Yngwie Malmsteen
Arpegios del infierno
Cronista: Fernando Canales | Fotos:
Anabella Reggiani
14 de Noviembre, 2013
El guitarrista sueco volvió al país y demostró todo su virtuosismo a pesar de algunos incidentes con el público argentino.
En El Teatro de Flores la remera de un fanático cuestiona: "¿Yngwie quién?, Yngwie Fucking Malmsteen!"; lanza la prenda en respuesta a la pregunta sobre este violero, fanático de los relojes Rolex, de las Ferraris y de las Fender Stratocaster más vintage. El mismo que tiene sobre sus espaldas haber creado el metal neoclásico, fundiendo el hard rock con la música clásica, y que convive con un desmesurado ego, que lo lleva a lanzar frases como éstas: "Es imposible que yo toque mal la nota de una escala", "Hay dos cosas que se pueden ver desde el espacio, la Muralla China y mi pared de Marshalls" y "Me fui de Alcatrazz porque se robaban mi show" - todos extractos de su autobiografía, "Relentless"-.
Pero a pesar del narcisismo heredado de su mentor - Ritchie Blackmore - Yngwie es una eminencia, amada y odia por partes iguales, y vuelve a la Argentina después de seis años (y sus recordados shows en Cemento y Obras), para presentar Spellbound, su 19º trabajo de estudio, en formato cuarteto con Nick Marino (voz principal, teclados), Ralph Ciavolino (bajo, voz) y Patrick Johansson (batería).
La acción comienza con el clásico "Rising Force" seguido por "Damnation Game", donde Nick Marino demuestra que está a la altura de las circunstancias reemplazando a Tim "Ripper" Owens en el line up original, lanzando agudos con gran afinación, secundado por Ciavolino en los coros.
Con tres cuartos de escenario para él y respaldado por el paisaje de su pared -literal- de amplificadores Marshall, Yngwie encara un set instrumental homenajeando a sus máximas influencia; primero, a Johann Sebastian Bach con "Badinerie", y después, a Niccolo Paganini con "Adagio" (haciendo sonar su Strato como un violín asesino) para rematar con el eterno "Far Beyond The Sun".
"The Maestro" decide calmar un poco la bestia y afrontar un set acústico donde improvisa sobre algunos temas como "Paraprhase" y "Prelude To April", para desembocar en la balada "Dreaming (Tell me)" donde Malmsteen muestra toda su sensibilidad por sobre la técnica.
El virtuosismo, las escalas a la velocidad de la luz y los arpegios endemoniados volvieron con "Baroque and Roll", y acá empezaron los problemas: más allá del grito de "Gordo, gordo" que cariñosamente el público le gritaba al sueco, durante el solo, una chica en estado de ebriedad le tiró una zapatilla al guitarrista -Mollo hay uno solo- y le acertó en la cabeza. Con el tema terminado, Ciavolino transmitió la calentura del Vikingo: "Busquen a ese hijo de puta, el Maestro no va a volver hasta que ese cobarde se vaya del lugar". Pero ya era tarde, la chica se había ido en la mitad del tema ¿El resultado? 20 minutos de demora con el show parado. No aprendemos más.
Por suerte y tras recapacitar, Yngwie volvió a las acrobacias con las seis cuerdas con "Trilogy Suite Op:5", "Blue" donde logra cruzar a Robert Johnson con Mozart, y "Fugue", tema escrito para el disco "Concerto Suite for Electric Guitar and Orchestra in E flat minor, Opus 1". El "finale" tuvo lugar con "Heaven Tonight" y su base ochentosa tipo Bon Jovi y "I‘ll see the light tonight", con más piroténia saliendo la viola de Malmsteen.
Están los que se se inmolan por él, y están los que creen que su velocidad es totalmente aburrida. Pero Yngwie Malmsteen, con o o sin su gigante ego, tiene un lugar ganado en la historia de la música, y nadie se lo va a poder sacar.
Pero a pesar del narcisismo heredado de su mentor - Ritchie Blackmore - Yngwie es una eminencia, amada y odia por partes iguales, y vuelve a la Argentina después de seis años (y sus recordados shows en Cemento y Obras), para presentar Spellbound, su 19º trabajo de estudio, en formato cuarteto con Nick Marino (voz principal, teclados), Ralph Ciavolino (bajo, voz) y Patrick Johansson (batería).
La acción comienza con el clásico "Rising Force" seguido por "Damnation Game", donde Nick Marino demuestra que está a la altura de las circunstancias reemplazando a Tim "Ripper" Owens en el line up original, lanzando agudos con gran afinación, secundado por Ciavolino en los coros.
Con tres cuartos de escenario para él y respaldado por el paisaje de su pared -literal- de amplificadores Marshall, Yngwie encara un set instrumental homenajeando a sus máximas influencia; primero, a Johann Sebastian Bach con "Badinerie", y después, a Niccolo Paganini con "Adagio" (haciendo sonar su Strato como un violín asesino) para rematar con el eterno "Far Beyond The Sun".
"The Maestro" decide calmar un poco la bestia y afrontar un set acústico donde improvisa sobre algunos temas como "Paraprhase" y "Prelude To April", para desembocar en la balada "Dreaming (Tell me)" donde Malmsteen muestra toda su sensibilidad por sobre la técnica.
El virtuosismo, las escalas a la velocidad de la luz y los arpegios endemoniados volvieron con "Baroque and Roll", y acá empezaron los problemas: más allá del grito de "Gordo, gordo" que cariñosamente el público le gritaba al sueco, durante el solo, una chica en estado de ebriedad le tiró una zapatilla al guitarrista -Mollo hay uno solo- y le acertó en la cabeza. Con el tema terminado, Ciavolino transmitió la calentura del Vikingo: "Busquen a ese hijo de puta, el Maestro no va a volver hasta que ese cobarde se vaya del lugar". Pero ya era tarde, la chica se había ido en la mitad del tema ¿El resultado? 20 minutos de demora con el show parado. No aprendemos más.
Por suerte y tras recapacitar, Yngwie volvió a las acrobacias con las seis cuerdas con "Trilogy Suite Op:5", "Blue" donde logra cruzar a Robert Johnson con Mozart, y "Fugue", tema escrito para el disco "Concerto Suite for Electric Guitar and Orchestra in E flat minor, Opus 1". El "finale" tuvo lugar con "Heaven Tonight" y su base ochentosa tipo Bon Jovi y "I‘ll see the light tonight", con más piroténia saliendo la viola de Malmsteen.
Están los que se se inmolan por él, y están los que creen que su velocidad es totalmente aburrida. Pero Yngwie Malmsteen, con o o sin su gigante ego, tiene un lugar ganado en la historia de la música, y nadie se lo va a poder sacar.
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