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Personal Fest

El bueno, el malo y The Strokes

Cronista: Gentileza: Francisco Andres Anselmi | Fotos: Jose Fuño

04 de Noviembre, 2011

El bueno, el malo y The Strokes

De todas las épocas y para todos los colores. La segunda fecha del Personal Fest 2011 contó con invitados internacionales de todo el espectro del Atlántico Norte, donde lo viejo y lo nuevo convivieron en los cuatro escenarios que el gran predio de GEBA les tenía preparado.

El guitarrista Albert Hammond Jr. está repasando frenéticamente todo el mástil de su guitarra de a octavas, mientras que, del otro extremo del escenario, Nikolai Fraiture empieza a golpear su bajo en seis notas que sirven de puente para el frenético estribillo: la segunda guitarra de Nick Valensi incrementa la sensación de demencia para que Julian Casablancas desencadene con su áspera voz una conversación entre los dos costados de su mente, la racional y la instintiva, animal. Suena “Reptilia” y los ejecutantes forman The Strokes, cinco neoyorquinos que sólo necesitaron aferrarse a un único instrumento durante hora y media para irradiar su energía punk, rockera y juvenil ante las cuarenta mil personas que asistieron a la segunda fecha del Personal Fest 2011 en el estadio de G.E.B.A

“Pilotos, pilotos”, dicen los oportunistas vendedores aledaños al recinto; es viernes y llueve como si fuera la última vez que lo fuera a hacer. Los jóvenes corren y se apuran por entrar mientras suenan de fondo los ingleses White Lies, que están presentando su segundo disco en el escenario principal. Sin embargo, la mayoría de los asistentes están disfrutando de los stands ubicados en la pasarela de ingreso: kioskos, puestos de comida, juegos de la multinacional celular, e, incluso, un apático centro para reclutar empleados –el menos concurrido de la noche-.

Diferente ingeniería, la misma arrogancia. Antes de subir al escenario, Liam Gallagher debe haber recordado su última visita al país en 2009, cuando todavía integraba una de las piezas fundacionales del brit pop, Oasis, y se había presentado ante un multitudinario público en el Monumental de Núñez. Minutos después de que Goldfrapp completara su setlist, comienza a sonar un clásico de The Stone Roses, “I’m The Resurrection”, tal vez una chiquilinada a modo de provocación o una demostración de que sin su hermano mayor, el guitarrista Noel Gallagher -quien dejo la banda en 2009 debido al interminable conflicto familiar-, él todavía puede hacer música. Hoy, líder de Beady Eye, parece haber olvidado la fórmula que lo llevó a liderar las listas mundiales a mediados de los ‘90 con (What’s The Story) Morning Glory o Definitely Maybe. Liam embandera una causa musical que no le pertenece: un rock crudo y baladas sin melodías que no encaja de ninguna manera a su estilo ni sus veinte años de trayectoria.

Dejando de lado las leyes de copyright que pudieron intervenir para que esta noche no sonaran clásicos de Oasis, Liam parece creer firmemente en su proyecto: está decidido a no tocar canciones de Oasis –ni siquiera sus composiciones melosas biacordales como “Songbird”-  sino a llenar cada espacio de su lista con las de su propia autoría e, incluso, un cover de los ingleses World of Twist, “Sons of the Stage”. Empujado por las gráficas reflejadas en las pantallas del escenario -que oscilaban entre apariciones de comics de los setenta y una gráfica peronista berreta-, el show tuvo algunas excepciones como el single “The Roller”, que recuerda a la simpática “Some Might Say” (Morning Glory, 1995) o a las baladas gancheras de su hermano en “The Beat Goes On” (“En alguna parte de mi corazón la música sigue sonando”, canta entre acordes alegres con la frente llena de orgullo). En un acto de demagogia, cosa que nunca necesitó y tampoco hizo, Liam terminó con una bandera de Argentina entre sus hombros y agradeciéndole por los jugadores que le cede al Manchester City, el equipo de la Premier League del cual los dos hermanos son reconocidos fanáticos.

Para el momento en que sonó el último acorde, la multitud del campo vip ya se estaba trasladando del escenario Motorola hacia el Personal, el principal. “Dale, putos, muévanse”, gritaron tres adolescentes del campo general, a lo que una chica que se sintió aludida y contestó entre risas irónicas: “Pobre, quedate ahí que los vas a ver cerquita”. Con el ánimo caldeado, el trío recordó que están detrás de la valla de trescientos pesos que los separa de la élite de esa noche, los del cómodo campo vip.

Veinte minutos después de las 23, y con la lluvia ya erradicada de los cielos, The Strokes salió a escena a presentar Angles, su cuarta placa discográfica y leitmotiv principal en su segunda visita al país. La energía post punk del riff de “New York City Cops” inauguró el último número de la noche, con un Julian Casablancas que se mantiene enérgico, sutil demagógicamente y errático por momentos. 

En estos seis años que separan la primera visita de la banda al país –el festival BUE en 2005-, la banda editó dos discos –First Impressions of the Earth y el inefable Angles-, se separó e, incluso, los rumores indican que no se encuentra en uno de sus mejores momentos. No obstante, esto no se vio reflejado en el escenario; la dupla Hammond-Valensi funciona al cien por ciento en la creación y coordinación de riffs y texturas de las canciones nuevas como “Machu Picchu”, “You’re so Right”, “Gratisfaction” o clásicos como “Heart in a Cage”, “Juicebox” o “12:51”.

Las escasas interacciones de Casablancas con el público son para agradecer la noche que les ha tocado, retribuir con un Thank you las reiteradas confesiones de I Love You de las femeninas o agradecer el aguante de los argentinos. El cantante quedó visiblemente emocionado cuando la gente coreó el solo de “Last Nite” y aseguró que “esta es una noche que nunca olvidaremos, no es fácil encontrar gente que cante hasta los solos”. Los locales redoblaron la apuesta: “Olé, olé, ole, The Strokes, The Strokes”. Argentina 2, Casablancas 0.

Luego de los bises, Julian sentenció el final con “Take it or leave it” y el público se quedó con sabor a poco, esperando por más. Los fuegos artificiales alumbraron la noche porteña mientras la gente iba desalojando el predio poco a poco, y Matias Aguayo, el DJ encargado del cierre final, debió pasar música para él y las pocas almas que todavía andaban dando vueltas por ahí.

Con un gran nivel de convocatoria, la segunda fecha del Personal Fest 2011 está en el podio de los festivales del año por su coherencia a la hora de elegir las bandas que integraron la grilla. En hora buena, Argentina está aprendiendo. Ahora, a por el campo vip.

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