Revista El Bondi - 15 AÑOS DE ROCK
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Walter Lezcano

Walter Lezcano: "Escribir puede cagarte la vida"

Cronista: Lucas González | Fotos: Gentileza: Prensa

18 de Febrero, 2019

Walter Lezcano: "Escribir puede cagarte la vida"

El periodista y poeta repasa los pormenores de Luces Calientes, su última novela, y reflexiona sobre las consecuencias del oficio.

Roberto Bolaño, cuenta Walter Lezcano, declaró que 2666 y Los Detectives Salvajes fueron cartas de amor a su generación. Esa que nació en los ‘50 y que no pudo cumplir sus sueños. Al correntino (Goya, 1979) la expresión le gustó, la hizo propia y la aplicó a Luces Calientes (Tusquets), su nueva novela, la cual está dirigida a “todos los que encontraron en el rock un lugar, una zona de pertenencia. Un territorio en el cual realizar un montón de cosas que de otra forma no hubieran sido posible. Desde el sexo hasta la amistad, todo a través de las canciones”.

El autor de Los Wachos (Conejos) admite que tiene una relación afectiva con aquellos que tuvieron su educación sentimental en los ‘90, con los que no encontraron su lugar en la sociedad. Que de ahí surge el disparador para su libro, que a fin de cuentas no es más que una historia de amor desencontrado atravesada por la música y la tragedia. “Empezó como una sensación extraña, difusa. Como si fuese una aroma, algo muy abstracto”, explica y revela que tenía ganas de contar cómo su generación, siendo adulta, vivió el desencanto del 2001, que tuvo como punto cúlmine lo ocurrido en Cromañón, donde los desangelados  tan solo buscaban una felicidad entre tanta miseria: “Fueron dos grandes momentos de aprendizaje social para todos los que estábamos en el fondo de la olla”.

VENCEDORES VENCIDOS

En términos cronológicos, Luces Calientes se escribió en seis meses, pero habitó en Lezcano unos cuantos años. “A veces se pierde de vista, pero la escritura no es sólo ponerse frente al Word. Hay que dejar que la historia crezca en uno, descubrirla, que se sienta cotidiana”, indica el periodista y ensayista (La ruta del sol y Días distintos, ambos editados por Gourmet Musical) que encontró inspiración en El limonero real y Nadie nada nunca, de Juan José Saer. Tipos de historias donde se retoman episodios: el momento se vive y luego se expande. Según confiere: “Busqué volver sobre lo real, quería que sea una deconstrucción de la realidad desde muchos aspectos. No fue fácil, llevó tiempo”.

De esta manera, la novela está organizada en dos partes. La primera, inspirada estructuralmente en Los detectives salvajes y Rant, de Chuck Palahniuk, es un formato coral que permite retratar un suceso desde múltiples puntos de vista, que en el caso de Luces Calientes puede ser una fiesta como un recital que finaliza en una batalla campal. La segunda, en cambio, es un diario íntimo, donde Martín, el protagonista, se muestra con las venas abiertas: “Es una especie de resaca de la individualidad y cómo cada uno puede atravesar el dolor de una tragedia”.

-Para que cobre fuerza, hay que dejar crecer el relato en uno. Sin embargo, ¿cuán importante es compartir lo que se está haciendo?

-Sean lecturas o tomar un café, en mi caso termina siendo vital para que la historia construya su identidad, para que el texto llegue a su verdad. Es sumamente importante, rico y productivo contar en qué andás. Por eso muchas veces lo publico en Twitter o Facebook, generalmente se recibe algo del otro lado de la pantalla. En ese sentido, comulgo con la de idea de (Fabián) Casas: “La literatura es algo colectivo”. Y es cierto, no hay otra manera de encararlo. Ahora hay una vertiente que tienden más a lo grupal, a lo comunitario, todo lo contrario a la soledad de los escritores del pasado.

-Finalmente, la tragedia de Cromañón termina siendo sólo una excusa para hablar sobre una generación. ¿Coincidís?

-Totalmente. Estoy detenido en el tiempo con algunas cuestiones. Para mí, esa generación fue la última, como dice Mariana Enríquez, que tomó al rock como una especie de ideario, panfleto, preceptos para cómo vivir la vida. Absolutamente impensado hoy en día.

 -¿Por qué?

-Los chicos -es profesor de Lengua y Literatura- no tienen al rock en ese lugar. La música es una forma de promover su personalidad, o de hacer guita, pero no implica el tipo de compromiso por la vida que teníamos nosotros. Me siento un poco viejo, por cómo cambió la concepción de la vida en estos años. Y si bien estoy contento por vivir esta época privilegiada de la historia, extraño la era pre internet. Tenía una dificultad para hacer absolutamente todo: desde coger hasta un llamado. Pero generaba que tu cuerpo y tu cabeza estén en movimiento. Por eso digo que el libro es una carta de amor a esa generación y a ese momento muy puntual de la historia.

