Eric Clapton
Viaje al corazón del blues
14 de Octubre, 2011
Con un equilibrado recorrido por su trayectoria, Eric Clapton cautivó una vez más al público argentino con un show impecable.
En esta avalancha de conciertos que viene experimentando nuestro país, el viernes le tocaba a Eric Clapton. El clima era el ideal: una brisa tenue al caer la noche acompañaba la previa de un estadio que se empezaba a llenar de a poco. Habían pasado los Guasones, con respetados 45 minutos de vermouth, y la gente aguardaba encontrarse con Eric una década después.
Diez minutos de las 21, se apagaron las luces y el Dios de la Strato celeste empezó por tercera vez un concierto en Buenos Aires. Tomó el centro del escenario y con su genial banda empezó a tocar “Key the highway”, para iniciar un repertorio similar al que viene desarrollando en la gira, basado en clásicos del blues y en esos temas que fueron parámetro para entender su carrera, y dejando un poco de lado su último material de estudio.
Así, después de “Tell the truth”, de la época de Derek and The Dominos, el legendario “Hoochie Coochie Man” provocó los primeros aplausos que inmediatamente y como durante casi toda la noche, se volvieron un silencio respetuoso, una manera de contemplar lo que Eric y sus amigos tenían para ofrecer. Y el tremendo solo de guitarra de “Old love” fue botón de muestra, así como la primera gran aparición de Tim Carmon en el órgano, sin dudas el mejor apóstol de Dios en la noche de Núñez.
“I shot the sheriff” puso la cuota de reggae claptoniano, para cerrar conceptualmente una primera parte del concierto. Sentado y con acústica en mano, “Driftin’ blues” inició este segmento en el que el rebote del sonido confundió por momentos la calidad del punteo. Las palmas que acompañaron a “Nobody knows you when you’re down and out” fueron levantando la temperatura de un público que celebró con creces “Lay down Sally”, nuevamente con guitarra eléctrica para este clásico con aires country de Slowhand.
La única cita a su reciente disco Clapton no pudo haber sido más precisa: “When somebody thinks you are wonderful” y sus aires jazzeros permitieron que empezara a lucirse el otro hombre de las teclas, Chris Stainton en el piano, que fue ganando protagonismo de manera progresiva hasta terminar endemionado. “Layla” sonó diferente a sus dos versiones clásicas, hasta más ralentada que la del célebre Unplugged de 1992. Y luego llegó “Badge”, el momento más rocker de la noche, una interpretación basada en la genial suciedad de Cream en la base del baterista Steve Gadd y el bajista Willie Weeks, pero reformulada desde los coros (precisas como durante toda la noche Michelle John y Sharon White) y decorada por Eric y sus pedales.
Ya encarando el final hubo balada con “Wonderful tonight”, rythmn and blues con “Before you acussed me” y una cátedra de blues con “Little queen of spades”. El falso cierre llegó con “Cocaine” y el único momento en que el que Clapton compartió su micrófono con el público. Pero quedaba una más, “Crossroads”, otra del abuelo Robert Johnson, en la que la encrucijada fue con los tecladistas, para luego sí dar paso a las tres reverencias a banda completa y el saludo final.
Cuando se prendieron las luces, bajaron unos silbidos que si cuestionaban el concepto del show realmente no se entendieron. Habían pasado 110 minutos ininterrumpidos de un artista que no se caracteriza por su verborragia ni por su demagogia, y salvo lo mencionado del rebote, el sonido pareció estar a la altura de las circunstancias, aunque nunca se sabe con exactitud en este tipo de eventos masivos.
Eric Clapton dio una muestra de su leyenda y durante la noche del viernes hechizó a 40 mil personas con un repertorio acorde a su adn musical y una banda que derrochó virtuosismo.
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