Enrique Bunbury
Díganme Licenciado
03 de Marzo, 2012
Enrique Bunbury convirtió en cantina al estadio de Ferro para renovar el romance con sus seguidores argentinos.
La relación de Bunbury con el público argentino viene de larga data. Los años de Héroes del Silencio lo acercaron a las tribus más rockeras, mientras su trayectoria como solista ha experimentado otros rumbos. En un Ferro preparado la ocasión, con un campo acotado facilitando la cercanía público-artista, el español presentó buena parte de Licenciado Cantinas, el disco de versiones “de Tierra del Fuego al Río Bravo”, que con el que está girando, justamente, por algunas de las ciudades que inspiraron el álbum en formato de bar.
“El mar, el cielo y tú”, instrumental de Agustín Lara sirvió de introducción para que Los Santos Inocentes copen las tablas y reciban a Enrique con “Llévame”, respetando el inicio del disco. Los agradecimientos y la presentación del cantante anticiparon “El solitario (diario de un borracho)” del colombiano Alfredo Gutiérrez, y los primeros bailes en el campo, en clave de cumbia.
“La señorita hermafrodita”, en versión de guitarras acústicas fue la primera del repertorio propio de Bunbury, que evitó interpretar temas de Héroes y tuvo que sacrificar algunos de sus clásicos en pos del nuevo material, una decisión siempre complicada, ya que son los viejos temas los que generalmente la gente quiere escuchar. Eso se notó cuando Jorge Rebenaque, de notable performance a lo largo del show, dejó los teclados, se colgó el acordeón y en el centro del escenario dio inicio al espíritu gitano de “El extranjero”.
Una gran ejecución del guitarrista Jordi Mena en “Los habitantes", y el tándem “El anzuelo” y “No me llames cariño”, del consagratorio doble El viaje a ninguna parte (2004) derivaron en una ovación, lo que llevó a Bunbury a reflexionar sobre una paradoja: “alguien que nunca estudió, acabó recibiéndose de algo en las cantinas de Latinoamérica”. Y "Ánimas, que no amanezca” fue la mejor música para la fiesta de graduación.
A esta altura del concierto, y pese a algunos discutibles reclamos de sonido que fastidiaron al cantante que llegó a patear un monitor, Los Santos Inocentes ya habían demostrado versatilidad para pasearse por diferentes ritmos sin perder nunca la esencia rockera. La incorporación de Quino Béjar en percusión es decisiva para acompañar al baterista Ramón Gracías y al bajista Robert Castellanos para diseñar las bases. Y los dos guitarristas, Alvaro Suite y Jordi Mena, cumplen a la perfección sus roles del carismático y el virtuoso, como manifestaron en “De todo el mundo”, uno de los momentos más altos del show. En cuanto a Bunbury, mantiene intacta su voz pero se lo vio menos histriónico que otras veces, asumiendo su álter ego para transformarse en cantor de bar.
Si bien el público acompañó respetuosamente las canciones de Licenciado Cantinas, con los clásicos llegaron los momentos de mayor excitación, y “Que tengas suertecita” y sobre todo “Sí”, fueron de las más cantadas. Una rockerísima versión de “El hombre delgado que no flaqueará jamás” puso a Ferro a saltar como nunca en la noche y marcó un final que nadie se creyó.
En la primera tanda de bises, Bunbury anticipó “un blues de Atahualpa” para una muy respetuosa versión de “El cielo está dentro de mí”, que el público siguió con atención. Pasó “Bujías para el dolor” e “Infinito”, clásico entre los clásicos, marcó el falso cierre. La banda volvió para el tango “Cosas olvidadas” en otro homenaje al cancionero argentino (lástima la ausencia de la “Chacarera de un triste”) y la despedida llegó en forma de vals, con la bellísima “… Y al final”.
Enrique Bunbury realizó un posgrado en el barrio de Caballito. Con una banda aceitada y su voz en estado de gracia, el español mostró su chiche nuevo ante un público que, mientras canta por la vuelta de Héroes, disfruta una versión alternativa del aragonés errante.
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