-¿Cromañón fue un quiebre?

-Me parece que fue el fin del Siglo XX, para mí y para toda esa gente que no tuvo ni una oportunidad en los ‘90, ‘80, ‘70, ‘60. Hubo toda una capa social que no pudo vivir la fiesta menemista, ni se fue a Miami, ni supo cómo fue eso. Me interesa ese sector social, que está al borde de la ilegalidad, que conoce chorros y faloperos, pero que todavía mantiene cierta idea romántica de cómo atravesar la existencia, que tiene a la educación como posibilidad de progreso social. Están ahí, a un paso del infierno y con ciertas esperanzas de que algo funcione.

-Hoy en día, ¿qué visión tenés sobre esa generación, la tuya, que sufrió los embates del 2001 y la tragedia de Cromañón?

-Estamos un poquito dispersos. Con el corazón roto por el avance del capitalismo frente al rock, que se convirtió en un género, en un link de Spotify, en música de fondo para el sistema. Eso no deja de ser triste, porque para mí fue algo revolucionario, una forma de ver el mundo, de habitarlo, de recorrerlo. Sus ideales eran los que definían nuestras vidas, porque no había nada más que pudiera darte herramientas para enfrentar el mundo. Todo eso se perdió.

-¿Y qué crítica le hacés?

-El romanticismo excesivo que hubo acerca de la inconsciencia como posibilidad de hacer eternos los momentos. No tener un sentido crítico real con lo que estábamos viviendo. Creer que íbamos a vivir para siempre sin nada. Y también la imposibilidad que crear una comunidad real. La incapacidad de formar una alternativa frente al capitalismo salvaje. Tampoco conseguimos mostrar que realmente queríamos hacer algo en serio, más allá de pasarla bien, de tener un buen polvo. Fuimos vencidos por la historia. Éso, y pensar que todos nos conseguimos un trabajo y somos gente seria, me destruye la vida. Me la caga. 

HABLANDO DE LA LIBERTAD

Lezcano parafrasea al Indio Solari y arriesga que toda la lectura es política, y que todo texto es político, pese al planteo del escritor de turno. “Si quiere ser inteligente, toda obra debe tener una lectura política. Por eso la literatura es tan poderosa, porque funciona a pesar de lo que vos quieras generar. Siempre habrá alguien que deconstruya y encuentre el corazón de tu texto. Son movimientos políticos necesarios”.

Por otro lado, confiesa que es un lector de tiempo completo. “En general, todo lo que hago es por placer. Soy un militante del deseo, de pasarla bien”, reconoce el también poeta (La velocidad de la sangre, Punk rock, 23 patadas en la cabeza, entre otros), que asume: “Por ahí, cuesta tener una lectura inocente, dejarse llevar por la historia, porque tratás de verles los hilos a la prosa, a la arquitectura del texto. Cómo el autor lo fue armando, cuáles fueron sus intenciones. Empezás a trabajar en muchos planos. Y eso es algo que está ausente si sos un lector inocente, donde todo es puro goce”.

Sobre el oficio de escribir, Lezcano opina que sirve para entendernos como personas y sociedad: “Sólo ocurre cuando te sumergís en la realización de un libro, de un texto, de un poema”. Y argumenta: “Está todo ahí. Cuando tenés la suerte que el texto se publique, estás interviniendo de algún modo la época que te toca vivir. Me parece increíble que con herramientas tan baratas puedas hacer mucho”.

No obstante, corre el eje de la discusión y le quita el tinte místico al asunto, aunque sin restarle importante. “Escribir te puede cagar la vida, hacértela más difícil. Cada escritura es un baño de humildad”, agrega y sostiene que a él le dio la posibilidad de ser un “anárquico absoluto y un ácrata”, de llevar adelante sus ideales libertarios. “Son pocos los momentos que tenemos para ejercer la libertad tal cual la concebimos y también de vivir el presente. Uno es coger, otro es ir a un recital, otro es escabiar, otro es dialogar. Y a eso le sumaría la escritura”, dispara.

En ese contexto, enaltece el papel que juega la poesía, a la cual define como la columna vertebral de un país. “No hay nadie que trabaje la palabra tanto como los poetas. Por suerte, estamos en una época que nos da las posibilidades técnicas para que cualquiera pueda publicar lo que quiera. La gente escribe, lee en público, arma ciclos, editoriales, festivales y se complica la vida para hacer algo que no tiene ningún tipo de retribución.

-Se configura como una herramienta importante. 

-Como dice Casas, “cualquier escritor que no lea poesía es un semianalfabeto”. Es perderte una parte importante del mundo que te toca vivir, algo increíblemente complejo. Viene a romper la imposición del sistema. Aparte, le da lugar a cualquiera, escribas mal o seas un genio. Eso la hace generosa e indestructible.

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