Revista El Bondi - 15 AÑOS DE ROCK
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Frans Banfield

"El rock se paga o se apaga"

Cronista: Lucas González | Fotos: Gentileza: Prensa

04 de Febrero, 2015

"El rock se paga o se apaga"

Directo y frontal. Así es el cantante y compositor Frans Banfield, quién en el 2002 fue a probar suerte a España, en donde formó Phantom Club, una agrupación influenciada por la música negra. Luego de más de una década en el extranjero, decidió volver al país para formar a Los Hijos del Rigor, banda que lo acompaña en la actualidad. “El mundo es mi casa y Buenos Aires siempre será mi colchón”, afirma. 

Dirigida por el enigmático Tim Burton, El Gran Pez (2003) presenta a Edward Bloom, un anciano (Albert Finney) que –producto de una desmejora en su salud- le narra a su hijo, una vez más, las múltiples historias que atravesaron sus años mozos (encarnados por Ewan McGregor). Éstas, teñidas de rasgos fantásticos y ficticios, muestran a un personaje que pasa por diversas vicisitudes, alocadas por momentos. Ya sea por el destino –para algunos ya está escrito- o por un designio divino, existen quienes su vida parece estar signada por hechos de gran trascendencia. Ese podría ser el caso de Francisco Ons –quien posteriormente se rebautizaría como Frans Banfield-, un joven nacido en la Zona Sur de la Provincia de Buenos Aires, que a los 14 años grabó su primer demo gracias al padrinazgo de Ricardo Tapia. “Fue después de entregarle un casette a la salida de una Trastienda”, rememora entusiasmado Francisco. Años más tarde, el país se sumergiría en una de las crisis económicas más grande de su historia, las cacerolas copaban la parada y el “Que se vayan todos” era la banda de sonido, en el medio, un corralito bancario y el adiós a los ahorros. El panorama (desalentador) fue el catalizador para que el joven, que recién finalizaba el secundario, tomara la decisión de emigrar hacia España: “Como tenía pasaporte por parte de mi viejo, decidí ir a probar suerte. Era eso o quedarme a remarla de administrativo en la empresa de él”. Y no lo dudó.

“Al mes que llegué a Tui -pueblo fronterizo con Portugal-, empecé a laburar en un bar, ahí conocí a un guitarrista que estaba formando una banda instrumental, onda Zeppelin, y luego yo le puse mis temas. Así nació Phantom Club”. La banda en cuestión fue un proyecto que lo tuvo al mando durante diez años (actualmente se encuentra en un impasse), cosechó una buena cantidad de seguidores (“un promedio de 350 personas por show”) y el reconocimiento de la prensa especializada. De la vida allá, Frans señala: “Los cinco primeros años laburé de todo, pero mis dos horas diarias de ensayo con la banda no me las sacaba nadie. En el 2007 decidí dedicarme de lleno a la música”. Y además, agrega enfáticamente que “producto de los pocos años que tienen de escena rockera–gracias a la extensa dictadura franquistas-, y de la escasa cantidad de letristas, había muchísimo por hacer musicalmente hablando, a diferencia de nosotros que llevamos cincuenta años tocando rock”. Su insistencia dio frutos y editó Funksonia –masterizado por Claudio Gabis- y Muchas noches, buenas gracias! (registro en vivo que además fue publicado en DVD que cuenta con la participación de Andy Chango y Ariel Rot, a quien Frans marca como “el precursor de toda la movida junto a su banda Tequila”). A la suerte, indefectiblemente, hay que ayudarla.

Motorizado por el amor-sentimiento genuino y movilizador si los hay-, decidió en el 2011, acompañar a su pareja de aquel momento, la violinista Patricia Moon, a Estados Unidos, por una beca que ella había obtenido para estudiar en Barklee. Inquieto, y fiel a su estilo, formó una banda de covers con músicos locales, a la cual bautizó Los Ramírez. “Le pusimos así para joder a Los Rodríguez”, apunta entre risas y admite que “allá el músico tiene más prestigio que un abogado”. No obstante, de aquel viaje también surgió la posibilidad de trabajar, por medio de algunos “contactos”, con el productor Jonathan Winter –colaboró con Nirvana, Pink Floyd y David Bowie, entre otros- para lo que fue Muchas noches, buenas gracias!. Una vez más, el sueño del pibe se hacía realidad.

