Revista El Bondi - 15 AÑOS DE ROCK
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La Condena de Cain

Nuestra negligencia resulta sospechosa

Cronista: Gentileza: Pablo Gabriel Krause

12 de Mayo, 2008

Nuestra negligencia resulta sospechosa

A dos años de su primer EP, llega el debut de La Condena de Caín.

El decir que una banda “todavía está en formación” puede sonar peyorativo, pero en el caso de La Condena de Caín intenta señalar justamente lo contrario, es decir, su potencial. Sucede que en los dos años que pasaron de su primer demo-EP de cuatro temas y la llegada de “Nuestra negligencia resulta sospechosa” (su primer “larga duración”), la banda ha logrado limar asperezas en su sonido e ir despegándose de las influencias más marcadas, como un fruto que va siendo pelado hasta llegar a su carozo, su propia identidad.

Precisamente, potencialidad es lo que caracteriza este, si se acepta el término, “disco debut” de una banda que surgió como conjunción de otras dos (La Marca de Caín y La Condena de Sigfrid). Y es que “Nuestra Negligencia Resulta Sospechosa” tiene claramente un horizonte definido: demostrar la amplitud musical de la banda, manteniendo al mismo tiempo un estilo particular que los caracterice.

En ese sentido, el grupo conserva el sonido oscuro que ya había desenvuelto en su primera experiencia de estudio, pero evitando arrimarse demasiado al sonido de Héroes del Silencio (sensación que sí dejaba aquel EP de cuatro temas), más allá de que ocasionalmente las voces vuelvan a traer a la memoria al amigo Bunbury.

Pero más allá de la oscilación entre las influencias de los españoles junto a algunos pasajes más ricoteros, la banda busca abrirse un camino propio en sus composiciones. Por un lado, tanto las guitarras como las bases van atravesando ritmos y estadíos, que terminan por brindarle a cada uno de los  temas atmósferas particulares. Ya sea mediante los acordes grunge que abren la placa en “Tan Free Shop”, la oscuridad tonalidad de, valga la redundancia, “Café negro”, o con melodías eléctricas “a lo Skay” en “Amor-Lapsus”.

Como nexo conector aparece entonces la garganta de Sawa Mielnik, tanto musical como líricamente. Y es allí donde el tono de voz tan característico que porta se vuelve funcional a mantener la línea que une el desarrollo de las canciones, pero con la versatilidad suficiente para poder acompañar la densidad de “Piquilín”, el espíritu experimental de “Espinas en el alma”, la energía de “Lucifer en el paraíso” o el riffeo tarareable de “Fábula de la quimera”.

De la misma manera, las letras acompañan esa tácita conexión que se percibe entre las canciones (más allá de estar a años luz de ser una obra conceptual), recurriendo a metáforas y recursos de sintaxis que no poco le deben al Indio Solari.

La Condena de Caín logra hacer propios los elementos que toma prestados para forjar su sonido, fortaleciendo su búsqueda de identidad como banda, de la cual cuentan con una buena parte ya recorrida. Un grupo que continúa cuesta arriba, y con un paso bastante firme.

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