The Rolling Stones: Los puentes de la pasión
02 de Abril, 2018
En marzo y abril de 1998, la legendaria banda británica se presentó por segunda vez en Argentina, en el marco del tramo sudamericano del Bridges To Babylon Tour. Jagger, Richards y compañía ofrecieron cinco shows electrizantes en el Estadio de River Plate ante 300.000 espectadores, y en un encuentro histórico compartieron escenario con Bob Dylan.
Era necesario verlos nuevamente. Las jornadas históricas y calurosas de febrero de 1995 en el estadio de River Plate no habían hecho más que avivar el fuego de la pasión local por los Rolling Stones, mientras miles de adolescentes que por aquellos años se iniciaban en la extensa obra de la banda británica escuchaban hablar de los shows del Voodoo Lounge Tour en términos épicos. En 1998 el público argentino tendría la posibilidad de frotarse los ojos y darse cuenta que lo ocurrido tres años atrás no había sido un hermoso sueño, sino una realidad concreta que marcó un antes y un después en la historia del rock por estas tierras. Los Stones habían pasado por nuestro país, y lo harían por segunda vez. Serían nuevamente cinco shows. Y sería nuevamente una locura.
La excusa esta vez fue la presentación del disco Bridges To Babylon, que se publicó en 1997 y que en su primer año de edición vendió cuatro millones de ejemplares. Se trataba de un material que guardaba varias diferencias con sus antecesores, no sólo por la cantidad de productores y músicos sesionistas involucrados, sino también porque la pareja compositiva que integraban Mick Jagger y Keith Richards accedió a trabajar más alejada de lo habitual. “Mick y yo llegamos al acuerdo de que grabaríamos unos temas a mi manera y otros a la suya. Nunca intentamos algo así; tenía ganas de saber cómo reaccionaría Mick a esta idea y la verdad es que la llevó más lejos de lo que esperaba (…) Fue un experimento interesante y me gusta el álbum, pero creó cierto distanciamiento entre los dos…”, sostenía Richards por aquel entonces. En palabras del biógrafo Stephen Davis, se trataba de una excelente colección de trece tracks, “que contenía cerca de un tercio de Mick, otro tercio de Keith, y una mezcla de los dos en el tercero”. Al ser consultado por la revista francesa Rock et Folk sobre el concepto detrás del título y el diseño artístico, Richards declaró: “Babylon es el mundo exterior. Y nuestra música es el puente entre ese mundo y el mío”.
La gira tuvo su puntapié inicial el 23 de septiembre de 1997 en el Soldier Field de Chicago. Actuaron en Estados Unidos, Canadá, México, y ofrecieron seis conciertos en Japón antes de arribar a la Argentina. Casi una semana antes de sus shows programados para el 29 y 30 de marzo y el 2 de abril, aterrizaron en el aeropuerto de Ezeiza y rápidamente se dispersaron. Richards y Ron Wood se instalaron en la estancia La América, en la localidad de Lobos, jugaron al fútbol y comieron asado. El baterista Charlie Watts se quedó en una mansión porteña, mientras que Mick Jagger repartió el tiempo entre su entrenamiento físico en las playas de Punta del Este, Uruguay, y sus cenas con personajes de la farándula en la noche de Buenos Aires. El sábado 28 de marzo se llevó a cabo la conferencia de prensa correspondiente, y el ambiente ya estaba listo para las tres fechas anunciadas, aunque las vueltas del destino todavía le tenían preparada una sorpresa inimaginable al público local.
El tipo de escenario en el que actuarían Sus Majestades Satánicas, que incluía una enorme pantalla circular, una estructura faraónica con figuras femeninas en dorado y un increíble juego de luces, anticipaba uno de esos eventos a gran escala, que muchos lo comparaban con el PopMart Tour, de U2. Pero aparecían dos novedades en relación al Voodoo Lounge Tour: por un lado, la posibilidad de elegir cada noche una canción que los fans votaban a través de la web oficial del conjunto –toda una innovación para la época-, y por el otro, un increíble puente elevadizo de 52 metros de longitud que se accionaba en forma electrónica y unía el escenario principal con otro más pequeño ubicado en el centro del campo, donde tocaban tres temas por show, tanto propios como versiones. Richards analizaba el lado positivo de contar con el puente: “Siempre hemos intentado tender un puente para salvar el vacío entre nosotros y el extremo opuesto de un gran estadio. Cuanto más cerca y más abajo te metés para sumergirte entre el público, más difícil se vuelve la cosa, pero también es mucho mejor”. En relación a los teloneros, Los Pelotas, Viejas Locas y Turf serían de la partida, y la cantante country-pop Meredith Brooks actuaría antes del plato principal, pero el público local, en su peor versión, se ensañó con ella y a puro proyectil no la dejó concluir su segunda presentación.
¿Cómo no caer rendido ante el comienzo pirotécnico de “Satisfaction” –por primera vez iniciaban sus conciertos con este clásico-, seguido por el impacto certero en los corazones stones de “Let‘s spend the night together”? Intercalaban en la primera parte del show temas de su nueva placa, como “Anybody seen my baby?”, “Saint of me” y “Out Of Control”, con gemas de los años 60 y 70: “Sister Morphine”, “Gimme Shelter”, “19th Nervous Breakdown”, “All Down The Line” y “Miss You”. Entre los elegidos a través de Internet, pudieron escucharse “Under My Thumb”, “She´s A Rainbow” y “Star Star”.
