Revista El Bondi - 15 AÑOS DE ROCK
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La Condena de Cain

En el letargo de los pensados

Cronista: Pablo Andisco

22 de Febrero, 2010

En el letargo de los pensados

Haciendo pie en sus convicciones, la banda edita el primer gran disco del año.

2010 parece ser el año de los lanzamientos discográficos. Artistas de diferentes líneas del rock nacional prometen tener listo nuevo material para el año del bicentenario, como Divididos, Fito Páez, Indio Solari, Babasónicos, Andrés Ciro, Massacre, entre tantos etcéteras. Humildemente, desde el under y la independencia, La Condena de Caín picó en punta con En el letargo de los pensados, su segundo trabajo.

Aquí la banda se muestra mucho más sólida luego de fusionar integrantes (de La Condena de Sigfrid y La Marca de Caín) y localidades (Madryn y Baires) y consigue entrega trece canciones súper trabajadas, que muestran todos los matices de los que son capaces. En buena medida mantienen la esencia de su debut (Nuestra negligencia resulta sospechosa, 2007), aunque si allí la alienación pasaba por el capitalismo, aquí tiene que ver con la televisión. Así lo sugiere tanto el arte de tapa como el contenido de las letras, muchas veces crípticas, otras más explícitas, pero donde la soledad, el hastío y la paranoia de cierta cotidianeidad son bien palpables.

También hay similitudes musicales con su antecesor, aunque en este disco se nota un trabajo mucho más cuidado en las armonías y los arreglos, por lo que en buena parte de las canciones conviven diferentes estilos y diferentes sonidos. Al rock and roll, la oscuridad y los toques funk que ya forman parte del hilo conductor de la banda, insinúan un interesante costado folk y otros momentos más pesados.

“Remo” es el primer tema y de alguna manera el protagonista de esa gran fábula que es En el letargo de los pensados, una de las tantas aristas ricoteras que maneja la banda. Desde la intro bien zeppelineana, La Condena pisa fuerte y conjuga un estribillo ideal para el vivo con un más complejo trabajo instrumental, en el que el saxo de Héctor Cantín y la guitarra de Matías Westerkamp se alternan el protagonismo. “El oro y la pólvora” quiebra con su comienzo casi sureño y riffs de guitarra bien marcados, made in Skay.

 “Carne blanda” muestra la faceta más rockera de la banda, un camino que retomarán en “Sediento de amor”, bien directo y bailable con sección de vientos incluida, “Rufián entre otros tantos”, con solo invitado de Sergio Dawi y “Susurro de un náufrago”, con un costado épico en el recitado final.

“Hombres de ciencia ficción” es de los mejores temas del álbum, casi tres en uno mismo, resumiendo aquel concepto sobre la versatilidad de la banda a la hora de armonizar la canción. Una primera parte es misteriosa y tribal, con la delicada voz de Joana Gieco y la percusión como estrellas, luego explota en un hard onda Sabbath y hacia el final Sawa desdobla su voz en ángel y demonio entregando su mejor producción dentro de una interpretación general muy pareja.

 “Lo inerte y lo real (o sobre cómo apropiarse de la verdad)” es otra de las buenas piezas. La introducción es a puro funk entre la guitarra y el saxo, pero las estrofas ganan en densidad, reflejada en la voz de Sawa y con Daniel Jinkis golpeando apenas el cencerro. El estribillo es más relajado, con un halo de esperanza entre tanto desconsuelo (““Sólo es verdadero aquello que es soñable/la invasión de los invadidos algún día llegará”). Luego de un locutor que advierte sobre la falta de deseo sexual en Argentina,  “Mosquito” funciona casi como su segunda parte: una reflexión crítica sobre el poder mediático.

La oscuridad que había sido una de las marcas distintivas de su primer álbum, se corporiza en “Ceguera extraña” y sobre todo en “Que cansador es ser siempre uno mismo”, donde el bajo de Marcelo Di Giovanni y la batería sostienen la melodía casi recitada. “Peste negra”, una de las melodías más bellas, sorprende desde su intro de guitarra acústica, insinuando un costado folk que volverá en “La ciudad perdida”, tema que cierra la placa y muestra una reflexión ecológica-minimalista, con la siempre potente voz de Sawa mostrando esta vez un matiz más delicado.

La Condena de Caín confirma en su segundo disco lo bueno que viene haciendo en todos estos años de under: canciones bien trabajadas, un complemento ideal entre instrumentos y voces y una invitación permanente a la reflexión.

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