Revista El Bondi - 15 AÑOS DE ROCK
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Nahuel Briones

"No concibo la idea de hacer sólo un estilo"

Cronista: Lucas González | Fotos: Gentileza: Prensa

03 de Septiembre, 2015

"No concibo la idea de hacer sólo un estilo"

El músico presenta El Cruce de los Unders, su disco, que contó con decenas de invitados y la producción del fallecido Jorge Álvarez.

La consigna pudo haber sido “constrúyelo y ellos vendrán”. Pero no. Aunque similar, la idea fue otra. “Le escribí a todos los músicos con los que quería compartir una fecha”, comenta el joven cantautor Nahuel Briones y señala que la respuesta fue, en la mayoría de los casos, afirmativa. Así nació, hace un par de meses, el Glastonbriones, una suerte de festival independiente, con músicos y algunas lecturas, cuyo fin era juntar el monto necesario para editar El Cruce de los Unders, el segundo disco de Briones. “Fue algo muy emotivo”, rememora. Al objetivo se llegó y con creces: además de ese encuentro, el proyecto contó con lo recaudado en Ideame, plataforma de crowfunding.

Asimismo, el cantante reconoce que la situación le resulta ambigua, puesto que “después de tanto tiempo trabajando, cuesta soltar el disco. Por un lado es una alegría, y por otro es una tristeza”. El Cruce, según Briones, fue pensado como la banda sonara de una película, y para ello invitó a más de 50 músicos a participar del álbum (Antonio Birarabent, Sergio Dawi, Pablo Dacal, entre otros). “Pensé en cada uno y en lo que podían aportar”, aclara y considera que si bien tiene la capacidad de cambiar la voz y representar diferentes personajes, "resulta un poco aburrido escuchar quince canciones interpretadas por una misma persona".

-El disco varió de acuerdo a la idea orginal.
-Allá por el 2013, el álbum ya estaba terminado y se iba a llamar Revolución Snob. En marzo lo iba a masterizar, y también tenía la banda (Orquesta Pera Reflexiva) para presentarlo. En el medio, conocí a Jorge Álvarez (editor y creador del sello Mandioca que falleció este año), y me hizo notar que el disco no era tan genial como creía. Había, según él, temas que estaban muy buenos y otros que no, pero no escuchaba una verdadera selección. Y tenía razón. Entonces, les propuse a los integrantes de la banda grabar de nuevo. Lo que iba a ser dos meses de ensayos, terminó siendo un año de trabajo. Además, me dediqué a componer, entre diez o quince temas por semana, como me había pedido Álvarez

-Llegaste a las 200 canciones, ¿no?
-No fue tan así. Hacía entre 20 y 40 por mes, que no estaban terminadas, aunque podía haber algunas que sí y otros con una melodía cantada o una tentativa de letra. Sin embargo, hubo, por lo menos, 140 listas, de principio a fin, con arreglos y letra. Fue un laburo bárbaro. Hoy en día no puedo dar algo mejor que esto. Quedaron bocha de cosas que me hubiera gustado poner. Así como un escritor desecha muchas páginas antes de finalizar un libro, el músico debería hacer lo mismo, aunque no estamos acostumbrados a descartar.

-¿Cómo fueron esos días en los que te internabas a escribir?
-Tenía la cabeza puesto en ese objetivo y en nada más. Eso fue algo que aprendí de Alvarez, a ponerme en el rol de compositor, de que esa es mi tarea. Entonces, cundo iba por la calle registraba cosas con el celular, volvía a mi casa y me ponía con la guitarra. Tenía todo armada como para grabar. Generalmente, las ideas que nacieron de manera espontanea terminaron siendo las mejores.

-Declaraste que sos exigente con tu obra. ¿Cómo te cayó la crítica de Álvarez?
-Soy bastante autoconsciente y con el tiempo lo fui desarrollando. Siempre trabajé con productores que se volcaban al costado musical, que se copaban con cuestiones más intelectuales, si cambiaba o no tal acorde, por ejemplo. En cambio, a Álvarez, que no era músico, no le importaba si le llevaba una canción con dos o siete mil acordes; lo que le interesaba era que la canción tuviera una comunicación clara. La presión fue super positiva. Siendo una persona muy exigente conmigo mismo, con los músicos que me acompañan, con el disco que quiero hacer, estuvo muy bueno trabajar con alguien así y, sobre todo, tan duro. Porque si una canción no le gustaba, te decía que era “una cagada”.

