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Santiago Santiago

Santiago Santiago: "No tengo problemas con el ego"

Cronista: Lucas González | Fotos: Gentileza prensa

02 de Septiembre, 2020

Santiago Santiago: "No tengo problemas con el ego"

Luego de codearse con la crema del indie platense, el músico de 24 años publicó su celebrado, confesional y fugaz bautismo de fuego como solista, Trae una flor la corriente.

Hace poco, el platense Santiago Monroy leyó que a Fabiana Cantilo le costaba componer, a diferencia de Fito Paéz, que quemaba los días escribiendo, y se sintió interpelado. Por ella, claro. “Para mí, la composición es algo nuevo”, se abre por teléfono a poco de haber publicado su celebrado, confesional y fugaz bautismo de fuego como autor e intérprete, Trae una flor la corriente. Habituado a “una especie de pop”, buscó romper con la monotonía estilística y optó por una impronta diferente, una que estuviera más vinculada al tango y al folk, que inclusive coqueteara con la canción popular, la de autor. 

Por eso el álbum, primero que firma con el alter ego dostoievskiano de Santiago Santiago, pareciera alejarse de cierta norma y relacionarse con algunas de las plumas y voces más exquisitas de la ciudad, como Pablo Matías Vidal (Los Valses), Sebastián Coronel (La Teoría del Caos), Carmen Sánchez Viamonte (La Sánchez Viamonte) o Lautaro Barceló (El Estrellero). También resuena, por qué no, el eco de las extintas Tocate Mil y La Comu, iniciativas que post Cromañón solían convocar a varixs cantautorxs de la escena local. Lo cual resulta paradójico, ya que “desde un comienzo mi cabeza estuvo lejos de acá”. En realidad, Monrroy redobla la apuesta y asegura que puso el foco de atención en Las Sombras, el cuarteto pampeano de rock visceral. “Siempre había había algo de ellos dando vueltas, fueron como un faro”. 

Es sábado, el segundo de julio, y Santiago atiende el llamado de Revista El Bondi desde el estudio que montó en uno de los dos ambientes del departamento que comparte con Sophia Di Girolamo, pareja y fotógrafa a cargo de la portada del flamante trabajo, en La Plata. “Antes vivía solo y no necesitaba la pieza. Hoy es un monoambiente con una sala de ensayo”, confiesa sobre el refugio profesional (“acá se gestaron Adiós y buena suerte, de Peruano, e Ideas para un mundo imaginario, de Fus Delei”) y emocional donde transita buena parte de la cuarentena. “Al arranque de la pandemia ensayaba y estudiaba a pleno. Después medio que me saturé y tuve que parar. Y si no toco, lo que más hago es escuchar música con mi compañera. Podemos poner cinco, seis o hasta más discos por día. Ahora estamos muy copados con (Harry) Bertoia”. 

La disposición desfavorable de dos ventanas y los siete veladores distribuidos en las habitaciones hacen que la iluminación en general sea tenue, igual que el tono de su voz cuando se define como alguien “meticuloso y metódico”. Por ejemplo, invirtió alrededor de dos años tan solo en terminar las cinco canciones de Trae una flor la corriente, dejando unas diez en el camino. “Intento darles tiempo, para que decanten de manera natural. Me gusta partir del piano o la guitarra, probar varias instrumentaciones y grooves. Luego llega la letra. Es un proceso largo y quise llevarlas al máximo de lo que creía posible”, refuerza la idea.

El espacio de unos escasos metros cuadrados está apenas decorado (“hay poco y nada. Me distraigo muy fácil. Por lo que el orden y cierta disposición de las cosas me permiten estar más ligero”) y, eso sí, poblado por equipos: un Farfisa de 1968 (“tiene esa cosa media sandresca que suena en ‘Lo que dicen tus amigos’ y ‘Encanto’”), un Baldwin Fun Machine del 74 (“casi un órgano de juguete con unos audios hermosos”), un Casio 701 modelo 80 (“la dulzura que aparece en la ‘Indiferencia’”), una guitarra Framus 69 (“el audio del disco”), un bajo Fender Precision japonés de los noventa (“mi herramienta de laburo”) y su última adquisición, un minilogue (“no me gusta mucho, pero lo uso bastante para trabajar”). 

El panorama se completa con una copia de Lo bello y lo triste, la novela del japones Yasunari Kawabata (Osaka, 1899) que inspiró el título e indirectamente el mood de su álbum debut. Las dos son obras de contrastes, de claroscuros, aunque el autor oriental apele a la ficción y el compositor argentino a una suerte de narrativa del yo que se referencia sobre todo en la escritura autobiográfica de Fito Paez, “una persona que vivió muchos episodios complicados y que los reflejó en su lírica. Maneja esa dicotomía entre lo alegre y lo súper oscuro”. Corrobora: “Mis letras son agridulces. Tratan de la soledad, de reflexionar, de buscarle una vuelta luminosa a situaciones amargas”.

