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Diez años de la melodía más triste de nuestro país

Cronista: Fernando Villarroel | Fotos: Fernando Villarroel

29 de Diciembre, 2014

Diez años de la melodía más triste de nuestro país

Se cumple una década de la tragedia no natural más grande de la historia argentina. ¿Aprendimos la lección, o seguimos pensando que fue culpa de las bengalas y el rockanroll? La mirada de Fernando Villarroel, a diez años de Cromañón.

Escribir una crónica sobre Cromañón es realmente difícil y los motivos son varios. ¿Por dónde empezar en una historia que está llena de victimas y villanos? “Cromañón nos pasó a todos” rezan los carteles de los pibes que pertenecen a una junta coordinadora, que tiene por objetivo mantener vivos la memoria y el espíritu de justicia; sin embargo esa que parece una frase trillada será la punta que, tal vez, permita comprender la tragedia no natural más grande de nuestro país.    

El 30 de diciembre de 2004, el grupo de rock Callejeros se presentó en el boliche República de Cromañón, lugar regenteado por Omar Chabán, para cerrar un año al palo. Trapos, bengalas y el agite del público eran de la partida esa noche, una jornada en la que los de Villa Celina pretendían despedir un año fantástico y empezar uno nuevo lo más arriba posible. Pero, a pocos minutos de comenzar, la oscuridad y el pánico se apoderaron de la escena.

Una candela prendió fuego el techo del lugar y así fue como el recinto se convirtió en una trampa mortal para todos los presentes. Miles de gritos desesperados, corridas alocadas en busca de auxilio, las sirenas de los bomberos y de las ambulancias; todos esos elementos fueron más que suficientes para hacer imborrable aquella noche a finales de 2004.  

“Inmenso dolor y clamor de justicia”; “Conmoción y fuerte reclamo por la tragedia en el recital”, “La Ciudad nunca inspeccionó el lugar”; gritaban los enormes titulares de los diarios a pocas horas de la tragedia. Mientras, en la televisión, los periodistas jugaban a ser expertos analistas y se encargaban de contarle a la sociedad quien era el dueño del boliche, quienes eran los Callejeros, qué tipo de música tocaban, cómo era su público y qué era eso de la “cultura de la bengala” en el rock.

“El 31 de diciembre de 2004 estaba con mi familia todavía flasheado por lo que había pasado, y los vecinos del barrio festejaban el fin de año tirando cañitas voladoras y fuegos artificiales. Eso me dejó en claro que, como sociedad, no habíamos comprendido mucho lo que pasó”, reflexiona un poco apesadumbrado Juan Capodistrias, uno de los sobrevivientes de la tragedia y miembro de la Coordinadora Memoria y Justicia por Cromañón.   

Reconocer el contexto y a los actores visibles en la escena principal, tiene por objetivo dos cuestiones claras: Intentar comprender lo que sucede y encontrar a los responsables. Omar Chabán, gerente del lugar, fue en ese entonces elegido como el modelo del empresario inescrupuloso en nuestro país. Es que si un hombre con el objetivo de promocionar su local, declara el 23 de marzo de 2004 al diario La Razón que el recinto que inaugurará en poco menos de tres semanas, cuenta con una capacidad para 3500 personas, y la habilitación del lugar que regentea especifica que sólo puede albergar a 1031 espectadores, entonces existe un sentido comercial poco ético.  

Callejeros, vivimos y morimos por vos. Piky y Cary. Budge presente”, decía uno de los trapos que llevaron dos chicas desde el sur del conurbano bonaerense para acompañar a esos pibes que subirían al escenario a tocar rockanrol. Patricio Fontanet, Juan Carbone, Christian Torrejón, Maximiliano Djerfy, Elio Rodrigo Delgado y Eduardo Vásquez eran los integrantes de una banda que tenía por sueño hacer vibrar con sus acordes y letras a toda una generación de jóvenes, y que de un momento a otro pasaron del cielo al infierno. Sin embargo, parte de la opinión pública sostiene, aún hoy, que los músicos tienen responsabilidad en esta triste historia.