-¿Coincidías con su criterio?
-Coincidía, y cuando no, sabía cómo discutirlo. Por ejemplo, “Fetiche” tenía una letra que me parecía muy divertida y para él no decía nada. Sin embargo, la cambié, aunque de manera sutil, y le terminó gustando. Era una cuestión estructural. Algo que él siempre decía era que “había que intentar contar una historia”, pero no el sentido tradicional, sino que había que decir algo.

-Además de la exigencia, ¿qué más te dejó trabajar con Álvarez?
-Eso y la comunicación. Él me hizo entender que todos los músicos que yo admiraba se habían preocupado por ser comunicativos, al margen de la música. Hasta el Indio Solari, que tiene letras herméticas o metafóricas, logró una comunicación tal que hay mucha gente que resuena con lo que dice. Entonces, no pasa tanto por lo que decís, sino por cómo lo haces.

-En varias notas te marcan como alguien adepto a la música de Los Redondos.
-(Sonrisa) Sí, me parece que se coparon con eso.

-¿Qué te genera la obra solista de Solari y Beilinson?
-Siento que ninguno de los tiene algo que tenían Los Redondos. Inclusive, escuchando los discos más oscuros, como Momo Sampler, hay un trabajo en equipo muy interesante. Ninguna de las carreras solistas de los dos me parece que están tan buenas. Sin embargo, siento que el primer disco del Indio, El Tesoro de los inocentes (2004), es mejor que muchas cosas que hicieron juntos, y que hizo Skay, incluso. También me aburre esa pose de seguir con el rock después de tanto tiempo. Me llama la atención que los músicos siguen teniendo en mente esa cuestión de discográfica, hasta las bandas independientes, de rotular lo que se hace en un género. El tiempo pasó y ahora estamos en contacto con muchísimas más cosas que antes con solo poner una palabra en Google. Seguir haciendo solo un estilo es cerrarse a propósito. Ya no lo creo mucho.

-De hecho, en una entrevista dijiste que te hacía ruido la etiqueta de músico.
-Me resulta raro, igual creo que eso se malinterpretó. No quise decir que no me gustaba la etiqueta, sino que hoy ya no significa nada ser músico, porque no se entiende qué es lo uno hace. Me gusta más decir que soy un compositor de canciones. Ya no me importa tanto el lugar de ponerme a tocar, de mostrar que puedo hacerlo bien. 

-Eso con respecto a los protagonistas. ¿Y la escena, se te puede definir?
-Hay un término que usan los yankees, crooner, para denominar a gente como Mike Patton (Faith No More), un showman, aunque esta última palabra no me gusta mucho, porque parece que está entreteniendo. Me identifico más con la idea del performer, alguien que está haciendo algo nuevo, y no solamente lo que grabó, que se adapta a las situaciones, que se conecta con lo que está pasando. Un buen ejemplo es Thom Yorke (Radiohead).

-¿Pero la masividad no atenta contra esa conexión?
-No lo pensé, pero me parece que no. Se me viene a la cabeza Peter Gabriel, y no creo que lo haya afectado, ya que hace un show nuevo cada noche. Inclusive, me pasa un poco con Divididos. Cuando tenés un público que te sigue, que te puede acompañar en tu locura, se supone que podés hacer cosas nuevas. Me cuesta entender al artista que se vuelve masivo y empieza a ser un remix de él mismo y se dedica a mostrar cosas viejas.

-Hablando de masas, afirmaste que te gustaría ser un artista masivo.
-Sí, obvio. Si bien siento que no voy a cambiar en pos de eso, porque no me sale cantar algo que no me representa.

-¿Sucede a menudo esa dicotomía?
-Creo que sí. Recuerdo grupos que en sus primeros discos tenían un montón de material distinto y luego empezaron a repetir o a incluir ciertas temáticas, porque se dieron cuenta que era lo que funcionaba.

-Tus canciones son intimas, aunque hay cuestiones que exagerás, según comentaste.
-Cuando abordás algo muy personal, al margen de que sea o no real, hay una conexión mucha más rápida con el que lo está oyendo. En mi caso, siento que estoy haciendo canciones que tienen más llegada al público.

-¿A qué aspirás con el Cruce?
-A llegar a la mayor cantidad de gente, dentro de mis posibilidades y de los que me quieran ayudar. Que tomen mi trabajo como algo propio. Yo hago canciones para que sean de otros, para que las disfruten y las compartan. No importa si después las personas no saben de quién es la canción, importa más que les guste. Está bueno entrar en el inconsciente colectivo y en lo cotidiano. Obvio que está bueno el reconocimiento, pero ahí empieza a jugar una parte del ego.

*Viernes 4 de septiembre en Caras y Caretas, Sarmiento 2037. A las 21. 

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