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Yo La Tengo en Deseo: un secreto apenas velado

Antes del torbellino eléctrico del Music Wins, Yo La Tengo encendió velas en lugar de amplificadores, en un show íntimo que fue una celebración de la simpleza, el amor y la amistad.

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Yo La Tengo eligió el silencio antes del ruido. “Mañana vamos a volvernos locos, pero hoy vamos a cantar canciones bonitas”, anunció Ira Kaplan con una sonrisa cómplice, como si revelara un pacto íntimo con el público. En el pequeño escenario de Deseo, el trío —Georgia Hubley, Ira Kaplan y James McNew— desplegó un recital suave, lleno de matices y pequeños relieves. Una noche de luces tenues, guitarras sin distorsión y una calidez doméstica que pareció trasladar al público a un living compartido.

La banda abrió con un gesto democrático: cada uno de sus integrantes cantó una canción. Primero Georgia con “Tom Courtenay”, luego Ira con “Griselda” y finalmente James con “Stockholm Syndrome”. Fue entonces cuando llegó la primera disonancia de la guitarra acústica de Kaplan, ese sonido que raspa sin estallar, como si contuviera la electricidad de los shows que vendrían. Georgia tocó de pie una batería reducida, al estilo de Maureen Tucker de The Velvet Underground, pero sin aquella ansiedad juvenil: la suya es una energía contenida, casi maternal. El bajo de McNew, en cambio, sonó como un susurro, un hilo grave que mantenía en pie la delicadeza general.

El club de los que ya sabían

Hay algo en el ADN de Yo La Tengo que parece inmutable: una suerte de espíritu de banda que ensaya en un garaje, como si nada hubiera cambiado desde entonces. Esa mezcla de sencillez y misterio, como si supieran algo que los demás no alcanzamos a entender. Tal vez el secreto esté en su naturalidad: “Hacer música juntos siempre nos resultó algo natural”, dijeron en una entrevista reciente con Indie Hoy. Esa naturalidad se siente como un código privado entre tres personas unidas por el amor (el de Ira y Georgia) y la amistad (la de ambos con James). Una química que, cuatro décadas después, sigue siendo el centro de su leyenda.

Yo La Tengo tiene su estatus de culto sin buscarlo. Son una banda prolífica y generosa, que muta y juega sin preocuparse por el tiempo o las modas. No necesitan demostrar nada: pueden ser los headliners de algún festival boutique o tocar a las cinco de la tarde antes de artistas que empezaron mucho más acá en el tiempo. Lo suyo es otra cosa: una convicción discreta que se sostiene en la intimidad.

Canciones como susurros y secretos

El humor, como siempre, fue parte del ritual. “Nosotros estamos vestidos muy fashion”, bromeó Kaplan, con su look de remera, pantalón y zapatillas Converse, mientras Georgia sumaba una camisa sobre otra remera. “Y hay alguien en la valla con corbata, así que le vamos a dejar que elija una canción”. El afortunado fan pidió “Autumn Sweater”, que sin teclados y sintetizadores adquirió un aire más folk y melancólico. Todas las versiones sonaron como si fueran encendidas a mano, con la calma de quien sopla una vela.

Por supuesto, también hubo espacio para los covers, otra de las tradiciones de la banda. “Griselda”, de The Holy Modal Rounders, fue la segunda canción de la noche, y más tarde aparecieron “Dreaming” de Sun Ra y “I Must Be in Love” de The Rutles, introducida por Kaplan con una ironía muy de su estilo: “Estamos en contra de cualquier banda tributo a The Beatles”, dijo en referencia a un cartel de The Beats que habían visto por la ciudad. El momento más inesperado llegó con “Nervous Breakdown” de Black Flag, una descarga punk en medio de la serenidad. Por un instante, como si alguien abriera una ventana, el deseo de hacer ruido pareció ser más fuerte.

Después del breve coqueteo con lo ajeno, llegó el turno de las canciones que más fuerte nos pertenecen. “Sugarcube” fue uno de los picos de la noche, una ráfaga de pop luminoso que desató coros en todo el recinto. También sonaron “Double Dare” y “This Stupid Word”, de su último disco homónimo, acompañadas por Fito de El Príncipe Idiota en violín, quien ya había participado en la apertura del show. El músico argentino se integró con naturalidad a las zapadas de la banda, aportando textura y un toque de extrañeza. Un día normal en la vida del Fito, y una postal perfecta del intercambio artístico que Yo La Tengo suele provocar allá donde va.

El cierre fue un acto de ternura. Ya en los bises, después de corear su nombre y el de la banda al mejor estilo argentino, Georgia tomó el micrófono para cantar “Tears Are in Your Eyes”, a pedido insistente del público. Su voz, frágil y serena, hizo que el silencio se volviera casi sagrado. A esta altura es una obviedad, pero somos un público especial: acá las bandas no vienen únicamente a tocar, también las adoptamos. En el resto del mundo, no se consigue.

El final fue, como siempre, coral. Primero con “Our Way to Fall” y luego con “You Can Have It All”, el cover de George McCrae que la banda transformó en himno propio desde el año 2000, cerró la noche con un coro colectivo: “You can have it, you can have it / Have it all, have it all”. En noches como esta, más que una canción, parecía una declaración. O una invitación a quedarse en ese pequeño universo donde tres personas siguen tocando juntas, sin impostura, porque todavía creen que hacer música es, quizás, lo más natural del mundo.

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