Bad Religion
Bautizados por la mala religión
09 de Noviembre, 2017
La segunda fecha del Rock Out recibió a los eternos Bad Religion ante un Teatro de Flores otra vez colmado. El calor y la efusividad dieron el presente en una noche que también tuvo la dosis de emotividad que el hardcore melódico de los oriundos de California entregan desde hace más de 30 años.
“Recuerdenme de venir todas las semanas” se ríe Greg Graffin ante un Teatro de Flores a punto de estallar. Esa fue su respuesta al clásico “Bad Religion es un sentimiento / no puedo parar” que entonó el público que se acercó a copar Flores. Una concurrencia mayoritariamente mayor a los 30 años: el famoso “factor nostalgia”. El show, que duró unos 90 minutos, fue frenético. La tremenda energía y respeto que mostró una banda con integrantes que superan los 50 años debería ser un aliciente para todos los jovencitos que recién arranquen en la música.
La segunda noche del RockOut 2017 había comenzado con Los Ingobernables, en la que canta Guille Mármol de Eterna Inocencia, y MamaPunk. La primera se trata de una banda de hardcore old school más clásica, con un sonido duro y letras completamente conscientes de la actualidad. En cambio la segunda se trata de una propuesta diferente que recibió tanto rechazo como aceptación entre un público que tal vez no esperaba ese tipo de show. Una presentación que, por momentos, recordaba a Nina Hagen.
Minutos antes de las 21.30 bajó el telón que rezaba “Bad Religion” y se empezó a palpitar lo que se vendría. Por los altoparlantes sonaban clásicos punk que la gente, en su ansiedad, coreaba sin cesar. “I don’t want to be buried in a Pet Sematary / I don’t want to live my life again” se escuchó entonar, a capella, el himno ramonero. Pero cuando aparecieron en escena los cinco Bad Religion el estruendo fue absoluto. Sin preámbulos comenzó el clásico “Recipe for hate” del disco homónimo de 1993.
El profesor Greg Graffin junto a sus compañeros dieron una clase magistral de cómo tocar hardcore melódico, ese estilo que ellos mismos comenzaron hace ya más de 20 años. Las guitarras de Brett Gurewitz, fundador del sello Epitaph, y del eterno Brian Baker (que tocó en algunas de las bandas más importantes de la historia del hardcore) veloces, precisas, incendiarias marchaban sobre la inconmovible base que cimentan Jay Bentley (bajo) y Jamie Miller (batería). Las letras de Graffin ayudan, desde hace años, a entender y definir el mundo en el que vivimos.
El mosh, omnipresente durante todo el show, veía volar a treintañeros y cuarentones emocionados por tener tan cerca a esos tipos que musicalizaron una adolescencia siempre llena de punk. Los clásicos fueron recibidos con el descontrol y la felicidad que ameritaban. Los eternos coros y “uoh oh” eran aprovechados por el público y entonados con el dramatismo correspondiente hacían que cada tema resultara más épico que el anterior. “Sorrow”, “Infected” “Digital Boy” fueron algunas de las canciones que más impacto causaron en un público, que al igual que la banda, estaba dispuesto a darlo todo.
El final con “American Jesus” del disco Recipe for Hate (1993) fue a todo dar. El público, transpirado y alegre, consiguió lo que fue a buscar: un poco de ese hardcore melódico que tantos días y noches musicalizaron su juventud. Esa cruz tachada tan característica enarbolada en alto llenó los ojos de lágrimas de más de uno. La banda misma, agradecida, recordó que fue Argentina el primer lugar que tocaron en Sudamérica hace unos cuantos años. La ilusión, claro, es que vuelvan pronto a lugares como el Teatro de Flores, en los que se puede ver a la historia misma del hardcore bien de cerca.
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