Oscar 2017: Como quitarle un dulce a un niño
28 de Febrero, 2017
La 89ª entrega de los premios de la Academia de Hollywood pasará a la memoria por el error más grande de su historia y no por los méritos de sus nominados o la polémica de sus premiaciones, en una noche donde la principal figura fue Donald Trump.
En un tributo a los 50 años de Bonnie y Clyde (1967), el legendario Warren Beaty junto a Faye Dunaway, anunció como ganadora en la categoría “Mejor película” a Lalaland, cuidad de estrellas, luego de vacilar unos momentos con el contenido del sobre. En medio del discurso de agradecimiento, el productor del favorito musical, Jordan Horowitz, se interrumpió para dar la noticia de que había un error, y en medio del estupor, Luz de luna se hizo con la estatuilla más preciada de la noche. “Esto no es una broma” confirmó el host de la noche Jimmy Kimmel, pues lo parecía.
Así, una vez más, la polémica fue la verdadera protagonista de una ceremonia que todos los años se muestra igual de acartonada y predecible. En este caso, el supuesto error del veterano actor arruinó lo que de otro modo hubiera sido un perfectamente prefabricado cuento de la “cenicienta”, en donde la más pequeña de las nominadas se quedaba con una gloria dudosa e impredecible.
Si bien se supo después que los responsables del fallido fueron PricewaterhouseCoopers, la empresa que hace 70 años fiscaliza los sobres de la entrega, ya era tarde; los memes y bromas sobre lo sucedido inundaron Internet y la 89ª entrega de los premios de la Academia de Hollywood será recordada por un furcio histórico que eclipsó todo lo sucedido horas antes, tanto los merecidos aciertos como la hipocresía estratégica de limpiar el “buen nombre” de los Oscar por el boicot del año anterior.
Durante el principio de la ceremonia, las constantes chanzas hicieron de Donald Trump uno de los tópicos principales, y una parte central de la estrategia de la Academia para mostrarse “inclusiva e igualitaria”. Por el escenario y las nominaciones desfilaron todas las etnias posibles, y hasta la premiación de Cascos blancos, por "Mejor cortometraje documental”, del Sirio Khaled Khateeb, fue una obviedad desde el momento en que el Departamento de Seguridad le prohibió la entrada a Estados Unidos.
Si bien el reconocimiento de Kasey Affleck como “Mejor actor protagónico”, por su labor en Manchester frente al mar, es más que merecido desde lo artístico, a pesar de las denuncias por violencia de género que pesan sobre él, lo recibe no obstante bajo la misma lógica que Emma Stone ganó el propio por Lalaland, pues ambos son jóvenes, blancos y bien parecidos, absolutamente mercadeables y completamente en deuda con los estudios por esta distinción.
En el caso de Luz de luna, la ganadora del máximo galardón, si bien tiene méritos cinematográficos visibles, no fue más que el chivo expiatorio de toda la hipocresía y falsa corrección política del aparato propagandístico más obvio y poderoso del planeta. Como era predecible, los premios a los aspectos técnicos fueron más bien justos, pues ellos no estaban estrechamente vinculados al lobby. La Academia se sirvió como siempre de ellos para despejar el camino y ganar credibilidad para las demás estatuillas doradas.
Otro aspecto lamentable es que Escuadrón Suicida, una de las peores películas del año, ganó un Oscar. Del mismo modo, Viola Davis, que también participó de aquel fiasco, se hizo con la estatuilla de “Mejor actriz de reparto”, en un episodio de polémica doble, pues no sólo es claro el carácter mercenario de quien en su discurso de agradecimiento se autoproclamó “una artista”, sino que muchos consideraron que debió estar nominada en la categoría protagónica, la cual ya estaba reservada para lo que queda de Emma Stone, la nueva starlette inventada por una necesidad de mercado.
En cuanto a Hasta el último hombre, Comanchería y Manchester frente al mar, por lejos las tres mejores películas ternadas para obtener el máximo galardón, solo cumplieron la función de “blanquear” las oscuras intenciones de los Oscar, de aparentar ser una premiación al arte cinematográfico. Y si bien la primera recibió algún premio por sus innegables logros técnicos, fue descaradamente desplazada en las categorías del lobby. La segunda fue inexplicablemente ignorada, y la tercera recibió apenas lo mínimo, por las razones antes mencionadas.
En cuanto a Fences, la obra de teatro de Denzel "Soliloquio" Washington filmada por encargo, Talentos ocultos, la “comedia” que pretendió reescribir la historia, y la lacrimógena Lion, un camino a casa, sólo participaron para ponerle “color” y diversidad a las diferentes ternas, pues cualquier otra razón sería bastante cuestionable, siendo las tres sorprendentemente mediocres como para un Oscar. La llegada debió contentarse con un olvidable premio técnico para una película tenue.
Por último, la pasatista Lalaland, fue la gran ganadora o perdedora de la noche, según cómo se lo mire. Por un lado, recibió seis premios que la convierten en la que más estatuillas recaudó. Pero si consideramos que perdió en otras ocho categorías y que de los galardones más importantes solo recibió el de “Mejor actriz”, estando Meryl Streep en la terna, a la labor del director Damien Chazelle, siendo el premio más razonable de estos, y a “Fotografía”, en uno de las decisiones más bochornosas, hubiera sido simplemente humillante que no ganara por su “Banda de sonido”, ya que es un musical, o a “Mejor canción original”, estando además nominada doblemente.
En un transparente y anunciado intento por quedar bien con todos, el Oscar a mejor película se quedó con Luz de luna, en uno de los episodios más patéticos de la historia de esta premiación, solo recordable porque gracias a un imprevisto, pudimos presenciar cómo se le quitaba un caramelo a un niño goloso de reconocimientos inmerecidos.
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