Anibal Ibarra, por esos años Jefe de Gobierno porteño, también se vio envuelto en la polémica. ¿Cómo no iba a ser juzgado el máximo funcionario de la Capital Federal por irregularidades en los controles de habilitaciòn? “Un irresponsable encendió una bengala y otro cerró la salida, eso relativiza el control”, declaraba Ibarra el 2 de enero de 2005, ante el asedio de la prensa por querer encontrar a los responsables; al mismo tiempo Juan Carlos López, ex Secretario de Seguridad de la capital también seguía la misma línea que su superior y explicaba que las normativas se habían cumplido, pero que “el esquema de control del estado supone responsabilidad de la gente”.

Declaraciones como las del funcionario ibarrista, incluidas las del mismo Anibal, ponían en la escena a alguien que hasta entonces había pasado desapercibido: El público. Un pibe prendió una candela en un lugar cerrado, con el objeto de querer mostrarle a la banda que abajo del escenario se vivía una verdadera fiesta, sin entender (o importándole muy poco) que al hacer eso ponía en estado de riesgo la salud de todos los presentes. Chicos que, al igual que él, habían asistido a un lugar para disfrutar de su banda favorita serían parte de las páginas más negras en la historia de nuestro país.

“A mí el tema de las bengalas no era algo que me provocara placer, pero estaba instalado en todo el rock. El que diga que no, es un careta y miente”, cuenta Capodistrias cuando es consultado por el uso de pirotecnia en los recitales, dejando en claro que el público conocía de estas prácticas; sin embargo, explica que más grave que una bengala, son aún son las faltas de respeto entre los integrantes de la sociedad: “Pasar un semáforo en rojo, fumar en lugares cerrados, son ejemplos que muestran como no nos respetamos entre nosotros y ponemos en riesgo la vida de los demás”.

Ignacio Fernández, también sobreviviente pero no adherente a ninguna agrupación, tiene otra mirada y elige ponerle nombre a los responsables, y señala a Chabán y a sus socios, como los principales responsables de lo que pasó aquella noche. “Ellos, juntos a los inspectores y los policías corruptos que habilitaron el lugar, fueron los culpables. Para mí, ni Callejeros ni Ibarra tienen la culpa de lo que pasó”.

Culpables e inocentes. Una década desde 2004, y por el banquillo de los acusados pasaron: Chabán; Rafael Levy –dueño del lugar-; Raúl Villarreal –ex coordinador del local-; los músicos y su manager Diego Argañaraz (con pelea entre ellos incluida); el escenógrafo Daniel Cardell; Ibarra y nueve ex funcionarios de su gobierno -Lopez, Enrique Careli, Vicente Rizzo, Fabiana Fizbin, Ana María Fernandez, Gustavo Torres, Rodrigo Cozzani y Alfredo Ucar-; y Gabriel Sevald -Jefe a cargo de la comisaría 7ma-. Actualmente, sólo Sevald, el manager y Levy, continúan presos, mientras que el resto fueron excarcelados. Chabán ya está muerto.

El 28 de noviembre de 2013, se sancionó una ley que cual intenta reparar en forma integral a los sobrevivientes y a los familiares de las víctimas. Sin embargo, la cantidad de años en que los afectados se verán beneficiados por esta sanción despertó polémica: Cinco años. “Desde el psicoanálisis lacaniano, no existe un tiempo estipulado de duración para un tratamiento. El tiempo varía en función de cada paciente, porque sigue la lógica singular de sus tiempos subjetivos; en conclusión, los pacientes son únicos y un profesional debe seguir las huellas del trauma, y los efectos que ha tenido en ese cuerpo”, explica con claridad la psicóloga Micaela Villarroel.

Cromañón dejó un saldo de 194 muertos y al menos 1432 heridos. ¿Son esos los números finales de esta tragedia? Difícilmente se pueda cuantificar el dolor. Porque desde 2004, las melodías en nuestro país son un poco más tristes; porque como sociedad fuimos testigos de la falta de controles, de responsabilidad social y de lo inescrupulosos que pueden llegar a ser nuestros funcionarios. Porque Cromañón, nos pasó a todos. 

 


 

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