Skay Beilinson
Se ilumina la kermesse
27 de Agosto, 2011
Luego de dos años y media de permanecer “cerrado por reformas”, el Estadio Obras volvió a presentar un show de rock, de la mano de Skay Beilinson.
El Estadio Obras fue, es y será El Templo del Rock. Infinita cantidad de recitales nacionales e internacionales así lo manifiestan, tanto como su carácter de escenario consagratorio que supo mantener por décadas. Si bien el post Cromañón, la masividad del rock a diferentes escalas y la sponsorización a la que cuesta acostumbrarse han mermado en algo su mística, Obras sigue siendo Obras y, naturalmente, Skay siempre es Skay.
En la previa, una de las curiosidades pasaba por cómo se encontrarían las instalaciones del estadio. Primero sorprendió una gigantografía de… La Bombonera, sobre la fachada que da a la Avenida del Libertador. Y más allá de la pintura de plateas y populares con el clásico negro y amarillo del “Tachero” y una alfombra que cubría prolijamente el campo, no se advirtieron otras reformas importantes. Por otra parte, se repitieron algunos clásicos inconvenientes, sobre todo, el insoportable calor que reinaba en el ambiente, aún a contramano de la ola polar que empezaba a despedirse de Buenos Aires, y algunas dificultades en la zona de los baños.
En lo musical, Skay dio otra muestra de cómo decidió transcurrir su carrera más allá de Los Redonditos de Ricota, de quienes se cumplieron recientemente diez años de su último concierto en Córdoba. El Flaco tiene cuatro discos, y si bien predominó en su repertorio el más reciente ¿Dónde vas? (2010), recorrió todo su trabajo y apenas citó el material de Patricio Rey en versiones personalísimas y resignificadas.
“Soldaditos de plomo”, “El viaje de Mary” y “Tal vez mañana” sirvieron para iniciar el reencuentro del mítico guitarrista con su gente que colmó Obras, un lugar especialmente vinculado a la historia ricotera. “Una alegría vernos de nuevo, vamos a seguir por este camino” saludó Skay, como si quedara alguna duda de cómo están planteadas las cosas. En este sentido, llamó la atención el cantito “de la cabeza hoy vinimos a ver a Skay” en remplazo ocasional del “sólo te pido que se vuelvan a juntar”.
Luego de “La luna en Fez”, el Flaco empezó a juguetear con su guitarra en el reconocidísimo solo de “La bestia pop”, pero la canción elegida fue, como casi siempre en sus shows, “El pibe de los astilleros”. Otros clásicos que suele interpretar Skay completaron la trilogía ricotera: “Todo un palo”, con nuevos arreglos en las teclas de Javier Lecumberry y ya en los bises “Ji ji ji”, en la que repartió el solo con Oscar Reyna, dejándole la segunda parte para que el guitarrista entregue una variación sobre el original.
La banda, que cambió de seguir a la Diosa Kali por el Dios Tláloc, mutando la mitología hindú por la azteca, no modificó ni su solidez ni su potencia. El secreto parte en la rocosa base conformada por el bajista Claudio Quartero y el baterista Topo Espíndola, donde se apoya el sonido contundente del quinteto, y el bombardeo de luces y sonidos agiganta la sensación de rock bien poderoso y por momentos casi industrial.
En uno de sus escasos contactos con el público, Skay invitó a brindar por los buenos viejos tiempos, por los mejores que vendrán y por el único que tenemos, el presente. A buen entendedor, pocas palabras, rematadas con el blues zeppelineano de “La pared rojo lacre”, en la que se lo vio con una acústica, en una postal curiosa. “Flores viejas”, “Ángeles caídos” y la épica de “Astrolabio”, siempre dedicada a “Los peregrinos” conformaron lo más festejado del material solista de Skay, más allá de la “Oda a la sin nombre”, su canción más reconocida con la que cerró el recital.
Ajeno a las grandes promociones, sostenido en su propio viaje musical y convencido de su propio presente, Skay Beilinson volvió a capitanear su barco, cada vez más lejos de los abismos y las tempestades.
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