“Atención, Javier, el león se quiere comer a la casta, pero resulta que están todos al lado tuyo”, larga Chizzo Nápoli antes del final de “Panic show”, esa canción que el presidente de la Nación tomó como propia aún cuando la banda que la canta está en las antípodas de sus ideas neoliberales. El tercer banquete de La Renga viene recargado de una semana en la que mucho se dijo de esa canción y hasta en redes osaron en afirmar que no la tocaron en los dos primeros porque ya es un “emblema libertario”. Lo cierto es que ahí estuvo porque en realidad nunca la retiraron.
Por supuesto que ese no es el único contenido político de la banda de Mataderos y el público expresa su enojo contra el gobierno de turno cada vez que tiene un momento. Estas cuatro fechas son una verdadera trinchera que contiene y sirve de desahogo ante todo lo que viene sucediendo a nivel político y social. “Vende patria clon” queda más vigente que nunca aunque sea de 1998, porque la historia se repite una y otra vez (“la misma vieja historia, siempre”).
Por momentos el Cilindro de Avellaneda parece que se viene abajo. Más de 50 mil personas, encendidas en el trance poguero, generan un pequeño sismo al compás de las canciones que a medida que pasa la noche se vuelven más enérgicas. Tete, que muchas veces dijo que le gustaría ver a La Renga como espectador, se mete en el público para sentir todo eso.
Hay gente de todas las edades. Los mismos de siempre son los viejos rengueros de la primera época y las nuevas generaciones que vienen a demostrar eso de que el “rock and roll no morirá jamás”. Un padre emocionado le cuenta a su pibe de unos 12 años sobre la primera vez que los vio y esa postal se repite en todo el recinto. A pesar de la mala fama que le cargan a este público, La Renga es familia y amistad.
Para los bises hay dos temas que dejan en éxtasis a todos: “Buseca y vino tinto” y la esperada “Psilocybe mexicana”, las cuales no tocaban hace largo tiempo. Claro que para el final queda “Hablando de la libertad”, de la verdadera, que cierra una noche redondísima con un show de tres horas y pico que no bajó nunca sus decibeles.
A pesar de las prohibiciones y la censura en CABA, La Renga supo cómo esquivar todas esas trabas que no son otra cosa más que un capricho político. Sin dudas estos cuatro banquetes van a quedar en la historia y en la memoria de un público fiel que va a seguir acompañando hasta donde sea ladre quien ladre.