Revista El Bondi - 15 AÑOS DE ROCK
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Los Gardelitos

Fiesta Sudaka

Cronista: Gentileza: Nicolás Ramos | Fotos: Beto Landoni

09 de Abril, 2006

Fiesta Sudaka

Los Gardelitos apostaron a un estadio. All Boys vibró a pleno en un fiesta sudaka que dejó satisfecho a un público que no deja de aumentar

Alrededor de las cinco de la tarde decidí que era el momento exacto para comenzar a guardar todas las cosas en mi mochila; birome, cuaderno, campera y otra sarta de boludeces que solemos llevar los periodistas y que nunca utilizamos.

Ah, si, mi tarea: Cubrir el recital de Los Gardelitos en All Boys. Yo vivo en Boedo y tengo la parada de la línea 53 a la vuelta de mi casa. La acreditación de prensa decía que tenía que llegar entre las 19 y las 20.30, con lo cual, saliendo a las cinco y media iba a cumplir sobradamente. Iluso de mí.

Llego a la parada del colectivo y espero. A los 10 minutos diviso que viene el bondi y le hago señas para que pare, cosa que no hizo... venía repleto de fanáticos con remeras de Rock Sudaka sacando brazos y banderas por las ventanillas mientras entonaban el clásico: “Vamos copando las villas argentinas, de la mano de Korneta y su familia…”

Como el lector a esta altura se imagina, si el primer colectivo que intenté parar venía así, era de esperar que los cinco o seis que le siguieron estuvieran igual o peor. Cuarenta minutos después, me resignaba a tomarme un taxi cuando veo un solitario 53 enfilar por Humberto 1º, visión que volvió a encender mi esperanza. Le hago señas y para... ¡vacío! Le pregunto al chofer por qué viene nada más que con cinco viejas paquetas hablando a todo lo que da y el tipo me responde que lo habían mandado de refuerzo o algo así.

Me siento en el fondo, satisfecho y comienzo mi viaje. A las diez cuadras el colectivo estaba lleno (los 6 anteriores pasaban rasantes así que las paradas estaban a full) y se detuvo sólo para que las seis viejas bajaran en Rivadavia con cara de espanto. Después sí: semi-rápido hasta la cancha.

Me bajo a dos cuadras y me sumo a la marea de fanáticos que copaban los alrededores del estadio, esquivo a los pide-monedas, agarro todo tipo de volantes, le explico amablemente a casi quince personas que no tengo cigarrillos y me engancho en uno que otro canto gardeliano. Llego por fin a la puerta de prensa, después de dar un rodeo completo a toda la cancha, finalmente me acredito e ingreso al estadio.

A simple vista el campo parecía muy grande, pero una cantidad de gente entraba constantemente y empezaba a llenar los pocos huecos que quedaban. La vista del escenario ofrecía una excelente puesta en escena, con dos telones pintados en una gama de grises, lo que denotaba un interés especial, por la estética, en un género que no es muy afín en estos temas.

Unos minutos después de las ocho terminaron de sonar las bandas soporte (muy buena performance de El Bordo y Huellas Quemadas) y comenzó la vigilia para ver a Los Gardelitos. Este show originalmente se iba a realizar en el micro-estadio de Racing, pero por “razones ajenas a la banda” (léase: quilombos con habilitaciones y tramoyas burocráticas contra el rock) tuvieron que suspenderlo para un mes después en el exacto lugar donde me encuentro.

A las nueve y cuarto la gente ya está que hierve. Cánticos, saltos, pogo, mucho agite de entrada con la música que salía por los parlantes (¿por qué siempre esa onda chill out en la previa de los recitales?), insultos contra los militares y los ingleses y algunas banderas.

Quince minutos después se apagan las luces del estadio (que se viene abajo de la ovación) y suenan los acordes del tanguito, clásica apertura de los shows gardelianos, para dar paso a Eli, Martín y Horacio que toman sus respectivas posiciones enfundados en sus tradicionales e impecables trajes.

Se notaba el entusiasmo y los nervios cuando Eli saludó a su público mientras rasgaba los primeros acordes de “La calle es un espejo”. Le siguieron “Libertad Condicionada”, “Amando a mi guitarra”, “Estamos podridos” y “América del Sur”. El show prometía, el arranque había sido al palo.

Y no decepcionó. La lista de temas fue armada en seis bloques más los bises, lo que generó excelentes climas y balanceó perfectamente los momentos más tranquilos con los más desenfrenados. El momento más caliente fue cuando Eli y compañía se despacharon con “Los chicos de la esquina” (“esto puede pasar en una esquina cualquiera de Floresta o Mataderos”, introdujo la voz cantante del grupo.), “Llámame”, y “Caras de Limón”. ¿El más emotivo? “Monoblock” y “Hay que enterrarlos vivos”. ¿El más poguero? “Volveré en tus ojos”.

Luego de casi dos horas de show, la banda se despidió del escenario. A los diez minutos volvió a aparecer Eli y le preguntó a la gente si se podía “hacer una más”, y tocaron “Gardeliando” (curioso, pero no cierran más con este tema), “No puedo para mi moto” y “Los querandíes”. El final fue excelente.

Yo iba a perderme una vez más en la marea de gente pugnando por volver a los barrios, otra vez el bondi lleno y los chicos pidiendo monedas (esta vez el periodista fue pícaro y caminó casi 20 cuadras para poder sentarse tranquilo en el primero que pasó). A ellos, probablemente los esperaba un merecido festejo.

La apuesta de Los Gardelitos de hacer un estadio estaba sobradamente pagada. Quedó demostrado el poder de convocatoria de los del bajo Flores y, a casi dos años de la muerte de Korneta (ícono fundador de la banda), el grupo se afianza como el nuevo estandarte del rock nacional independiente.
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