Sobras de gusanos
20 de Septiembre, 2010
Adaptacion de la Fábula del Hechizo de Piedra
Se organizó una fiesta de bienvenida en la facultad y fui con unos amigos. Esperaba encontrarme con Marta. Supuse que la mayoría de los concurrentes serían alumnos nuevos, como yo, así que se trataría de algo moderado. Para tantearnos las caras, una distensión. La verdad era otra.
Pagamos unos quince pesos entre los cuatro, eso incluía la entrada y un vaso de vino o bien, el camuflaje. Nos adentramos temerosos en el salón y pronto enfrentamos una turba espasmódica de cuerpos atajándose en una nube estática que lo cubría todo. Recuerdo haber dicho exitosamente: “parece que se pagaron más de una entrada”.
Hay circunstancias en las que pueden enmascararse las delicadezas del ánimo, y las fiestas autorizan el anonimato. Sin embargo, la individualidad es pujante y no ceja por el influjo de agentes psicotrópicos.
Durante unos minutos sostuve el vaso sin probar gota. Me aparté hacia un rincón con la excusa de “dar una vuelta”; quería hacer de espectador. Nunca fui afecto a las fiestas, quizá por esa costumbre mía de tomarme unos instantes para reflexionar.
Desde el rincón se veían emerger cabezas en un ritmo entre pausado y oscilante, como si el salón fuera una olla gigantesca donde se estuviera hirviendo un estofado de gusanos; pegajosos, tibios: un espanto. Imaginar a Marta entre el frenesí me aterraba, oculta en un mundo imposible donde se reconocían por el aliento y las máscaras. Luego, cuando vi a mis amigos allí, envueltos en un vapor fétido, enajenados, conversando siniestramente con un grupo de chicas; me asaltó la indignación y bebí el vaso de un solo trago.
Los rincones resguardan acometidas desde unos flancos, pero también rezuman estas atribulaciones. Apartarse en una fiesta siempre es definitivo. No sé porqué pensé (alguien por ahí lo vociferaba) que aprovechar la noche involucraba relacionarse con esa gente y beber. Así que con el primer vaso conjuré una metamorfosis y para completarla, al vino lo superé con otras mezclas. Cosas verdes y rojas. En dos horas estuve listo.
Me cociné entre borrachos. Cada tanto alguno estimaba mi color y con un codazo o un empujón me volteaba. Hubo cierto suspenso y luego sonó el arpegio inicial de una canción que todos (exceptuándome) conocían. Aproveché la pausa para emigrar al baño. Tuve que hacer peldaños de cuerpos tambaleantes; me retorcía como fritura.
Deplorable, apenas podía balancearme, aunque frente al pelotón de fusilados que regaban sus cenas contra la pared, lo mío exudaba méritos gravitatorios.
Así delimitado el cuadro, apareció Marta. Mejor estaban los fusilados.
No encontramos, ella de la mano de un monstruo y yo un milagro del equilibrio.
No me reconoció.
En dos horas pude mudar la piel, ser amigo, cómplice y relleno. Me creí bailarín y cabeceé como resorte. Salir del rincón es útil, apareja vergüenza a raudales e inhibe con retroactividad; pero tiene un valor único. Es una práctica. También prueba que tan solo se está. Por mi parte (naturalmente) abandoné la fiesta tras purgarme frente a un inodoro dentro de un baño decorado con propaganda política y alimentos predigeridos. Solo.
Rodrigo Amorín
http://fictum-phantasma.blogspot.com
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