Revista El Bondi - 15 AÑOS DE ROCK
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Mandinga Tattoo Show

"Muchos en el rubro se creen estrellas de rock"

Cronista: Lucas González | Fotos: Jose Fuño

04 de Marzo, 2016

"Muchos en el rubro se creen estrellas de rock"

Por segundo año consecutivo la convención más importante del género vuelve a la Rural.

Se viene la doceava edición del Mandinga Tattoo Show, el evento que realiza el estudio tradicional estudio Mandinga y que, por segundo año consecutivo, se hará en la Rural. Sin embargo, no viene mal hacer un repaso de cómo se llegó a tal acontecimiento. Hace 22 años que están en la misma galería (fueron tres locales diferentes), en la calle Murguiondo, en el emblemático barrio de Villa Lugano. En el medio, su creador, Diego Staropoli, llevó la marca, por dos o tres años, a Mercado Central. Mejor dicho, a un baño del centro comercial. La idea era abaratar costos y tatuar lo más posible.
 
"Tengo 25 años en el negocio y nunca aprendí a dibujar", espeta Staropoli y asegura que, su fuerte, pasa por copiar bien. "No me considero un tipo creativo, como mi hermano o alguno de los chicos que también trabajan conmigo, soy un copiador", asevera y agrega: "Soy de la vieja escuela, de los 90, cuando todo era más simple".  
 
Asimismo, el tatuador reconoce que el quiebre fue hace 12 años, en el local anterior. "No dábamos a basto. Teníamos turnos hasta 3, 4 de la madrugada", recuerda. Sin embargo, y pese al éxito obtenido,  no se la cree, tampoco se come el verso del hombre de negocios. "El problema es la gente que está arriba y no sabe lo que es pasar hambre. Pero, peor es el que está arriba, piensa que se come a los pibes crudos y se olvida de dónde viene. Eso es lo más terrible que te puede pasar en la vida", asegura.
 
-Tenes 45 y a los 17 te hiciste tu tu primer tatuaje. ¿Cómo surgió la idea?
 
-De pibe era rolinga. Acá, en Lugano, o eras eso, o skater -le decíamos conchetos- o heavy metal. Pero algo eras. Hubo un día en el que uno de los chicos que paraba con nosotros cayó con una lengua Stone: a color, chiquita, una locura. Entonces, nos contó que se la había hecho en Mercado Central, y ahí fuimos, a buscar al tatuador. Después de dar muchas vueltas y de preguntar, lo encontramos, atendía adentro de un baño. El tipo no dibujaba, copiaba. Recuerdo que me hice una rosa, como la que tenía Paul Stanley (Kiss), me costó 30 pesos de la época. Recuerdo que con esa experiencia me enamoré del tatuaje. Era algo loco, diferente. De hecho, mi sueño, por mucho tiempo, fue tener una Harley y recorrer todo el continente tatuando. Era muy hippie la idea, pero fue mi motivación en los primeros años. 
 
-Cuando arrancaste, ¿eran muchos tatuando?
 
-No, muy pocos. Estaba Cacho, el que me había tatuado, y diez tipos más.
 
-O sea, eran una suerte de cofradía, de hermandad.
 
-No, no, era un odio total. Cada tipo nuevo significaba una competencia. Era decir: ¡Ahora somos once, basta! Fue una época en la que podías pasar semanas sin hacer un laburo. Por eso mismo decidí mudarme de Lugano al Mercado. Fue así que terminé ocupando el puesto (o sea el baño) que Cacho usaba como estudio.
 
-Ahí llegaste en el año 93, 94, según comentaste. ¿Qué te dejó la experiencia?
 
-Aprendí mucho. Hoy ves a varios que tatuan y se creen estrellas de rock, son arrogantes, mal educados. Me indigna ver a los pelotudos que atienden a la gente como si le estuvieran haciendo un favor, cuando en realidad es al revés. Yo sé que Mandinga no es un local más, sería un hipócrita si lo negara. Somos protagonistas en la movida del tattoo. Además, hicimos una convenció -la del año pasado- que estuvo entre las cinco más grande del mundo, tenemos un programa de televisión, apadrinamos escuelas rurales. Y, sin embargo, cada día que pasa trato de ser más humilde. Yo disfruto más de la gente simple. Por eso Mandinga nació en Lugano y va a morir acá. 
 
-Siempre apostaste por el barrio.
 
