Cienfuegos
Desde aqui a la eternidad
06 de Abril, 2019
La banda que no existe volvió por un fin de semana con doblete en Groove con entradas agotadas. Furor de parte de más de tres mil exadolescentes noventosos por la mejor banda del cosmos y del infierno.
¿Querés saber lo que es estar muerto? Es 2019. Tenés más de 30. Bastante más tal vez. El de al lado tiene más canas que vos. Estás en el históricamente cumbiero Metrópolis pogueando a puro rock (¿O punk? ¿O post punk? ¿O qué?). No podés trotar ni una manzana pero acá saltás, gritás y cantás durante más de una hora y media. Sergio Rotman te mira fijo en un microsegundo y te hace reír, llorar, sentirte vivo y muerto, todo al mismo tiempo. Estás viajando hacia el cosmos. Hacia el infierno…Llegó el dolor, y sin dudas, la salvación de tu alma.
Groove está hasta las manos viernes y sábado. La peregrinación de estos desaforados nostálgicos los lleva a un punto en común en el que saben que probablemente será uno de sus últimos acercamientos a sus aires rockeros que tanto brillaron en los tiempos mozos. También saben que, como viene la mano, puede llegar a ser uno de los últimos dejos que el rock nacional (¿y por qué no mundial?) escupirá en su histórica esencia, al menos como la conocíamos allá por los ’80 o ’90. Y también saben que, aunque ahora sean más de mil y no ese puñado que con suerte arañaba la centena dos décadas atrás, siguen siendo testigos privilegiados de un culto que cada vez brillará más como un mito en su placentera y oculta oscuridad.
El “Toque para Oggun” a telón cerrado anticipa el trance antes del descontrol. La seguidilla de los tres discos de estudio editados de Cienfuegos sonará en orden cronológico desde la “Intro” del debut hasta “MHL/Doctor Li/Felicidad”, la última pieza de Hacia el Cosmos (1999). Y durante todo ese lapso, y un poco más, 1600 personas por día volverán a su adolescencia y serán felices aunque ya no soporten la felicidad.
“Llega el dolor” es de esas canciones de la banda que dolerán al día siguiente (y al otro también). Ese rabioso punk tendrá sus puntos más ásperos en la explosiva “Carne de tiburón” (“defender la razón, que tarea más ingrata”), el descontrol de “El mundo es tuyo” con su típico recitado previo que evocó al espíritu de Gamexane, y en la (in)existencial “Hacia el cosmos, hacia el infierno”.
La verborragia de Rotman del viernes se calmó un poco al día siguiente (“Me dijeron que no hable tanto entre tema y tema”). Pero Cienfuegos es también esa locura que brota sin música, nos deleitamos con historias de canciones, y así nos enteramos que “Moonage daydream” de Bowie fue la primera canción que hizo sonar la banda en su vida (“¿se habrá enterado antes de irse El Camaleón de que en este culo del mundo un puñado de enfermos corea ese magistral solo de viola?), que prefieren tocar en este lugar de Palermo que en los sucios sótanos noventosos, o que los ’80 fueron geniales para todos menos para protagonistas como ellos. También recordamos al querido Toto Rotblat, y le hacemos preguntas al frontman que nos hace recordar constantemente que estamos viendo a Cienfugos, “la banda que no existe”.
“Es una banda en la cual cada uno canta sus canciones, menos yo, que tengo que cantar también un par de los demás”, decía Rotman en una reciente entrevista. Y así el bajista Martín Aloé descolló en “Te fuiste”, “Vudú” y la fiesta que es “Para mí que no estás bien”; el guitarrista Hernán Bazzano embelleció la noche en la larga y preciosa “La colina”; y el reincorporado Gigio González (no estuvo en la última etapa) dio el toque de calidez con “Celoso” y “Malambo y el fantasma”. El otro guitarrista, Diego Aloé, no cantó pero su guitarra disparó las melodías de “Krshna roll” y Fernando Ricciardi tampoco cantó aunque no importa, porque solo le basta con ser uno de los mejores bateristas de la historia del rock argentino.
Los minutos corrían a puro pogo, mosh y transpiración, y el cansancio empezaba a pegar en el target post 30, tanto abajo como arriba (que ya es post 50). Pero las canciones son imbatibles. Esa es también la clave de esta banda: más allá de la nostalgia, el culto, la energía y la oscuridad, la calidad de su obra es superlativa y tiene un tinte épico. Y si hablamos de oscuridad, viramos hacia las letras. Imaginemos el pozo más profundo, pantanoso y olvidado, y debajo de eso, lo más lejos posible de la luz, allí estará la lírica de esta banda. “Ninguno de ustedes tiene algo que sea especial”, nos recuerdan, para después dar cuenta aquello de que “la vida dura solo un segundo”, al tiempo que “otra esperanza ha muerto” mientras “somos sombras de la noche”.
El mismísimo Chris Frantz compartió la trasmisión en vivo por Facebook de “Once in a lifetime” de Talking Heads e Ian Curtis reencarnó por cuatro minutos para que el amor nos destroce otra vez. Con los últimos restos que le quedaban, el público se las arregló para hacer temblar Groove de la mano de “Deja que te diga” y “La eternidad”.
“Nos vemos en el Siglo trenta y siete”, se despidió el cantante antes de abrazarse con Martín Aloé. De todos, pero seguramente más que nada de ellos dos, dependerá si lo que dijo pueda llegar a refutarse en un futuro no tan lejano. ¿Querés saber lo que es estar muerto? Acabás de salir del mejor recital del año. Tal vez hayas visto por última vez al resabio más exquisito de los póstumos tiempos de rock sanguíneo. Estás de nuevo en el mundo. Se consumió ese medio segundo. La Avenida Santa Fe es un caos y en los autos suena trap. En dos o tres días volvés a laburar y te van a doler los moretones. Cienfuegos ya se proyectó desde aquí a la eternidad.
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