Duendes Negros
Deliciosamente
20 de Octubre, 2007
Segunda producción independiente de Duendes Negros. Rock and roll de barrio, pero con algunas pinceladas del blues y demases.
Como todo barrio de la capital (y del conurbano también), Saavedra no es ajeno a estos tiempos en que el rocanrol copó por completo la escena. Y seguramente, en las paredes de García del Río o Ruiz Huidobro ya debe haber alguna pintada de Duendes Negros. Seis pibes (algunos más, otros menos), que sacaron su primer disco en 2005, y que buscan hacer pie con el reciente “Deliciosamente” (o “DeliciosaMente”, juego de palabras al que invita la negra portada).
El puntapié inicial lo da una seguidilla de “rocanroles” bien arriba (“Donde no hay duendes sin hadas” y “Deliciosamente”), de esos efectivos como para abrir un show y que todo el mundo se venga para adelante. Ni que hablar de “Caliente fuego vivo”, con una percusión al estilo de Sympathy for the Devil, y un ritmo pausado que trae la imagen de la piba subida en hombros que se sabe la letra de memoria.
Sin embargo, a medida que avanza el disco, la banda logra ampliar un poco más el horizonte, visitando algunas corrientes más apegadas al viejo rock and roll. Una guitarra acústica bien sureña marca la intro de la introspectiva “Mi santa fe”, mientras que “Despierto en casa” tiene uno de esos riffs bien 70’s de los que obligan a mover el piecito. Además, la historia de un amor truncado y la botella de whisky terminan de darle ese aire rocker a la canción. Lo mismo para corre para “Salvame”, en donde la armónica hace pensar en algún saloon perdido en el medio de Texas.
Precisamente, son las guitarras de Mariano y Lucas Vázquez las que logran darle algo de vitalidad al disco, al despegarse un poco de los clichés de rock barrial a los que estamos cuadradamente acostumbrados. Sobre todo a la hora de abordar el costado más blusero de la banda, o en el arranque casi country de “Ardiendo”.
A pesar de ello, el disco parece por momentos estancarse en algunos lugares comunes. Ya sea porque el registro de Javier Sarmoria termina por asimilarse demasiado al de otros cantantes cuando la banda recae en fórmulas más conocidas, como la estirpe rolinga de “Monedas”, el desamor en forma de balada en “Secando Lágrimas”, o el tinte ricotero/callejero de “Un buen hombre”.
Más allá de que el disco se torne algo intermitente, los Duendes Negros dan indicios de una búsqueda que va más allá de la simplicidad a la que lo barrial nos tiene acostumbrados, con guiños al rock más tradicional (es decir, rock and roll en lugar de rocanrol). Después de todo, se ha dicho más de una vez que las bandas definen su sonido en el tercer disco, así que todavía les queda tiempo.
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