A 25 años del histórico Calavera Experimental Concherto de Los Fabulosos Cadillacs
Ocho mil personas fueron testigos de una de las mejores series de shows de la historia de la banda, y, por qué no, del rock argentino. Por calidad, interpretación, por lo novedoso y claro, por las canciones.
La banda que primero quiso morir tocando ska, después viajó al mundo latino mientras coqueteaba con el rap y se consolidó como la más grande del movimiento del rock alterlatino gracias a su megahit “Matador”, se estacionaba por fin en un teatro de la calle Corrientes con un concierto llamado Calavera Experimental Concherto y todo era una incógnita.
¿Sorpresa? Para los más cercanos, los especialistas y los fans, ni un poco. ¿Por qué? Porque si algo había caracterizado a Los Fabulosos Cadillacs en sus trece años de historia era su incansable eclecticismo, no solo en su música sino también en sus shows. Habían surgido entre los pequeños bares de los ’80 y la televisión de Badía y Feliz Domingo, se encontraron rápido con teatros y Obras, shows multitudinarios gratuitos, hiperinflación y resurgimiento desde el under de principios de los ’90 a partir de sets frenéticos y recontra punkys. Así, la fiebre de “Matador” los devolvió a la escena y sus performances eran tan caóticas como exquisitas, empezando a tener como premisa la reversión constante de sus canciones.
¿Sorpresa? Para los más lejanos, sí. ¿Por qué? Porque los Cadillacs eran acusados de pasatistas, de hacer música para casamientos y para sonar en la radio (alguna vez un periodista famoso los describió como “rugbiers que comen alfajores y toman gaseosa”), sin tener idea que en sus canciones deambulaban críticas al imperialismo (“Hora cero” o “Miami”), reivindicaciones a los pueblos originarios (“V centenario” o “Las venas abiertas de América Latina”), tocaban temáticas poco abordadas hasta entonces como el SIDA (“Paquito”) y nos recordaban que nunca más hay que olvidar a los desaparecidos (el cover de Rubén Blades de “Desapariciones” o la megabomba “Mal bicho”).
La salida un año antes de su disco más distinto también nos podía percatar de que algo extraño estaba por venir. “El disco que cambiará la historia del Rock Nacional”, pregonaban los afiches de BMG en las calles como para intentar que vuelva rápido ese millón de dólares que habían pagado en el contrato. No cambió el rock, pero sí a la banda. Tanto que uno de sus bastiones, Sergio Rotman, se bajó del barco y durante un tiempo coquetearon con cambiar el nombre del grupo a Fabulosos Calavera, como se llamó el álbum. Además, la experimentación de un disco que viajaba por el jazz, el hardcore, el tango y hasta el spaghetti western, era congraciada con un premio Grammy como “Mejor álbum latino” en febrero de 1998 generando un revuelo mediático instantáneo.
Todo estaba listo entonces para lo que iba a llegar en junio de ese mismo año en el Teatro Broadway: el show más extraño y a su vez uno de los de más calidad en la historia de Los Fabulosos Cadillacs. Calavera Experimental Concherto. 19, 20, 21 y 27 de junio de 1998.
EL SHOW
La postal de la intro ya avisaba que nada iba a estar dentro de la típica atmósfera fabulosa bailable, saltable y pogueable. Un escenario en penumbras, Vicentico sentado a un costado tocando un piano de cola, Flavio con un contrabajo, una sesión de cuerdas, una flauta y mucho jazz. El hardcore se entrometía para seguir jazzeando con “El carnicero de Giles/sueño” y “Niño diamante”, que debutaba en vivo como también lo haría luego la delicada “A amigo J.V.”.
