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Fito Páez: Igual que ayer

El músico se presentó en el estadio de Villa Crespo en el marco de su gira “40/30” y deslumbró a su público como siempre. Satisfacción garantizada.

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Cinco son los shows que Fito Páez agotó en el Movistar Arena para celebrar los 40 años de Del ´63 y los 30 de Circo Beat. Ya es costumbre del músico tocar discos enteros respetando el orden de aparición y esta noche no fue la excepción. Sale con un traje negro brilloso y camisa blanca. antes de que levante su mano para saludar, el público estalla en aplauso y cariño para Fito o para los Fitos que se hacen presentes en esta segunda noche llena de nostalgia.

La puesta en escena de Sergio Lacroix entona a la perfección con el nivel del show que no solo se luce por Fito en sí, sino por el sonido, las luces y el despliegue de músicos impresionantes: Diego Olivero (bajo, teclado y coros), Gastón Baremberg (batería), Juan Absatz (voz, teclados y coros), Juani Agüero (guitarra y coros), Vandera (voz, guitarra, teclados y coros) y Emme (voz y coros); complementados por la sección de vientos de Sudestada Horns, con Ervin Stutz (trompeta y flugelhorn), Alejo von der Pahlen (saxo alto y tenor) y Santiago Benítez (trombón).

El Fito de 21 años, el revolucionario con el rock aflorando por la piel, abre el fuego con “Del 63” y ese debut impecable que le marcó la carrera, después de pasar por las bandas de Baglietto y de Charly, entre tantos otros. Claro que le sigue la icónica “Tres agujas”. Más tarde “tus cuatro patas piden fiesta, entonces hay que dársela”, para “La rumba del piano” que invita a mover un poco más el cuerpo. 

Uno tras otra, al hilo, casi sin respirar. A comparación de otros recitales, esta vez el músico elige comunicarse con la gente a través de gestos- casi todos de agradecimiento- y meter al palo todos los temas sin decir una sola palabra que no sea cantada, aunque de todas formas las canciones de por sí dicen mucho como la oscura “Cuervos en casa” que aparece en este disco pos dictadura. 

En “Rojo como un corazón” la voz de Emme se luce tremendamente con todo su talento y alegría en el escenario. El disco se despide con “Un rosarino en Budapest” y llega el intervalo. 

La segunda parte le corresponde a un disco que tuvo que tener su propia vara después del icónico El amor después del amor. Qué difícil, pero no hay imposibles para Páez. Suenan los primeros acordes de la melodía circense de “Circo beat” con el monólogo de entrada, entra Fito nuevamente con su traje a brillos, pero esta vez con una camisa naranja que representa a un muchacho más maduro que acaba de cumplir 31 años. Acá ya es difícil que la gente se siente, mucho menos cuando después sigue “Mariposa tecknicolor”. Para “Normal 1” se calma todo un poco ante esta melodía nostálgica, pero vuelven a pararse todos en “Tema de Piluso” y volar, volar, volar. 

“El jardín donde vuelan los mares” es de las menos hiteras más coreadas. Para “Soy un hippie” los músicos pasan al frente del escenario con Fito para cantarla a capella. “Nada del mundo real” los despide a todos del escenario. Pero hay un pequeño bis que llega casi como una necesidad: “Ciudad de pobres corazones”. Esa, la del Fito rabioso, lleno de furia y tristeza. Y deja la noche encendida, aunque el show compacto de dos horas, es realmente redondo, aunque por momentos se extrañaron las palabras del rosarino. 

¿Qué es lo que todavía hace que unos discos tan alejados de las nuevas olas llenen cinco veces un estadio? ¿Es solo por la grandeza del músico que invita a su convite o hay algo de nostalgia sobre esas canciones que marcaron a varias generaciones? Hay un poco de todo eso y una resistencia a no dejar morir eso que hace a la felicidad. Gracias, Fito, por tu vida una vez más. 

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