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Catupecu Machu

De sonidos renovados e historias presentes

Cronista: Gentileza: Francisco Andres Anselmi | Fotos: Anabella Reggiani

04 de Diciembre, 2011

De sonidos renovados e historias presentes

La banda liderada por Fernando Ruiz Díaz se presentó por tercera vez en el Luna Park y, en una noche colmada por las emociones y los homenajes, grabó las imágenes de lo que será su segundo DVD

Cinco años después del accidente que cambió su vida, su familia y su banda, Fernando Ruiz Díaz está arrodillado de frente a la inmensidad del Luna Park. El canto en homenaje a Gabriel, su hermano menor, no cesa de retumbar en su cabeza y la luminosidad de la pantalla reverbera en la panza de la guitarra que tiene entre manos. Sus piernas tiemblan, pero, finalmente, toma impulso, se levanta, apunta hacia el micrófono y prepara la armonía de “Metrópolis Nueva”, retomando el norte de la noche: la presentación oficial de El Mezcal y la Cobra, el último disco de estudio de Catupecu Machu, y la grabación del nuevo DVD, el sucesor de Eso Vive -2002-.

Riffs asimétricos, canciones desiguales rítmicamente pero no por eso amelódicas, esos pequeños placeres a los que la banda tiene acostumbrados a sus fans hace ya algunos años, dijeron presente en El Palacio de los Deportes. Pareciera que desde que el mayor de los Ruiz Díaz se apoderó de la matriz creativa de la banda, su sonido embarcó hacia un rumbo donde los matices criollos, los teclados hipnóticos y las guitarras lejanas a octavas de distancia se funden en un mismo propósito que, si sigue a este ritmo creativo, será la banda de sonido de lo que resta de sus vidas.

Su tercer Luna Park repasó lo mejor de sus siete discos y relegó las canciones nuevas a ocupar un segundo lugar en pos del ritmo del show. El bajo de “El Mezcal y la Cobra” vuela la cabeza de unos cuantos desprevenidos que deben tapar sus oídos, e inaugura la cuenta regresiva, al igual que el disco. La banda está entera, y pisa fuerte, afianzada, en el suelo.

Con cuatro décadas a cuestas, al mayor de los Ruiz Díaz se lo puede ver ágil e inquieto: junto al bajista y guitarrista Sebastián Cáceres recorren el escenario de un lado a otro, con pasarela incluida, sin un mínimo desliz o caída. Además, ya no mide su capacidad de músiquiatra en a qué velocidad puede tocar su guitarra, sino que su pseudo virtuosismo quedó relegado hace ya algunos años por su voz, una de sus grandes virtudes y de las mejores conservas en los 17 años que lleva la banda por ruta.

Seguramente uno de los momentos altos de la velada sea cuando Ruiz Díaz inicie los primeros versos de “Tanto Amor”, el primer corte de lo nuevo de Massacre, Ringo, y, detrás de él, emerja una figura con un tapado violeta y su asistente, un hombre de la ciencia, un Emmet Brown introvertido; son Walas y Pablo Mondello, El Tordo, dos Massacre que llegan para completar su canción e interpretar un viejo clásico: “Plan B: anhelo de satisfacción”. “Nunca conocí un tipo tan raro como El Tordo”, lanza Fernando, Mondello asiente con frescura y Ruiz Diaz remata: “él vino al ensayo hace dos días y nos insistió con que quería que toquemos esta canción, que no íbamos a hacer”. Suena “Danza de los Secretos”, y la muchedumbre comprende por qué estaban tan eufóricos en interpretarla.

El recuerdo a Gustavo Cerati, y el propio homenaje de la banda hacia Gabriel Ruiz Díaz se hacen presentes en las intervenciones a capella de Fernando, “Persiana Americana” y “Hay Casi un Metro al Agua”, entre las que el frontman puede meter un bocadillo nostálgico y emocionante.

El chico nuevo de la cuadra, el baterista Agustín Rocino, aporta golpes duros, directos a la cabeza, no pidan demasiada técnica, está para cumplir pero no para destacar; esto se nota primordialmente en los clásicos, cuando uno puede abrir los ojos y darse cuenta de que el rasta Javier Herlein no está más.

El rescate emotivo llega de la mano de “Eso Espero”, el riff punk, casi como un “Cielito Lindo” de Divididos, “Dale!” y el ex bajista devenido en DJ de la Costa Atlántica Zeta Bosio que se suma con “Y lo que quiero…” Fernando anuncia que esta misma noche se está grabando un nuevo DVD y la gente estalla, motivo para el cual baja los decibeles con “Musas” y se despide consternado, adjudicando que está muy emocionado por el recibimiento.

En casi 18 años de existencia, Catupecu Machu se afianzó, maduró y evolucionó a un ritmo desproporcionado, mutando en una banda que nunca dejó sus estandartes de rock alternativo, pero que tampoco se definió en ningún lugar claro. “Alguna vez estábamos hablando con Gaby y le dije: ‘¿Dónde quisieras tocar?’ y él me contestó: ‘en el Luna Park’”, comentó en un momento Ruiz Díaz. Y lo cumplieron, tres veces.

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