Y como en toda historia, inevitablemente, siempre hay un retorno. Así fue que, en el 2013, el cantante decide volver al país “a raíz de un mambo personal”. La idea, cuenta, era recuperarse emocionalmente. De esta manera, fiel a esa personalidad inquieta que le cuesta ocultar –incluso a la hora de conversar-, decidió reunir un grupo de músicos –entre los que se encuentra el bajista Brian Moure, quien también integraba Phantom Club- y formar Los Hijos del Rigor, banda que lo acompaña en vivo y con la cual editó Raro como encendido (2014). Sin embargo, el cantante reconoce: “Me cuesta decidir un lugar fijo. De los doce años que estuve en España me moví por nueve ciudades, he vivido un años y pico en Estados Unidos. El mundo es mi casa y Buenos Aires siempre será mi colchón".

-La idea de armar la banda, ¿surge antes de que te decidieras volver o fue posterior?
-Fue todo casual. No tenía pensado venir para acá, mis planes eran vivir en España por el resto de mis días. Allá dejé Phantom Club, una banda con diez años de carrera. El último año, previo a la vuelta, empecé a componer temas que nada tenían que ver con lo que estaba haciendo, tenía ganas de cambiar, de desnudarme musicalmente, mostrar otras influencias, como las de Spinetta (Luis Alberto) o Tapia (Ricardo) y no hacer tanta música negra. Quería sensibilizarme, y para ello necesitaba un formato más reducido. Este año fui cuatro meses a España a tocar, en el 2013 también. Es decir, si puedo estar la mayoría del año en Buenos Aires y hacer los veranos allá, ¡lo voy hacer! Porque tengo gente, un público, una vida a la cual no pienso renunciar, ya que me costó tanto trabajo conseguir.

-Te fuiste a Europa en el 2002 y volviste en el 2013, con dos escenas musicales completamente diferentes, en lo que respecta al rock nacional. ¿Con qué te encontraste a tu regreso?
-A fines de la década pasada había música con la que me podía identificar, ahora me parece que el rock está muy simplificado. Me gusta mucho Lisandro Aristimuño, Kevin Johansen, esas corrientes. Pero no me entusiasma que en tierras de Cerati, Homero Manzi, Borges o Cortázar se escuchen letras como las de Salta la Banca o Las Pastillas del Abuelo. No le veo coherencia, no me parece que se haya aumentado el nivel. También veo más libertad, se abrió la cabeza. El rock llegó a los de más abajo, gracias a personas como Pity Álvarez (cantante de Viejas Locas).

-¿Y a qué crees que corresponda ese simplificación?
-Todos te exigen la canción para la radio, la que se pueda silbar y a mí no me surge. Yo hago música que me sale del cuerpo, de manera natural. Además, el público se volvió menos exigentes. Si hoy aparecieran por primera vez bandas como Almendra o Invisible, todas las discográficas y festivales le cerrarían las puertas, a quién le interesarían. El sistema quiere la melodía fácil, el Palito Ortega del rock. Algunos logran conseguirlo, a otros no les llegó el momento o no están dispuestos.

-Hace poco se aprobó la Ley de Centro Culturas, ¿estás al tanto de lo qué eso significa?
-La vi por arriba, no me detuve a leerla con exactitud. Me parece que está bien, sobre todo porque, entre uno de sus puntos, vos podes abrir el espacio mientras estés en trámite. Seguramente, va estar el piola de turno que se monte boliche bailable con el cartel de Centro Cultural. Me da igual quién haga las medidas mientras sea a favor de la cultura, porque soy agnóstico políticamente. Estoy defraudado por los políticos, no por la política.

-¿Es más difícil vivir de la música acá qué en España?
-Es igual de todos lados, depende cómo te la rebusques. Para vivir de esto no cuento sólo a Los Hijos del Rigor: tengo mi banda de versiones para eventos privados, salgo trabajar solo, a dúo, con Claudio Gabis, con Ariel Rot, grabo para otros, hago temas, de manager. No podes estar sentadito con tu guitarra y esperar vivir de tus canciones.

-¿Había o hubo cierto prejuicio por parte del público por tu nacionalidad?
-Para nada loco. El único episodio de xenofobia lo tuve con un uruguayo. Imaginate, me dijo “sudaca” (risas). Nosotros hemos exportado a Mercedes Sosa, Calamaro, Moris, nos tienen un gran respeto porque nos ven como un pueblo culto. Sí me arriesgo a decir que a un venezolano o a un colombiano le tienen cierto recelo. Es verdad, también, que en estos últimos años, desde los medios se ha querido enemistar a España con la Argentina, ya sea por la expropiación de Repsol YPF o por lo que sea. Todo se amplificaba, pero en líneas generales nos tienen cariño.

