Revista El Bondi - 15 AÑOS DE ROCK
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Max & Iggor Cavalera

Esclavos del dolor

Cronista: Fernando Canales | Fotos: Daniel Prieto

08 de Junio, 2019

Esclavos del dolor

Volviendo a las raíces (del thrash)

Hace un poco más de dos años, Max Cavalera llegaba a la Argentina sin ninguno de sus proyectos post Sepultura -Cavalera Conspiracy o Soulfly- sino que lo hacía junto a su hermano Iggor para conmemorar los 20 años de Roots (1996), un disco innovador con un groove y un sonido latino que llevó el heavy metal a otro nivel, aunque Jonathan Davis -cantante de Korn- diga que plagiaron el sonido de su banda. Obviamente, esto produjo un portal emocional en los fanáticos de Sepultura sabiendo que -aunque duela aceptarlo-  la agrupación de metal más grande de Sudamérica, ya no existe más. Pero los seguidores necesitaban revivir una vez más la demencia y las letras batalladoras que el grupo mostraba en sus orígenes (más en los tiempos que se viven hoy), y retribuyendo esa plegaria, los hermanos brasileños volvieron al país para repasar dos joyas del thrash mundial, como Beneath the Remains (1989) y  Arise (1991), en El Teatro de Flores.

 Con la falsa calma de la intro de la guitarra acústica de fondo, Max tomó el centro del escenario y el grito de “¡Beneath the Remains!” encendió la mecha del odio en el doble bombo de Igor. Junto a su inconfundible rasta y su gastada pero rendidora voz, continuó con el repaso de la placa con “Inner Self” y  ese breakdown criminal que pedía a gritos circle pit, y si Max lo pide, se cumple. Siguieron “Stronger Than Hate” y “Mass Hypnosis” con el público replicando esa escupida feroz de la realidad “Obedece como un tonto, Odio a través de las arterias, hipnosis masiva”. El machaque frenético de “Slaves of Pain” y el tupátupá de “Primitive Future”, cerraron el festejo del año 1989, el cual supo marcar con su sonido a muchos jóvenes metaleros.

 “A ver todas esas manos de fuego” fue la frase de Max que sellaba el comienzo de una nueva ceremonia de un disco legendario con esa ametralladora incesante que es “Arise”. La energía contenida que se había desatado tras “Dead Embryonic Cells” y “Desperate Cry”, se desvaneció tras “Altered State”, que ofreció un extraño momento pop con el cantante pidiendo al público que sacaran sus celulares, mientras jugueteaba  por un largo rato con su gente. Pero sólo fue un lapso, ya que tras el desafío “¿Qué pasa? ¿Están cagados?”, “Infected Voice” puso la casa en orden. Y después llegó el momento de la distensión y la fiesta de la mano de dos covers, “Dirty Deeds Done Dirt Cheap” de AC/DC, en versión al re palo, y “Orgasmatron”, de Mötorhead.

 A la banda todavía les quedaba resto y arsenal en sus guitarras, “Troops of Doom” con el jugueteo de la intro de “Raining Blood” de Slayer, la Wall of Death que ordenó Max con la directiva de “a la izquierda los hinchas de River y a la derecha los de Boca” en “Refuse/Resist y el himno “Root Bloody Root”, pusieron la frutilla del postre a esta torta de metal que no festeja un aniversario exacto, sino el pasado que lo hizo gigantes tras poner a Brasil y Sudamérica en el mapamundi del género.

 Los Cavalera se van de Argentina con los tres puntos en el bolsillo. Jugaron con el sentimiento y con el recuerdo de una generación que los vio nacer, sabiendo que aunque Andreas Kisser mantenga el nombre y que Max corrija el canto del público de “Sepultura” por “Ver-da-de-ro Se-pul-tu-ra”, la agrupación existe sólo en los clásicos, que tomaron vida en el barrio de Flores.

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