Gustavo Cerati. Para mí, él nunca fue un adelantado como dicen. Fue un moderno. Estaba en la música que tenía que estar en el momento adecuado. Y yo intencional o naturalmente intento seguir ese legado.
*Viernes 1 de septiembre en La Trastienda Samsung, Balcarce 460. A las 21.