Revista El Bondi - 15 AÑOS DE ROCK
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Mariano Gilmore & Belle

Una catarata de caramelos

Cronista: Pablo Andisco

13 de Julio, 2010

Una catarata de caramelos

Buenos Aires, una guitarra, dos voces y una historia para prestarle atención.

La historia de Mariano Gilmore y Belle comenzó, como debe ser, en un encuentro casual. Los intereses artísticos comunes dieron lugar a las zapadas minimalistas, que con el tiempo se volvieron canciones y un día vieron la luz: Una catarata de caramelos es un disco-objeto de corte bibliográfico/epistolar, una obra de tirada limitada y autografiada con retratos íntimos y urbanos. 

Pero además de estos elementos que complementan la obra, Una catarata… es, también, un producto musical. Allí encontramos doce canciones despojadas, con Mariano en guitarra y voces, Belle en percusión y coros, y pocas cosas más. La música deriva fundamentalmente, como casi toda, del árbol beatle, pero también se cuelan los primeros trovadores de nuestro rock en esos arrebatos de guitarras criollas, Spinetta como resultante de eso y el perfume indie que se desprende de su realización casera. 

“Belén” es la breve intro, que prepara el terreno para “Antes de tomar tu taza de café”, una melodía inquieta y de tarareo inevitable, con la armónica como fugaz aparición, que empieza con las instantáneas porteñas que dominarán las letras. “Mariposas” se destaca por el ameno rasguido de guitarra, mientras que “Monstruo” revela influencias spinettianas, sobre todo en algunos giros de la voz de Mariano. 

“La chica ochentosa” es un country pop fresco y descriptivo (el jopo, las hombreras, el Italpark) y contrasta con “Días de otoño”, pura tristeza harrisoniana. “Turismo en la ciudad” funciona como el propio “Two of us” de Mariano y Belle, con Las Heras, el Rosedal y demás sitios reconocibles. Desde el teclado inicial, “El baile” suena como lo más cargado del disco, subrayado por la percusión y los coros más al frente, y esta tendencia se repite en “Alfonsina”, inspirada en la célebre poetisa, acentuando un estilo literario que sobrevuela el álbum.

“Navidad” vuelve al esquema despojado de guitarra y voces, pero la ciudad ahora es Nueva York. “Una catarata de caramelos” sorprende gratamente desde su punk folk y “Dormir al sol” con el piano de Tino Moroder (El Atolón de Funafuti) es una suite partida en dos que da un cierre épico a un material aquietado. 

Una catarata de caramelos es algo diferente a lo que solemos encontrarnos, tanto desde su packaging, símbolo de la interacción entre diferentes ramas artísticas, como de sus canciones, casi un diario personal de su historia. Pero mejor decirlo en palabras de los autores: “la catarata retrata un tiempo, añorando una era de arrabal e imaginando un futuro de elegante sport”
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