-Sí, inclusive, a fin de año vamos a estrenar un local, el más grande de Lugano (600 metros aproximadamente). Va a tener de todo. Y yo, con la plata que me costó eso, podría haber puesto un local en Palermo, re contra cheto, y manejar otro público, que estoy seguro que vendría, porque tengo muchos clientes que vienen de allá, pero eso lo sentiría como una falta de respeto a mi barro. Estoy orgulloso de que estemos acá. Nosotros tratamos de la misma manera al que te cae con un Audi o al pibe que cuida coches y junta moneda por moneda para tatuarse. El que quiera tatuarse en Mandinga, que venga a Lugano.
 
-¿Tenes algún tipo de límite a la hora de tatuar?
 
-Sí y no. Por mucho tiempo no tatué manos, caras, porque soy más de la vieja escuela. Siempre trato de aconsejar. Igual, estoy medio retirado, lo hago una o dos veces por semana. Pero siempre tratamos de hablar. Lo que pasa es que ha mutado todo. Las cosas que antes eran re locas, hoy son normales. Si te vas hacer una poronga al lado de la boca, no cuentes conmigo, porque sé, a conciencia, que te estoy arruinando la vida. 
 
-Algo que te diferenció del resto, por ejemplo, son las intervenciones a mujeres que sufrieron cáncer y le extirparon las mamas.
 
-Debo ser el único que lo hace gratis. Bah, eso creo. Siento que hay cosas con las que no se lucran, yo tuve una mala experiencia con el cáncer en mi familia, y me hace bien. Muchos tatuadores cobran una pelotudes por eso, cuando es un trabajo de mierda, que a lo sumo tardas quince minutos. Se aprovechan de la situación. En mi caso, tengas o no plata, no lo cobro.
 
-¿Esa actitud generó algún tipo de bronca entre tus colegas?
 
-Ojalá, me daría placer. Y que esa bronca después de transforme en conciencia y de se den cuenta que no todo pase por la plata. Todo vuelve, loco.
 
-Volviendo las convenciones. ¿Qué recuerdo tenes de la primera, cuando todavía se llevaban a cabo en el Hotel Bauen?
 
-De haber soldado las estructuras de los stands, con un amigo, hicimos las divisiones. En esa época teníamos un Falcon negro, que había sido taxi. Como no teníamos para el flete le pusimos un colchón arriba y lo llenamos de caños. Venía un pibe en cada ventana atajando las cosas, todo esto por Avenida Callao.
 
-¿Cuánto tiempo te lleva organizarla?
 
-En el Bauen, con tres meses de laburo fuerte la organizaba. Y en la Rural, termina en marzo, descanso lo que resta del mes, y en abril ya estoy empezando. Son diez meses intensos. Pensá, en el Bauen eran 80 stands, acá son 240. Antes eran 70 tatuadores, ahora 700. Quizás este tipo de eventos lo debería llevar a cabo una empresa. Me causa mucha gracia cuando la gente cree que habla con un empresario.
 
-¿No te llegaron propuestas?
 
-Sí, una vez, había venido cierto personaje, por un stand, con la novia. Divinos los dos (risas). No es que me sienta menos, pero soy más de barrio, y el pibe me hablaba como si yo fuera Corcho Rodríguez. Me tiraba terminologías raras, pensando que yo era un par. Y cuando me preguntó qué opinaba, le dije: “La verdad, no te entendí una mierda. ¿Por qué no me hablas de nuevo, en castellano? Me trataba como a un empresario y aborrezco la pedantería de la gente de mierda, que cuando están un poco más arriba creen que se llevan el mundo por delante. Yo no puedo pelear contra el personaje.
 
-Y dado que la anterior fue la primera en la Rural, ¿qué balance hiciste?
 
-Y, vinieron 40 mil personas. Todavía no lo puedo creer. El último día, el domingo, salí a caminar por el predio, y me impresionó la gente que había para entrar, haciendo la fila. Muchos me pedían una foto, me dio una vergüenza. Imaginate, yo sólo soy un psicópata al que se le ocurrió hacer una convención de tatuajes. Es poco creíble la convocatoria, encima, no tenemos ni un sponsor. Nadie se quire arriesgar por algo así. 
 
-¿Proyectas algo mucho más grande que esto?
 
-Sí, toda la Rural. Además, estoy organizando la primera convención de tatuajes en La Habana, Cuba. Está confirmada en un 90 por ciento. Para que te pasen las cosas, tenes que estar en movimiento. Otra no queda, negro. 
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