-¿En qué momento aparece Gabis en tu vida?
-Cuando teloneamos a la Mississippi en Madrid, en marzo del 2006. Empezamos a charlar en los camarines. Ahí con la banda sólo teníamos tres demos. Luego de seis o siete meses lo llamo y le pido si podía mezclar y masterizar el disco debut de Phantom, lo cual aceptó encantado. Luego comencé a organizarle giras por Galicia, en donde nosotros éramos su banda. Y así fue todo los años. Aparte de eso, él una vez al año organiza recitales multitudinarios en Madrid con todos los músicos argentinos que viven ahí, y me empezó a llevar. En ese momento fue cuando conocí a todos: Calamaro, Coti, Rot y otros no tan conocidos, pero igual de importantes, como Gustavo Gregorio.

-¿Te sentís una persona diferente por el hecho de haber vivido allá?
-Sí, eso te abre la cabeza. Si no hubiera salida de Banfield sería un pendejo que no tiene ni puta idea del mundo. Caminar por la vida, sin un mango en el bolsillo y con el cagazo de quedarte en la calle todo el rato, te activa la cabeza. También me siento más llorón. El miedo a saber si estoy invirtiendo bien mi juventud siempre está. Es muy difícil, porque uno tiene treinta y un años y ves que no te podes comprar una casa, hay meses en los que no tenes un mango en el bolsillo. Son cosas que vive una sociedad “normal” y que te meten en esta mierda de sistema consumista de vivir con más de lo que necesitamos.

-¿Pero eso también lo sentías allá?
-Sí, pero acá lo noto más. Esta es una sociedad más conservadora, en el sentido de que a determinada edad te imponen a que tengas un hijo, una casa y un auto. Y al ser músico te hacen sentir que vivís a contracorriente. El propio sistema se emperra en que no te escapes. Todos dicen que bien que vivís: todo el día viajando, en la fiesta de este o conociendo a tal otro. Y nadie, como canta Calamaro (N.de la R.: se refiere a la letra de “El Cantante”), pregunta si sufro, si lloro, si tengo una pena que hiere muy hondo. Claro loco que la tengo, porque van pasando los años y te atrapa el miedo a no tener tu propio lugar.

-¿Cómo te encontró la crisis del 2008 allá?
-La sentimos porque la música vive de la guita oficial. Los grandes festivales que hacen en los pueblos y ciudades les pagaban fortuna a los músicos. Se gana bien… se ganaba bien. Una banda como Phantom, que no era muy conocida, iba a tocar a un pueblo y nos pagaban cuatro mil euros.

-¿Era fácil llegar a tocar en esos festivales?
-No, había que hacer contactos. A mí me costó tres años de hacer bares y carretera. No es nada fácil. Allá está todo divido entre los socialista y los de derecha, y las productoras que hay por pueblo, según quién esté en el gobierno, está casada con tal o cual, y ellos acaparan todo. Por eso, primero hay que meterse en el bolsillo a la productora para llegar a la municipalidad. Cuando llegó la crisis lo primero que hicieron fue recortar en la cultura, y pasaron de tener cuatrocientos mil euros para contratar al que quisieran y meter artistas locales, a pensar propuestas originales con presupuestos muy bajos. Ahí fue cuando los del medio nos quedamos sin laburo, y lo poco que había quedó par los grandes.

-¿Y cómo influyó eso en el circuito?
-Sufrió un bajón importante. Una banda como la nuestra ponía las entradas a cinco o diez euros, lo que vale una copa de whisky. Llegué a la conclusión de que el español no resigna un cuba libre ni empedo. En cambio, el argentino es capaz de pagar la entrada de un boliche y tomarse un litro de cerveza entre cuatro amigos, pero si tiene que poner trescientos pesos para ver a Roger Waters o la banda del barrio los pone. Y eso es lo que me gusta a mí: el rock se paga o se apaga. Dentro de él conviven músicos, sonidistas, fleteros, manager, prensa, etc. En un segundo te batí la gente que vive de una banda. Entonces, si los conciertos son gratis, ¿cómo mierda sobreviven?

-Teniendo en cuenta tu historia, el haber emigrado a otro continente, hacerte de un nombre allá, conocer y compartir una relación con grandes músicos como Gabis o Calamaro, ¿te consideras un afortunado en la vida?
-No tengo la autoestima muy alta en ese sentido. Todo lo que tengo y toda la gente que conocí me ha costado sangre y sudor. Hubo que demostrar que era un tipo de confianza, que tenía hambre, que no estoy en la música para ganar minitas ni tener un prestigio en la sociedad. Por ejemplo, a mi Tapia me produjo el primer demo, después de conocerlo con catorce años en La Trastienda. Luego yo lo llevé a tocar a España, ahí conocí a Gabis, gracias a él a Rot y Calamaro, y todo se va armando. Van contando con uno porque yo no fallé cuando tenía que estar. Soy mi amigo de muchos rockeros en las malas, no solamente en las buenas. La pelota vuelve. De lo único que me siento afortunado es de ser músico. Del resto me siento muy agradecido.
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