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Las Pastillas del Abuelo

Sobredosis de Teatro

Cronista: Pablo Andisco | Fotos: Beto Landoni

11 de Agosto, 2007

Sobredosis de Teatro

Las Pastillas del Abuelo confirmaron su tremendo crecimiento con una serie de ¡siete! recitales en el Teatro de Flores, que culminará el jueves 23. El Bondi se acercó a la función del sábado 11 y te acerca las emociones de la fiesta pastillera.

Cerca de las 20.30 de otra noche fría de invierno en los alrededores del viejo Teatro Fénix sólo quedan algunos rezagados. Adentro, el calor humano obliga a la cola en el guardarropa, una escena de matinée bolichera más que de previa de recital. Hay muchos adolescentes, es cierto; van a bailar y cantar, también es verdad. Pero se trata de un concierto de rock. Están esperando al fenómeno del momento: Las Pastillas del Abuelo. Una banda que a fuerza de combinar el rock con diferentes ritmos (candombe, reggae y folklore ante todo) amenaza con llevarse el mundo por delante.

Un rato después, un sonido de percusión tribal y un juego de luces desde y hacia el escenario, sirvió de preludio para que se abra el telón y se deje ver a la banda. El redoble de Juan Comas y el saxo de Joel Barbeito anunciaron “Sólo Dios”, la melodía que musicaliza los versos de Almafuerte (el poeta, no la banda). Al rato, “José” y “Locura y realidad”. Y la fiesta en marcha.

Lo que siguió fueron dos horas y media en las que Las Pastillas desgranaron sus dos discos y echaron mano a algunos inéditos, demostrando facilidad a la hora de jugar con diferentes géneros. En “Historias” presentan a Tincho, que cuela su charango en un swing acelerado. El teclado de Alejandro Mondelo se luce en la intro de  “Perdido”, esa chacarera acerca de un perdedor compulsivo, con Diego “Bochi” Bozzalla al mando de la guitarra acústica. Y así transcurre el concierto, con pocas palabras, muchas canciones, toda la intensidad.

Si alguien que no conoce a la banda se acerca a un show de Las Pastillas, probablemente no pueda precisar cuál es el hit. Hay temas en los que se salta más, otros pocos que se poguean, pero todos se cantan por igual. En esto quizás tenga que ver el motivo del crecimiento del grupo (más cerca del graffiti barrial y el  ciber boca a boca que del mega hit radiotelevisivo).

El bloque candombero, plasmado en “Saber cuando parar” y “Candombe de resaca”, permite el lucimiento de Santiago Bogisich en el bajo, instrumento que tan bien se lleva con el ritmo rioplatense. Un brindis “por los viejos tiempos” dio pie a “Me han dicho”, uno de los inéditos de la banda. “Amar y envejecer”, puso al Teatro a saltar, con su clímax ascendente hasta llegar a un funky irresistible. Y con “Los oportunistas” culminó la primera parte del show.

Una mención especial para el “Piti” Fernández, cantante y letrista. Es interesante el manejo de la escena, ya que prefiere refugiarse en las canciones y en los agradecimientos, y no cae en arengas desde la comodidad del escenario. Sin embargo, por momentos plantea un excesivo ida y vuelta vocal con la gente; y es una lástima que no cante más debido a su registro adecuado y a lo interesante de su poesía, en un momento en que no son muchos los que tienen algo para contar en el nuevo rock argentino.

Un mini set acústico sirvió de intermedio para aquietar un poco los cuerpos, no así las gargantas. Sobresalieron “La doctora 2”, con Piti sólo con la guitarra, una bella baladita de chicas a los hombros, y “El hombre mosca”, una divertida sátira sobre un tremendo hinchapelotas, con un destacado juego de violas entre Fernando Vecchio y el Bochi. Una buena manera de recargar las pilas y prepararse para el aluvión final.   

Las historias de Las Pastillas se suceden unas a otras: “Tantas escaleras”, “Sólo en sueños” y “Viejo”, por ejemplo. Durante el reggae “Peldaño” asistimos a lo más alto del show, cuando, una suelta de globos y piñatas cubrió El Teatro mientras el tema perdía en cadencia y ganaba en distorsión, para terminar con un saxo de neto corte ricotero. Una fiesta en el más estricto sentido, esa fiesta que se proclama y se vive tanto desde arriba como desde abajo del escenario. Y una manera de agradecimiento de la banda hacia su público sumamente original. 

El final se acercaba y la fiesta ya no supo de medias tintas. La trilogía final se compuso con “Vuelta de tuerca”, “El country de la soledad” y “Skalipso” (en la versión acelerada) con el Piti compartiendo el micrófono con algunos afortunados que se agolpaban contra las vallas. Referencia final y cierre del telón, sin vedettismos, ni pedido de bises. La banda había cumplido y el público estaba más que satisfecho.

Pasó otro concierto y Las Pastillas del Abuelo se afirmaron como la banda del momento, ésa que eligen los adolescentes para hacer sus primeras armas en el rock y la que los más grandes respetan y recomiendan. Si no se apuran en quemar etapas ni traicionan sus convicciones están para cosas aún más grandes.

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