Burning
Dulces Dieciseis
11 de Diciembre, 2007
Los españoles de Burning muestran otra manera de hacer rock “a lo Jagger/Richards”.
Cuando al abrir un disco se lee la frase “esta placa fue hecha por amor al rock and roll y a los stones”, lo más posible es que nos venga a la imaginación una suerte de engendro “viejita” de los que los cien barrios porteños nos han inundado en el último tiempo. Sin embargo, lo que sucede es que “Dulces Dieciséis” es el décimo tercer disco de Burning y ellos no vienen de Mataderos ni Lugano, sino de Madrid.
Esto no significa que ensayar en las cercanías del Santiago Bernabeu haga a una banda más o menos que la que se junta a tocar a la vuelta de la Bombonera, pero no deja de ser un dato relevante, puesto que la idea de potenciales “pomelos” queda afortunadamente descartada.
“Dulces Dieciséis” es una especie de “Grandes Éxitos Unplugged” de estos madrileños que llevan ya tres décadas en la ruta. Pero además, muestra que es posible levantar una especie de “altar musical” a los Rolling Stones, sin que ello signifique un culto al reviente ni a la chatura estructural del autodenominado “rock barrial”. Y no por ello este quinteto de gallegos cuarentones tiene menos “actitud” rockera que el resto. Las motos, los anteojos negros y las camperas inundan de punta a punta el arte del álbum de los madrileños.
Musicalmente, sin dudas la referencia ineludible son las dos primeras décadas de los Stones, con muchas guitarras acústicas y alguna armónica revoloteando aquí y allá, dejándose seducir tanto por bases rockeras como bluseras.
Sin dudas, el motivo por el que hay que hacer una diferencia al hablar de este “rock stone” respecto de su versión argenta, es la capacidad musical e instrumental de la propuesta de Burning. Solos, slides, arreglos y arpegios decoran delicadamente los 67 minutos del disco. Por supuesto, esto no quiere decir que deje de tratarse de rock en cuatro por cuatro, sino todo lo contrario. Las canciones hacen de ello más su estandarte que su esencia, pero la ejecución y la composición están a años luz de lo que estamos acostumbrados a ver por estas tierras.
Como es de esperar en un disco cuya tapa es una guitarra y unos anteojos negros sobre una campera de cuero, las letras siempre rondan historias de bares, y relatos sobre amoríos (ya sean truncados o de una noche). Sin embargo, no es que uno le perdone a las bandas de afuera lo que no le permite a las locales, sino que una cosa es escuchar la frase “de rodillas por detrás es como te gusta más” en un solo verso del disco, y otra es hacer de los machismos y el reviente los latiguillos comunes a toda composición. No es lo que se dice, sino cómo se lo dice.
Básicamente, la edición local de este trabajo de Burning logra mostrar que puede hacerse rock and roll sin caer en la chatura. Si se buscan paralelismos, bien podríamos señalar un camino similar al que transita Viticus a nivel local. “Dulces Dieciséis” demuestra además que el rock bien ejecutado no sólo conserva su pureza aún cuando se empuñe una guitarra acústica, sino que sigue siendo de las más hermosas melodías de las que el hombre pueda disfrutar.