Gran Martell
El gran martillo
02 de Septiembre, 2011
Los Gran Martell retomaron el contacto con el público el pasado viernes en Niceto Club.
La noche del viernes 2 de septiembre había empezado para los Gran Martell mucho antes de que caiga el sol. La banda llevaba alejada de los escenarios unos meses y el Niceto que harían esa noche, a pesar de no tener la inexperiencia del primero o el vértigo de hacerlo bien el segundo, sería como el “volver a las pistas” después de un tiempo de inactividad; algo que, sin lugar a dudas, el trío de Jorge Araujo, Tito Fargo y Gustavo Jamardo podrían aceitar en pocos minutos.
Para las 21, momento en que se abrieron las puertas, la batería de acrílico transparente de Araujo ya llevaba tres horas esperando que llegara alguien más que el propio Jorge para admirarla; y esos no podían ser otros más que el selecto grupo de la “valla”, esos personajes que saben todo sobre la banda y se mecen noche tras noche en la vara de metal esperando aprender todos los trucos sobre sus ídolos.
Como si se tratara de uno de los bares de los cuentos de Capusotto, aquellos en los que ningún hombre con esperanza de copular debería ir, el local se encontraba sitiado en su plenitud por hombres. En la barra cercana al escenario, había hombres; en el pasillo que lleva al baño, había hombres; en la valla que separa a la banda de la plebe, había hombres. Las únicas mujeres eran las que acompañaban a sus novios, las fotógrafas de algún medio de prensa y las encargadas del bar.
Minutos antes de las 22, la gente del fondo comenzó a peregrinar en busca de un lugar en las primeras filas cuando el tanguero y presentador Walter Chino Laborde salió a calmar las ansias con un repertorio que iba desde el tango hasta ritmos que cruzan la frontera del Río de la Plata como “Yira Yira”, el clásico de Enrique Santos Discépolo que interpretó Gardel en la década del 30’.
Los Ramones podrían haber hecho en una hora y media de show setenta y seis canciones, y, además, podrían haber contratado una banda telonera. Los Gran Martell, en cambio, poseen composiciones algo más extensas, por lo que el show les rindió para hacer 14 canciones de sus tres discos.
Al mando de la consola de sonido estaba Adrián Taverna, sonidista entre otros de Soda Stereo, Riff y Divididos, que logró afianzarse en el terreno a partir de “Dos huecos”, la tercera canción que sonó. Arriba del escenario, los tres músicos parecen imperceptibles entre sí. El bajo endemoniado de Gustavo Jamardo no cruzó casi ni una palabra ni un gesto con la guitarra de Fargo, que vestido de negro, se ocupó sólo de sacarle todo el jugo a su pedalera, sin participar de las miradas cómplices que Gustavo y Jorge se buscaban todo el tiempo.
Eso cambió cuando llegó uno de los mejores momentos de la noche. “Vamos a presentar dos canciones nuevas; saquen todos sus celulares”, arengó Araujo. Minutos después de que los tres salieran al escenario, sólo dos de ellos volvieron. Araujo volvió con una guitarra acústica y Fargo continuó con eléctrica para hacer dos canciones nuevas en formato electroacústico. El baterista mostró para el auditorio su faceta de guitarrista; la primera canción tenía un ritmo blusero, sin embargo, tenía la impronta Gran Martell de no hacer las cosas simples.
Cuando regresó el formato eléctrico en su totalidad, Richard Coleman llegó para aportar su guitarra Slide a “Vete de aquí, cuervo negro” de la primera banda de Luis Alberto Spinetta, Almendra. Luego de la salida de Coleman, Jamardo presentó la que, debe ser, la composición más tranquila y orientada a la balada de la banda, “Ojos desiertos”, que fue dedicada, en palabras de Gustavo, para “todos mis amigos”.
“El amigo del rey” refleja lo que la banda ha intentado hacer con su última placa, Un volcán: hacer más canciones que se alejen de la manera más críptica que caracteriza los primeros discos. Después, Araujo, Jamardo y Fargo unieron fuerzas nuevamente en el centro del escenario para despedir al público y desear un buen fin de semana.
Con una hora y media de show, a los Gran Martell les alcanzó para dejar satisfechos a los asistentes y que al salir se siga escuchando: “¿Viste cómo le pega Jorge? ¡Es una locura!” En hora buena, facha.
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