Revista El Bondi - 15 AÑOS DE ROCK
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Cory Henry

Alabado seas, Henry

Cronista: Lucas González | Fotos: Nacho Boullosa

29 de Abril, 2017

Alabado seas, Henry

El tecladista de Snarky Puppy tocó por primera vez en Buenos Aires, donde desplegó su aclamada técnica, con la que se ganó a los porteños.

Cory Henry hace de la improvisación un arte. Capaz de transformar cualquier melodía en una pieza de colección, el tecladista lleva la música góspel a otro nivel, hasta hace poco desconocido por el público argentino, para nada familiarizado (masivamente hablando) con la música evangélica. El género, muy presente de las comunidades afroamericanas de Estados Unidos, fue el principal protagonista, el jueves por la noche, en el Teatro Vorterix, que por una hora y media pareció trasladarse a los profundo de Harlem, tierra de humildes, bandidos y MC’s.

La excusa para presentarse fue The Revival (live), disco que sacó el año pasado y al que definió como una conmemoración de lo que aprendió cuando era niño y de lo que le encanta tocar ahora, que es un hombre. Pero hay un pretexto aún más convincente, y que justifica la tremenda cantidad de gente que asistió a su show: de las dos veces que Snarky Puppy, ensamble jazzístico que integra, tocó en Buenos Aires (Niceto Club en 2015 y Luna Park en 2016), el tecladista no fue de la partida. La manija, por eso, era importante.

La presentación de Henry, que estuvo acompañado por los exquisitos y precisos The Funk Apostles (TaRon Lockett en batería y Sharay Reed en bajo) tuvo varios puntos altos, como el arranque, en el que improvisó el soundtrack del Mario Bros: la gente deliró, él disfrutó y Maggie lloró. Fue una hermosa confusión de emociones.

La sana costumbre de hacer versiones también fue un punto a destacar en la noche. En su carrera, ha homenajeado la obra de Prince, Micheal Jackson y Ray Charles, entre otros. Para su performance porteña, la canción elegida fue “Crazy”, aquel hit de 2006 que catapultó a la fama a Gnarls Barkley. En su interpretación, Henry evita cualquier contacto con la original, impregnándola de su impronta jazzera y sumando a su repertorio un componente que utiliza poco, pero que es muy efectivo, su voz. Porque además de tocar endemoniadamente bien, canta de manera notable, como si hubiera hecho un pacto con Belcebú: su alma por un gran, puto y conmovedor talento.

Al igual que en su toque reciente en Chile, el tecladista optó por cerrar con la popular “NaaNaaNaa”, que el público vitoreó y agradeció, y dejar un mensaje, a tono con el clima del espectáculo: "sean felices y no tengan miedo". De manual.

Cory se fue. Aplaudido, ovacionado. Queriendo hacer una canción más, que no pudo ser, por cuestiones de horarios. Tal vez en otra ocasión, porque como dijo, tiene muchas ganas de volver a encontrarse con los argentinos, el mejor público del mundo, que hasta corea la sucesión de notas que ejecuta en cada una de las octavas de su Hammond Organ B3.

 

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