Revista El Bondi - 15 AÑOS DE ROCK
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Yawning Man

Psicodelia stoner en Buenos Aires

Cronista: Nahuel Perez | Fotos: Jose Fuño

22 de Junio, 2015

Psicodelia stoner en Buenos Aires

Yawning Man, la banda californiana pionera del desert rock, dio el lunes el último de sus tres conciertos en el Festival VR Internacional en Club V.

Si afuera se vivía una de las noches más frías del año, adentro del Club V todo era expectativa por la tercera presentación consecutiva de Yamning Man, en su primer visita a tierra argentina. Las bandas invitadas Mundo Dromo y los Sprengers se encargaron de calentar al público y preparar el ambiente de este encuentro stoner. Entre las más de 200 personas allí reunidas está Mario Lalli tomando una cerveza como si tal cosa.

A las 22:30 todo cambia, y el afable señor del sombrero marrón que estaba acodado en la barra se sube al escenario y ahora es Mario Lalli el bajista de Yawning Man. Por la escalera baja el mítico guitarrista Gary Arce y un sujeto rubio con guantes negros que resulta ser el baterista Bill Stinson. Dos muchachos debaten si un “cuartito” será suficiente, o si mejor “hacen media”. Nadie duda en prenderse un porro. El momento se acerca.

Luego de luchar varios minutos con el sonido, Lalli se acomoda el bajo y comienza a galopar en cuerdas de metal, estalla un doble golpe de platillos y Stinson se suma con toda la potencia de sus parches. Gary Arce luce extrañado, sus ojos bien abiertos y redondos miran lo que hace Mario como si no comprendieran algo, luego pasan al público, al sonidista y de nuevo el diapasón del bajo.

Así comienza una larga sucesión de momentos sonoros cultivados desde 1986 en aquellas místicas generator parties en el desierto de Palm Springs. No hay temas, sólo una larga canción llamada “Acá están los Yawning Man”. Ninguna otra cosa importa ya. Mario Lalli es la banda. Stinson lo seguirá imperturbable a todas partes y Gary Arce, que sigue luchando con el sonido, dotará de texturas y matices este viaje de psicodelia stoner. 

El bajo es un instrumento de percusión más, tanto en lo sonoro como en lo musical. Es primitivo y subyugante. La máquina de graves se convierte ahora en algo más, de sonido metálico, cadencioso y lento, y el clima se torna ominoso. El fin de los tiempos se aproxima. Los demonios primigenios rugen su venganza en la guitarra de Arce. 

La apocalíptica tempestad amaina y todo es purpúreo como las luces que bañan el escenario. El humo canábico es la atmósfera y en él las últimas sombras se disipan. Repentinamente, los nudosos dedos del bajista suben y bajan por la escala del diapasón, de una octava a la otra, mientras de la guitarra surgen los alaridos estridentes de las almas perdidas del desierto. 

Mario Lalli ya no emite notas sino explosiones de graves. Los broncíneos destellos de la batería simulan el entrechocar de espadas. Sus parches anuncian la guerra. La canción “Acá están los Yawning Man” se convierte en una batalla medieval entre la luz y la sombra abismal. El rojo magma del escenario reaviva su fulgor y tiñe al humo de sangre. Finalmente las tinieblas retroceden una vez más. El bajo termina solo y dramático el mismo riff del principio.

Son ahora las estridencias de la guitarra de Arce las que traen el anuncio de nuevas peripecias. Los ferrosos tambores del bajo sostienen la demencia sonora de la guitarra y los embates incansables de Bill Stinson. Todo es intensidad y delirio. La geografía imposible de la música comienza a disolverse y deformarse. El bajo de Lalli se convierte en un instrumento de sonido temible y cavernoso. Se miran los tres y el caos adopta un nuevo orden. La marea nocturna cambia y ahora el humo brota del público al escenario. Ya no hay techo ni paredes, todo es desierto.

Un amanecer rojizo trae nuevos recuerdos entramados en la larga canción llamada “Acá están los Yawning Man”. A estas alturas el tiempo parece haber perdido su regularidad. Solo hay sonido y espacio. Azul, rojo y púrpura se funden en el escenario con un frenesí estroboscópico. 

Lamentablemente, con el grave regular de un bajo subacuático se apaga, se despide y se disuelve la última parte de esta canción de dos horas, doce partes y tres presentaciones que será recordada como “Yo vi tocar a los Yawning Man”. Con un movimiento rotundo de su mano, Gary Arce pide a sus compañeros que ya no sigan, y se hace el silencio. Las mentes vuelven a sus cuerpos. Es el final del viaje por el desierto cósmico donde todo esto se originó.

Yawning Man, la banda que dio origen a todo un sub género del rock hizo pesar su mística y su jerarquía en una noche inolvidable. A pesar de que no se pudo ver a Arce disfrutar realmente del recital, por problemas técnicos que no pudieron resolverse, Mario Lalli y Bill Stinson dieron todo de sí para que el público lo note lo menos posible.

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