Luego de “Piazzolla” llegaría el turno de la primera gran sorpresa de la noche: una exquisita reversión en clave dub jazzera de “Paquito” que hacia más desgarradora la letra, enganchada de la vieja “Destino de paria”. Más rarezas encontraríamos con la irrupción de Valeria Bertuccelli disfrazada de árbol y gritando los versos del poema “Canción del naranjo seco” de Federico García Lorca mientras sonaba una melodía que por ese entonces no sabíamos qué era, pero que un año después aparecería como último track del disco La Marcha del Golazo Solitario (1999) bajo el nombre de “Álamo”. Tan fuera de lo normal y de lo esperado era todo, que la actriz, esposa de Vicentico, la primera noche fue recibida con recelo y con algunos chiflidos y gritos de “que vuelvan los Fabulosos”. Tan perfecto y exquisito terminó siendo todo, que las siguientes noches fue despedida con una ovación cada vez que aparecía sobre las tablas.
Más rarezas encontraríamos con la irrupción de Valeria Bertuccelli disfrazada de árbol y gritando los versos de un poema de García Lorca.
Pero las novedades no paraban porque era el turno de dos covers: la voz del todavía nuevo guitarrista, Ariel Minimal, brillaba con una profunda versión de “El anillo del Capitán Beto” de Invisible, y un solo de batería de Fernando Ricciardi precedió a “Una casa con diez pinos” de Manal. Entre medio, “Sábato” se hizo eterna por el solo de bajo de Flavio acompañado de las congas del inolvidable Toto Rotblat. En una nota previa, el bajista adelantaba algo de esto a modo de confesión: “La otra vez estaba viendo Adiós Sui Generis, y pensaba en lo bueno que era hacer un concierto basado en una riquísima colección de canciones. Pero con Charly García en el medio del escenario, expresándose con solos que duraban todo lo que tenían que durar”.
Volvía Bertucelli y también García Lorca con “Canción del día que se va”, agregándole matices a la intro y al intermedio para que por fin llegase su genial recitado que explota a “Saco azul”. Y después del frenesí, el estribillo final y la actriz desmayándose en escena para que todo el teatro aplauda sin parar. Uno de los mejores momentos de este concierto que en una hora de canciones ya se tornaba épico.
Ni siquiera “Matador” y “Mal bicho” se salvaron de las reversiones. La primera totalmente deforme sonó flamenca y rumbera, la segunda siguió con tintes rumberos agregándole una base candombera. Así se enganchó por medio de las teclas de Mario Siperman “Padre nuestro” más parecida a su versión original y darnos un respiro. Después el teatro hizo un silencio extremo y el escenario quedó solamente con Vicentico, Minimal y dos guitarras acústicas. “Siempre me hablaste de ella” se hizo minimalista por una noche y desparramó alguna que otra lágrima.
Las novedades no paraban y era el turno de dos covers: una profunda versión de “El anillo del Capitán Beto” de Invisible, y un solo de batería que precedió a “Una casa con diez pinos” de Manal.
“Il pajarito” y “A.D.R.B (en busca eterna)” devolvieron la calavera y sonaron en sus versiones originales que ya de por sí tienen bastante de rareza Cadillac. A su término, otra vez Cianciarulo tomó protagonismo y el homenaje fue para Jaco Pastorius con un tema de su primer disco titulado “Continuum”. El falso final llegaría de la mano de “Surfer calavera”.
Lo más cercano a la normalidad aparecería en los bises de la mano de “Carnaval toda la vida” pegada a la última parte de “Matador” que antes no había sonado. “Calaveras y diablitos” y “Howen” nos recordaban, una vez más, que Fabulosos Calavera era el disco del momento y otra vez un falso final.
Los Fabulosos volverían por última vez con “El satánico Dr. Cadillac” y el público ya estaba desaforado abandonando toda corrección de teatro, subidos a las butacas y haciendo pogo entre los pasillos ante la mirada de un Vicentico que parecía no estar contento con esa devolución de cancha. La siempre conmovedora “Estrella de mar”, con una coda interminable, iba a oficiar, valga la paradoja, como el final definitivo ralentizándose cada vez más hasta desvanecerse.
Una serie de conciertos única, diferente, con una banda en su punto más alto a nivel interpretativo y sonoro, consolidó la altísima calidad artística de Los Fabulosos Cadillacs, que, si bien hoy en día casi no se discute, por aquellos años ‘90 todavía se dudaba.