Revista El Bondi - 15 AÑOS DE ROCK
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Emir Kusturica

Una fiesta sin smoking

Cronista: Gentileza prensa | Fotos: Anabella Reggiani

18 de Febrero, 2010

Una fiesta sin smoking

En la última parada de su gira argentina, Kusturica y su particular orquesta llevaron su celebración al Luna Park.

Baltasar Comotto y los Dragones Albinos encendieron la llama del rhythm & blues y ofrecieron un tentempié a fuego lento con ecos de chill out para lo que sería una verdadera fiesta de música balcánica. Apenas pasadas las diez de la noche, comenzó la celebración: acordes gitanos poblaron el Luna Park y no quedó nadie sin bailar.

La profundidad de la tuba marcaba un compás acelerado. Los vientos, el acordeón y el violín dibujaban melodías que el público festejaba con los brazos en alto. Dr Nele Karajlic desplegaba la potencia de su voz vestido con un traje azul, emulando alas de murciélago, pero no imitaba al superhéroe de ciudad gótica. Simplemente jugaba sobre el escenario y transmitía su espíritu lúdico al público y a sus compañeros.

Drazen Jankovic tecladista del grupo y hermano del cantante, se paseaba por el escenario vestido de marinero, mientras Emir Kusturica despuntaba algunos riffs de guitarra con una gorra y un traje de capitán que tal vez transmitían cierta ironía. Kusturica es “el famoso del grupo”, pero su actitud en escena no es la de un capitán, la de alguien que sobresale. Quizá porque la propuesta implícita del grupo sea simplemente disfrutar de una reinventada música de raíz balcánica y gitana, sin jerarquías.

Esa igualdad no sólo se observaba sobre las tablas, sino también entre los músicos y el público, como cuando una chica levantó un cartel con su nombre, “Julieta”, y fue invitada a subir el escenario para saltar y corear canciones junto a esta desestructurada orquesta.

Nadie esperaba que toquen algún hit en particular, y es que a pesar del éxito, la banda no tiene hits. Quienes los siguen lo hacen más allá de los estribillos, aunque coreen enfáticamente “Fuckin MTV” o salten como poseídos al son de “Bubamara”, canción que le dio nombre y origen a unas particulares fiestas organizadas en Buenos Aires.
Por momentos, el estadio mezcló la música con el fútbol y los presenten corearon “Olé, olé, olé, Emir, Emir” y, luego, “Olé, olé, olé, Diego, Diego”, en alusión a Maradona y al conocido fanatismo de Kusturica por el astro del balón, que devino en un premiado documental.

La unión entre el público y los músicos era indudable: había una confianza y un espíritu festivo que no se encuentran con facilidad en los inicios del siglo XXI. Así, el cantante se lanzó desde el escenario hacia los brazos de quienes lo aguardaban debajo para compartir su música. Nadie dejó de bailar: músicos y público eran una sola cosa. Unos les regalaban agua, los otros les devolvían el gesto con aplausos rabiosos.

El show de más de dos horas llegó a su fin entre aplausos que se hicieron ovación. Kusturica y su orquesta descargaron energía de principio a fin y el público así lo entendió: sabe que aquello de “la fiesta balcánica” no es un slogan, sino una realidad llena de música, una celebración única, de esas que ya no abundan.

TXT: Gentileza Marina Cavalletti

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