Revista El Bondi - 15 AÑOS DE ROCK
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The Police

La fascinación de tres caballeros ingleses

Cronista: Pablo Andisco | Fotos: Beto Landoni

02 de Diciembre, 2007

La fascinación de tres caballeros ingleses

The Police cumplió el sueño de más de una generación y presentó en River un concierto de antología, con un sonido impecable y una puesta de luces de las mejores que se recuerden. Como telonero actuó Beck, una caprichosa idea de la producción.

Cuenta la leyenda que en 1980 un trío en su apogeo visitó la Argentina y brindó dos shows, uno en el Estadio Obras y otro en la disco de moda, New York City. Pocos años después ese trío se separó, pero sus canciones perduraron por años y su cantante mantuvo el romance con el público argentino, presentándose otras cuatro veces como solista en nuestro país, y dos de ellas en el sitio en el que empezaba a caer la tarde y el calor del domingo perdía la batalla contra una brisa sorpresiva y agradable. La leyenda, The Police; el estadio, River; y esa sensación única de que algo histórico está por suceder.

Pero faltaba todavía para el plato fuerte. A las 19.30, Beck, el impensado telonero que abrió los shows en Argentina y Chile, subió al escenario para recorrer su discografía durante una hora. En su segunda visita a la Argentina (en la anterior, en el 2001, compartió fecha con Divididos y REM) el rubio sorprendió con una propuesta bastante cruda, una banda potente de dos guitarras, bajo, batería y teclados, y una estética de boina y melena, en la línea Neil Young/Kurt Cobain. No faltaron temas como “The new pollution”, “Devil Haircut” ni “Girl”. Pero el concierto de Beck difícilmente pase a la historia: un sonido con varios decibeles por encima de lo aconsejado y la indiferencia desde y hacia el escenario hicieron que hasta un megahit como “Loser” pasara prácticamente inadvertido. Las preguntas surgen solas: ¿Era necesario ubicarlo como soporte? ¿No hubiese sido mejor, para él y para sus fans, organizar un concierto aparte?
 
Una hora más había que esperar y los que recién entraban se sacaban fotos para el recuerdo, mientras otros elegían un combo bastante saladito: paty a secas con coca aguada, 10 pesitos. Lejos del lleno del sábado, apenas las populares estaban colmadas, con una correcta concurrencia en las plateas y algo más de la mitad en el campo trasero. Sí, al igual que en el show de Roger Waters, se produjo la división del campo. Si esta práctica se va a hacer costumbre, sería bueno que el escenario esté algunos centímetros más alto. Desde lejos, poco se ve.

Finalmente las luces se apagaron y desde los parlantes comenzó a sonar el “Get up, Stand up”, de Marley & Tosh. Con puntualidad inglesa, a las 21.30 el trío que comandó la transición de los ’70 a los ’80 arrancó con “Message in a bottle”, uno de sus superclásicos. Le siguió “Sinchronicity II” y lo que parecía una escenografía austera era en realidad dos grandes pantallas a los costados del escenario que mostraban el inconfundible tricolor del álbum “Sinchronicity”. A partir de allí habría mucho para ver: los tres plasmas detrás del escenario, los otros cuatro ubicados en el campo o la mencionada estructura, algo así como un gran cartel luminoso que adquiría diferentes efectos según el tema.

La banda se presentó en formato trío, sin agregados, ideal para apreciar las virtudes de cada uno de los músicos. Sting mantiene su registro prácticamente intacto y asume el rol de frontman: “¿Quieren cantar?”, pregunta y encuentra complicidad en “Walking on the moon”. Cada tanto intenta un jugueteo con el parco guitarrista Andy Summers.

Mucho se habló de la indiferencia de los músicos arriba del escenario, sin embargo no hace falta que intenten demostrar un cariño que tal vez ya no exista. Lo que realmente interesa, la química musical, se manifiesta intacta. Summers se preocupa por tocar y dibuja en su Stratocaster arreglos diferentes a los originales y demuestra por qué fue uno de los guitarristas más influyentes de su tiempo. Stewart Copeland, con su manos enguantadas y su particular empuñadura comanda tras los parches y tiene su momento en la notable versión de “Wrapped under your fingers”, en la que golpea platillos de todos los tamaños y hasta se da el lujo de tocar el gong.

El sonido, quedó dicho, fue impecable. Cuatro torres de sonido ubicadas en diferentes sectores del campo entregaron nitidez y volumen en su medida exacta. La lista de temas estuvo dentro de lo previsible, quizás las ausencias de “Bring on the night” y “Sinchronicity I” integren la columna del debe. El público, una heterogénea mezcla de fanáticos de aquella época con sus respectivas familias, rockeros de diferentes palos y cholulos que no se pierden una, no mostró la efervescencia que se esperaba. Quizás ignoraban que la banda había elegido los conciertos de Buenos Aires para incluir en el DVD de la gira. Lo cierto es que las arengas de Sting (a cantar, a aplaudir, a levantar las manos) no siempre fueron correspondidas.

Pese a ello, hubo momentos en los que River se transformó en una gran pista de baile: “De do do do, de da da da” o “Every little thing she does is magic” por ejemplo, con las luces bombardeando campo y tribunas. Otros fragmentos fueron más relajados, como “Driven to tears” o “Invisible song”, con las pantallas mostrando imágenes en vivo pero en blanco y negro, contrastando con las fotos en color de los niños pobres de África, en el momento políticamente correcto correspondiente. Con una versión bien rockera de “Can’t stand losing you” y una excesivamente arreglada de “Roxanne” finalizaron la parte principal del concierto.

Casi sin demoras llegaron los bises: “King of pain”, “So lonely”, con un notable solo de Summers y “Every breath you take”, por escándalo la más coreada de la noche. Hubo un amague de retirada, pero Andy quedó solo en el escenario, y con cara de “¿y estos adónde se fueron?” arremetió con una versión aún más punk de “Next to you”, con las pantallas emitiendo flashbacks en blanco y negro de los tiempos de gloria. Ahora sí, abrazo del trío y reverencia final, señales inequívocas que luego de casi dos horas la fiesta llegaba a su fin. Saludos del público, sin histerias ni pedidos de bises, apenas un aplauso sostenido, con sabor a poco teniendo en cuenta la magnitud de lo que acababan de disfrutar. En contrapartida con otras visitas internacionales, esta vez fue la gente la que no estuvo a la altura de las circunstancias.

The Police brindó uno de los mejores shows que se recuerden por estas tierras. Un sonido ajustado, una innovadora puesta de luces y unos cuantos clásicos imbatibles barrieron los malos augurios. Ok, los músicos cobraron fortunas y probablemente no se puedan ni ver, pero arriba de las tablas, donde se ven los pingos, demostraron estar a la altura de la leyenda.

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