Luego de la presentación, Richards resucitaba “Wanna Hold You” (del disco Undercover Of The Night) e interpretaba alguna de sus composiciones incluidas en Bridges… El grupo se trasladaba a continuación por el puente al B Stage ubicado en el centro del estadio, y lanzaba zarpazos de blues y rock and roll con “I Just Wanna Make Love to You”, “Little Queenie”, “You Got Me Rocking” o “Respectable”, mientras una alfombra humana a su alrededor le agregaba todavía más voltaje a una música abrasadora. La recta final traía inoxidables como “Simpathy For The Devil”, “Start Me Up”, “Honky Tonk Woman” y “Jumpin’ Jack Flash”. Para los bises, guardaban “You Can’t Always Get What You Want” -que en las siguientes giras interpretarían también sobre lo último- y una alocada versión de “Brown Sugar” a puro festejo y con unos soberbios arreglos de vientos a cargo de la sección comandada por Bobby Keys. Un animal del escenario como Jagger todavía conservaba energía para jugar con los fans de todos los sectores del Monumental y los fuegos artificiales, por si todavía hiciera falta, le agregaron más espectacularidad al evento.
El show del 29 de marzo fue el del reencuentro, el de la esperada descarga de adrenalina para un público contenido desde hacía varios meses atrás, cuando el anuncio de la nueva visita se hizo oficial. La siguiente actuación fue televisada en vivo y en directo por Telefé, con la conducción de Roberto Pettinato. En ella, Jagger presentó a Ron Wood como “el pintor loco”, mientras “el tranquilo” Charlie Watts se llevó una estruendosa ovación, sólo superada por “el gitano salvaje”, Keith Richards. El cierre del tridente coincidía con un nuevo aniversario del inicio de la Guerra de Malvinas, y Jagger no lo había obviado en la conferencia de prensa: “En nuestro show del 2 de abril pensaremos en los soldados de ambos bandos que murieron en Malvinas en una guerra sin sentido”. Parecía que todo terminaba allí, pero tras los primeros conciertos comenzó a crecer un rumor que en pocos días se convirtió en realidad: los Rolling Stones ofrecerían otras dos actuaciones, igualando la marca de su primera visita, y contarían nada más y nada menos que con la presencia de Bob Dylan como telonero. Sería una legendaria canción la que funcionaría como “puente” para el mágico encuentro.
Los Stones tocaron por primera vez en su historia una celebratoria versión de “Like A Rolling Stone”, uno de los grandes éxitos de Dylan, durante su gira por teatros europeos en 1995. Fueron incluso más allá: la incluyeron en el disco en vivo Stripped (1995), filmaron un videoclip promocional y la interpretaron desde el comienzo de la gira de Bridges… Por su parte, Bob Dylan confirmó actuaciones en Brasil para comienzos de 1998, presentando Time Out Of Mind (1997), y las posibilidades de que actuara por segunda vez en nuestro país tomaron cuerpo. Daniel Grinbank, quien trabajaba con los ingleses, tomó la iniciativa y les consultó sobre la posibilidad de compartir escenario con el trovador. “Les gustó mucho la idea”, señaló el empresario, que exultante por la concreción de un evento de tal magnitud se sinceró: “Si hace 15 o 20 años alguien me decía que iba a poder presentar un show así en Buenos Aires, le hubiera dicho: ‘loco, largá el ácido’. Si apenas daba para juntar a Sui Generis y Vivencia”.
Las fechas elegidas, el 4 y 5 de abril, quedarían marcadas para siempre como uno de los puntos más altos en lo que a calidad e impacto de visitas internacionales se refiere. ¡Los Stones y Dylan, juntos en Buenos Aires! Luego de la participación de los artistas locales, un Dylan de sombrero tejano, botas y traje negro recorrió durante su set algunas de las canciones de Time Out Of Mind y repasó clásicos como “Mr. Tambourine Man” y “Highway ‘61”. Diego Perri, autor de República Stone y testigo de aquellas históricas noches, recuerda en su libro a un artista “parco, antipático, absolutamente antihéroe, antimarketing, y el mayor poeta (…) Dejó su estela una vez más por Buenos Aires y el escenario quedó caliente a la espera de los Stones”.
Llegó el momento de Jagger, Richards y compañía, quienes esta vez decidieron hacer “Like A Rolling Stone” en el escenario principal –lo habían hecho en el B Stage, acompañados por miles de fans que corearon el estribillo con un inconfundible estilo futbolero- e invitaron a su creador para compartir en ambas noches una interpretación emotiva de uno de los himnos definitivos del rock. Poco importaba el abrupto contraste entre la parsimonia de Dylan y la energía desbordante de Jagger. Verlos juntos entonando “How does it feel?”, acompañados por el resto de los Stones, era impagable. Dos de los más grandes artistas, atravesando las décadas, unían fuerzas finalizando el siglo XX para orgullo de un público y un país que podían jactarse de ser los anfitrión de semejante reunión.
Y así pasaron los Rolling Stones nuevamente. Con esas dosis justas de adelanto tecnológico en sus shows y un setlist que invitaba a volver el tiempo atrás con una discografía de casi cuatro décadas como hoja de ruta. Con toda su experiencia y talento sobre los hombros, pero con el hambre de quienes sabían que tenían más historia por escribir. El encuentro con el público argentino en 1998 fue tan explosivo como la primera vez, y para muestra falta un botón: cuando el grupo publicó No Security (1998), el álbum en vivo que registraba las actuaciones de los británicos durante la gira, decidió incluir dos canciones de su paso por Buenos Aires, “Saint of Me” y “Out Of Control”. Basta escuchar esas grabaciones para experimentar la sensación de un encuentro explosivo. La segunda visita de Sus Majestades Satánicas afianzaría uno de esos vínculos entre un artista y sus fans como hay pocos en el mundo. Los Rolling Stones en Argentina… Una historia a la que aún le quedaba más capítulos por delante.
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