La confesión inicial en “La pantalla” lo certifica (“Ya no sé cómo hacer para no cargar lo que hice mal”). Desencantado, en “La indiferencia” plantea que “me es difícil mantenerme callado, algún silencio en el pasado fue dolor”. También brilla la bucólica “Encanto”, en la que ironiza: “Estoy esperando que caiga el cielo y otra vez poder irme de acá”. O “Un poco”, donde mete segunda y habla de un necesario distanciamiento emocional. Por si acaso está “Lo que dicen tus amigos”, western tarantinesco que cierra el larga duración: “No voy a mostrarte una sonrisa si adentro mío hay... un precipicio. O podría mentirte”. 


-¿Por qué exponerte ahora, después de tanto tiempo?
-Supongo que tenía cosas para decir. Si a la gente le gusta, va a funcionar. De lo contrario, seguiré tocando adelante, atrás, o en cualquier otro lado. No tengo problemas con el ego, ni loco. A mí lo que me gusta es la música: puedo cantar, ser instrumentista o arreglar canciones, que es mi rol natural y casi lo que me da vida (sonríe). Suena exagerado, pero es así.

Modesto de expectativas, a sus 24 años Santiago se convirtió en un actor de reparto consagrado que luce una infrecuente combinación de humildad y talento. La misma que le permite y permitió codearse con la crema del indie platense: actual miembro de Roto y de Rara, pasó por Muerte al Tio Cosa, Peruano, la formación seminal de Fus Delei y Thes Siniestros, donde -según él- hizo escuela.

A continuación, recupera su coming of age con el bajista Juan Irio y el guitarrista Marto Remiro: “Yo era un borrego de 17, 18 años que venía del punk. No los conocía, pero sí al baterista (Flavio Marianetti), así que audicioné para ser el cuarto integrante que buscaban. Cuando terminamos de ensayar me avisaron que a la semana siguiente había una fecha en La Trastienda y preguntaron cómo me veía tocando ahí. Fue una locura, una cosa hermosa. Por suerte, caí rápido y de chico en una banda que se movía muy bien y que me sirvió de guía”. Resumido, tocó durante la etapa de Dorado y Eterno (2012) y presenció la génesis de lo que terminaría siendo el reciente Está naciendo el nuevo día.

El mito fundacional de este joven veterano es más terrenal que extraordinario. No tiene muy claro el motivo (“porque en mi familia no hay otro músico”), pero hubo un día en el que siendo pequeño descubrió que las voces se podían armonizar y que disfrutaba de hacer coros, terceras y hasta octavas. Aburrido en los cumpleaños de 15, imaginaba cómo sonarían las cumbias si fuesen interpretadas por The Strokes y pensaba los correspondientes arreglos corales.

Educado de manera instintiva más que académica (“estudié unos años en EMU, pero me gusta elegir a mis profesores‘‘), el multiinstrumentista opina que “en el imaginario (malo) de la gente está instalado que la inspiración viene a uno porque sí. Claro, hay personas que tienen un montón de creatividad, aunque la realidad es que en la música, como en cualquier otra disciplina, hay que sentarse a estudiar, tocar y probar”. Aquello y lo del libro de Kawabata lo sacó de Ramiro Sagasti, el alma mater de Pérez y de Roto -NdlR: el grupo lo completan Kubilai Medina y Faustina Sagasti, hija de Ramiro e integrante de Isla Mujeres- que avaló los temas de Trae una flor la corriente, el cual se grabó con un dream team de actuales y antiguos colegas. 

La dinámica de trabajo, continua Santiago, se asemejó más a la de un taller de escritura que a la de una producción convencional. “Tomábamos mates, yo cantaba lo que tenía, él se paraba, daba unas vueltas, iba a la biblioteca y volvía con algo para leer. Al final, le dio un toque increíble a las letras. La experiencia fue tremenda. Imaginate, ¡yo crecí escuchando Pérez!”, redondea y cuenta con la misma incredulidad que está colaborando en el LP solista del propio Sagasti. “Al verlo laburar también aprendí un montón. Es una persona que se dedica 100 por ciento a la música, que se la toma muy en serio: a la mañana toca, a la tarde responde mails y organiza en lo que llama la oficina y luego compone. Además, es como un tío para mí. Cuando voy a la casa, y me reciben su esposa Guille y Faus, me siento en familia. Y Roto es eso, una familia que se junta a delirar con sintetizadores”, se abre por última vez.

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