Catupecu Machu
De lo oscuro hacia la luz
19 de Diciembre, 2006
Catupecu Machu se despidió del público porteño con un concierto marcado por la energía histórica de la banda y la emoción que se vive en cada uno de sus shows desde el accidente que sufrió Gabriel Ruiz Díaz. Dos funciones al palo, sirvieron como despedida para un año especial de la banda de Villa Luro
Para entender la actualidad de Catupecu es necesario volver nueve meses atrás, a la madrugada en la que Gabriel y Cesar Andino, cantante de Cabezones, chocaron contra un árbol a la salida del Roxy. El accidente obligó a Fernando, hermano de sangre y musical, a plantarse de un modo diferente ante el rock, y eligió un camino difícil, peligroso, y por eso interesante: sacar fuerzas de la tragedia, ver ese accidente como algo luminoso, y extender la comunicación entre su hermano y la banda hacia un plano espiritual. Al mismo tiempo el grupo fue ganando popularidad y, sin mayor difusión, reventó dos funciones en El Teatro de Colegiales que los mismos Catupecu habían inaugurado en mayo de 2001.
Con veinte minutos de retraso se corrió el telón y arrancaron con “Sonando”. Una escenografía austera contrastaba con el potente juego de luces y los decibeles a los que la banda acostumbra. De riguroso negro, como casi todo el público, los Catupecu siguieron con “Le di sol”, ambos temas sin guitarras, con Fernando en el bajo y naturalmente Macabre en teclados y Javier Herrlein tras los parches.
Antes del quinto tema Fernando se dirigió por primera vez al público y mencionó a su hermano Gaby, omnipresente antes, durante y después del show: “Hoy lo vi en persona, ayer, en los sueños”, para dar paso a uno de los cortes de su último disco. En “Grandes esperanzas” presentó a Gabriela Conti y Javier Weintraub, en flauta traversa y violín respectivamente, “dos ángeles” en palabras del líder, quiénes entre el blanco de sus atuendos y la suavidad de sus interpretaciones, aquietaron la marea de pogo y mosh que se extendía por Colegiales.
En los dos temas siguientes quedó establecida algo así como la formación actual de Catupecu. Para “Secretos pasadizos” subió un rejuvenecido Zeta Bosio, y para “Acaba el fin” se calzó la guitarra Esteban “Pichu” Serniotti, de Cabezones, banda cada vez más hermana de los Catupecu, conformando una suerte de quinteto mutante, con la única estabilidad de Herrlein y Macabre.
Fernando alternaba entre la guitarra, el bajo y la voz, mientras que Zeta y Pichu entraban y salían de escena. A medida que la banda sumaba integrantes se perdía la cohesión sonora, sobre todo a la hora de terminar los temas. El sonido era impecable, pero es entendible que la banda haya perdido horas de ensayo, y que esto se manifieste en el vivo.
El primer momento alto del show llegó con “Hechizo”, original de Héroes del Silencio. La banda rockeando a pleno, un bombardeo de luces y Fernando corriendo y saltando, alternando con la gente las estrofas del tema. Un instrumental sirvió como puente para la segunda parte del show, en la que Catupecu repasó sus máximos éxitos y su líder echó mano a su habitual verborragia para emocionar y emocionarse.
“Magia veneno” y “Perfectos cromosomas” (con solo de Zeta y cita a “Preciosa infinidad”, de Cabezones, a cargo de Serniotti) fueron el punto de partida para un Teatro que ya no pararía de saltar, cantar y poguear; excepción hecha en “Entero o a pedazos”, con Abril Sosa como invitado, en una versión a dos violas, bien fogonera, coreada por todos los presentes.
A continuación una seguidilla de covers puso de pie nuevamente a la sala, y dejó en evidencia la precisión que distingue a la banda a la hora de seleccionar las interpretaciones, algo que no es muy común. De esta manera, los temas suenan con el sello de Catupecu pero al mismo tiempo son respetuosos de la versión original. A los ya clásicos incluidos en sus discos (“Héroes anónimos”, de Metrópoli y “Plan B, anhelo de satisfacción”, de Massacre), le sumaron “Pasajero en extinción”, de Cabezones y Persiana Americana, “un hitazo” en palabras de Fernando. Una versión bien power, con el condimento de un ex Soda sobre las tablas, y con chicos que no habían nacido cuando la sodamanía cantándolo a full conformaron, sin dudas, el momento del concierto.
Luego de “Y lo que quiero…”, Fernando llamó a César Andino quién tres días atrás había vuelto a los escenarios con su banda por primera vez desde el accidente. Hicieron “A veces vuelvo”, y el santafesino, visiblemente emocionado, largó los bastones y le regaló a Fernando un abrazo interminable.
Le siguió “Dale!”, el cierre casi obligado de los shows de Catupecu, pero la adrenalina y la excitación que eran marca registrada del tema compartieron protagonismo con la emoción que acompañó a todo el concierto. El público cambió el “Dale!” por ”Gaby!”, Fernando hizo bajar el volumen y el tempo del tema, e invitó a la gente a sentarse. Llamó nuevamente a César e improvisaron “Where the streets have no name”, el tema de U2 que los hermanos Ruiz Díaz estaban ensayando justo antes del accidente de Gabriel.
Luego, la banda y su público renovaron energías, y entonces “Dale!” recuperó toda su potencia y terminó como siempre, bien al mango. Se sumó Abril en voz, para correr, saltar y tirarse al público, el violinista tomó la batería y la flautista el teclado para sorpresa de todos, incluido el líder, y con un clima de zapada hardcoriana cerraron formalmente el concierto.
Tal vez en “Dale!” se resumió lo que fue el show de Catupecu, una interesante mixtura entre energía y emoción, fuerza e improvisación, como manifestación de esa luminosidad en medio de lo oscuro que suele mencionar su líder. Su público, masivo e incondicional, supo perdonar algunos desajustes y durante dos horas y media, acompañó cada uno de sus movimientos, como viene haciéndolo desde marzo.
Para el cierre quedó un bis improvisado, con la banda y sus invitados abrazados al borde del escenario y Fernando y César entonando “Opus” a capella que terminó en lágrimas. Los músicos se metieron detrás del telón sabiendo que despedían de la mejor manera un año inolvidable, por lo bueno y lo malo; el año de la tragedia y de la masividad; el año en que la adrenalina supo compartir cartel con la espritualidad; el año más importante en la historia de la banda.
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